sacó el celular para mostrar la confirmación de la operación. Quité su mano de mi hombro, me levanté y me estiré cuanto pude. Mi ánimo subió un poco. Él me llamó genio. Otro apodo en mi vida gris. Reconozco que es agradable. Pero nadie debe enterarse de eso. Yo soy el genio gris del mundo subterráneo. Recorrí con la vista el incómodo sótano con un piso que no se había lavado hacía tiempo, con paredes gastadas y tenues lámparas colgadas del techo. Ahora este era mi laboratorio. Esta era mi oportunidad de proveer a mi familia antes de que yo los abandonara para siempre. Y el lapso para que llegue el final era desconocido para mí. Es posible que tenga las semanas contadas. Por eso tengo que apurarme.
– ¿Bebiste alcohol? – Sacudí a mi joven socio.
– Claro, tenía que celebrar. Pasé por la licorería y agarré un tequila. —
Zorro puso sobre la mesa la botella ya abierta y, sin querer, movió el monitor y la impresora. Ese descuido con la nueva tecnología me molestó.
– Llévate la botella de aquí, – lo regañé. – En el laboratorio no se beberá alcohol. —
– Yo quería felicitarlo. Es una cosa…¡fantástica! Hasta el final yo no lo creía. —
– Nuestro trabajo apenas comienza. – Yo abrí la gaveta donde estaba el paquete de los nuevos billetes impresos. – Aquí hay cien billetes de cinco mil bublos. Quinientos mil. Hay que distribuirlos. —
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