Gurmukh

Kundalini yoga para embarazadas


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una mujer acudió a ver a un sabio y le dijo que quería tener un hijo. El sabio contestó: «Así sea», y le dijo que repitiese el mantra Siri Akaal, que significa «Grande e imperecedero es el Señor». La mujer no tardó en dar a luz a un hermoso bebé. Un día, mientras trabajaba en el campo, se alejó un poco del niño. Aprovechando el descuido, una cobra picó al niño, que murió de inmediato a consecuencia del veneno. Cuando la madre volvió junto al niño se negó a aceptar su muerte. Quería dos cosas: que su hijo volviese a la vida y que la cobra muriese. Así que se sentó y recitó el mantra. Aquellas palabras en boca de una madre tenían tal poder que la cobra deshizo lo hecho y el niño volvió a respirar. Entonces, la cobra imploró perdón, pero las cosas no eran tan sencillas. Tenía ante sí a una madre que quería venganza. La mujer le respondió: «No. Tú quisiste matar a mi hijo y no permitiré que sigas viviendo para que mates a algún otro niño». Para salvar su piel, la cobra juró que ninguna cobra volvería a picar jamás a un niño piadoso. En una ocasión, uno de los santos sijs, Guru Nanak, se quedó dormido al sol, como un bebé. Entonces, vino una cobra y le hizo sombra en recuerdo de la divina promesa hecha por aquella otra cobra a una madre por la que se comprometía a que ninguna serpiente de su raza picaría jamás a ningún hijo de Dios.

      Mi maestro decía: «Cuando des a luz a un bebé, hazle el mayor de los regalos: reza por él». Mi hija va a la escuela en la India nueve meses al año. Está terminando el duodécimo curso en una escuela que mi congregación construyó en el norte de la India para enseñar a niños de cualquier religión. Ya ha cumplido dieciocho años y este será su último año de estudios en la India. Esté donde esté, nunca siento que se encuentre lejos de mí. Cuando estaba embarazada de ella, me despertaba a las tres y media todos los días y hacía sadhana, es decir, la oración de la mañana. Durante los nueve meses de embarazo creamos un vínculo más fuerte que las palabras, un lazo invisible que nos ha mantenido unidas hasta la fecha. Ella siempre está conmigo. Cuando quiero hablar con ella, estar cerca o decirle lo mucho que la quiero, cierro los ojos y rezo. Y ella me oye aunque esté a miles de kilómetros, al igual que yo la oigo a ella cuando reza.

      Crear un espacio sagrado

      Monta un altar en tu casa. Empieza por algo sencillo. Yo solía usar una caja de cartón, girarla y cubrirla con una tela bonita y limpia. Después ponía flores, velas y fotografías de mis seres queridos. Y eso era todo. Luego, me sentaba frente al altar y empezaba mi práctica matutina de oración. En la actualidad, tengo un altar en cada habitación de la casa. Se los dedico a la Gran Madre y a Dios, y siempre cuido su decoración.

      Los altares te conectan con la fuente, con lo que de verdad importa. Un altar puede ser una extensión terrenal de tu espíritu. Sentarte en el mismo lugar cada día para hacer yoga y meditar es muy beneficioso porque el lugar se carga de la energía meditativa que creas. De hecho, en poco tiempo, provocará una sensación distinta a la del resto de la casa. Cualquier lugar tranquilo sirve, como, por ejemplo, un rincón de tu dormitorio. Una de mis alumnas convirtió un baño secundario en su sala de meditación. Yo convertí en templo un pequeño vestidor de mi casa. Así, cuando entraba y cerraba la puerta, todo el mundo sabía que no debía interrumpirme porque estaba meditando.

      Proyecta tu ser y el de tu bebé en un altar y observa lo que sientes. ¡Permite que el altar «altere» tu ánimo! Cuando salgas de casa, lleva un poco del espíritu altar en tu corazón.

      Para relajarte ante el altar, siéntate en la postura sencilla y coloca las manos juntas en el centro de tu pecho.

       Repite tres veces el mantra Ong Namo Guru Dev Namo que significa «Me inclino ante la sabiduría creativa que se encuentra en mi interior». Es posible que, de entrada, te sientas rara al repetir estas palabras, sobre todo si nunca has empleado mantras. Si no te sientes bien, prueba a decir en castellano: «Me inclino ante la sabiduría creativa inscrita en mi ser». Estos sonidos ancestrales te llevarán de fuera hacia dentro, te ayudarán a desconectar de la información con la que nos bombardean a diario y a conectar con tu interior en el que reina la calma, el vacío y todo va más allá de la razón. Si ya tienes una fe sólida, la meditación te aportará claridad y conciencia.

       Inhala hondo por la nariz y canta el mantra. Repítelo por lo menos tres veces. Si quieres alcanzar un estado de mayor sosiego, repítelo once o veintiséis veces.

      Una vez que dispongas de un espacio en tu casa donde estar tranquila, sin interrupciones, puedes empezar a practicar la siguiente meditación.

      Meditación para conectar con el infinito

       Siéntate en la postura sencilla y haz un cuenco con las manos de manera que tus meñiques se toquen. Pon las manos frente a ti, a unos quince centímetros de tu cuerpo, a la altura del centro de tu pecho.

       Comprueba que tu espalda esté bien recta.

       Cierra los ojos y dirige la mirada al frente, suavemente. Siente que la energía suprema baja del cielo y se une al flujo de la vida en tu interior.

       Sigue así durante tres minutos, o más si te sientes bien, inhalando y exhalando por la nariz. Al final, inhala y exhala profundamente y relájate.

6

      Generosa, bella y dichosa

      … Ella será la madre de todas las naciones.

      Génesis, 17:16

      La esencia de la feminidad es ser generosa, bella y dichosa. El embarazo es un regalo que te libera y te permite conocer tu verdadera naturaleza. Según el kundalini yoga cuando una mujer se conoce y se ama a sí misma, irradia hacia el exterior y decimos que es hermosa. Cuando, además, siente compasión no solo por los demás, sino por sí misma, decimos que es generosa. Y, por último, cuando experimenta la inmensidad de su poder y toma conciencia de lo que es capaz de lograr, pasa a ser dichosa.

      Todo lo que está vivo en el Universo procede del yoni, el útero femenino, la gran fuerza creativa del Universo. Cuando uno lo piensa, es sorprendente. Recuerdo que en una ocasión iba paseando por una calle de Los Ángeles después de saber que estaba embarazada, y miraba a los transeúntes que se cruzaban conmigo como si fuese la primera vez que veía un rostro humano. Los había de todo tipo: jóvenes, adultos y ancianos, hombres, mujeres, adolescentes, niños, bebés, altos y bajos, algunos con ojos rasgados y otros con ojos redondos, algunos me miraban y otros bajaban los ojos al pasar a mi lado, los había con la piel morena, negra y suave o tan blanca que parecía que el sol se reflejase en ellos. Todos eran una auténtica maravilla para mí. Abracé mi vientre y pensé en las células que se dividían sin cesar en aquel preciso instante en mi cuerpo, mientras yo bajaba por aquella calle. Comprendí que todos aquellos seres humanos que ahora veía tenían el mismo origen: un espermatozoide en contacto con un óvulo dentro del cuerpo de una mujer. Es un hecho cotidiano, pero, cuando te ocurre a ti, te parece el acontecimiento más extraordinario del mundo.

      Nuestros hijos surgen en el único lugar de nuestro cuerpo en el que podrían hacerlo: en el centro, en el lugar desde el que irradia el chi, la energía vital. El ombligo es la sede del tercer chakra, que es el centro del compromiso. Nuestros hijos se nutren de esa energía, que es la que los sostiene, y se convierten en el sol, el centro del Universo de sus madres. Es perfecto.

      Es posible que algunas de vosotras leáis esto y penséis: «Sí, sé exactamente a qué se refiere». Pero otras levantarán los ojos y dirán: «¿Pero de qué me habla? ¡A mí me ha invadido un alien y no me gusta nada!». Créeme si te digo que, aunque no lo sientas ahora, puedes llegar a hacerlo. Depende mucho de que restablezcas el contacto contigo misma, con tus sentimientos y con tu cuerpo —o que lo hagas por primera vez—. Luego, cada vez confiarás más y más en esa sabiduría