si quería formar parte de su vida, le gustase o no a Arabia. Ni siquiera había tenido ocasión de mirarla de cerca, de mirarla a los ojos más de dos segundos. Tenía que hablar con Arabia antes de que ella regresase a California.
Estaba decidido.
A las seis de la mañana estaba ya de camino por la calle que conducía al portal del edificio donde Arabia tenía su pequeño apartamento. Se preguntó si habría pasado la noche en casa de Emily, o si por el contrario haría ya tiempo que había regresado. En cualquier caso, todavía era muy temprano, así que, de una manera u otra, debería esperar al menos un par de horas más como mínimo.
Sin ningún tipo de miramiento, se sentó en el portal con la espalda apoyada contra el mármol y con las rodillas dobladas para no molestar a los vecinos al pasar. Poco después, el sueño empezó a amenazar con apoderarse de él, así que se levantó de nuevo y volvió a caminar para hacer tiempo. Se topó con un pequeño parque que no había existido con anterioridad y en el cual aprovechó para sentarse en uno de los bancos de madera. Entonces sí, sin poder evitarlo, se durmió.
Se había quedado dormido con las solapas del cuello de la chaqueta hacia arriba para protegerse lo máximo posible del frío, pero ahora los finos copos de nieve empezaban resbalarle por la cara y a molestarle. Eso fue lo que hizo que despertara. Sacudió la cabeza y se revolvió el pelo para evitar que la nieve se acumulase allí. Había un montón de gente a su alrededor. Un montón de niños corriendo de un lado a otro, maravillados por la nieve que no tardaría en empezar a cuajar. Un Año Nuevo nevado, como pocas veces había tenido oportunidad de ver.
Se dio cuenta de que estaba temblando por el frío, así que se calentó las manos con su propio aliento para que dejasen de estar entumecidas. Luego se levantó y se acercó a una señora que había unos metros más allá con un carrito de bebé para preguntarle la hora. Eran las nueve y media.
Jake regresó al portal y llamó al timbre que correspondía al apartamento de Arabia. Nadie respondió. Volvió a intentarlo un par de veces más, sin éxito. Eso le hizo pensar que se habría quedado a pasar la noche en casa de los Wathson. Resopló y decidió seguir esperando, aunque era consciente de que cabía la posibilidad de que Arabia ni siquiera apareciese por allí en todo el día.
Era Año Nuevo. Probablemente también lo pasarían todos juntos.
Una hora después, cuando estaba a punto de tirar la toalla y regresar al piso de Louis, vio parar en la acera de enfrente a un taxi. De su interior salió una Arabia sonriente mientras se despedía del conductor. Iba sola y cruzó la calle a la vez que buscaba en su bolso las llaves de casa. Llevaba un sencillo pantalón vaquero y un suéter de lana de color beis. También llevaba un moño alto bastante deshecho. Se quedó de piedra al ver a Jake en el portal.
—Esto tiene que ser una broma —fue lo primero que dijo.
Jake no respodió. Se limitó a disimular el frío que tenía y a esperar algún irónico comentario más.
—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?
—Sigo pensando que deberíamos hablar, o bueno, tú si quieres no digas nada, pero déjame al menos hablar a mí.
Tenía tantas cosas que decirle, que explicarle...
—No vas a subir a mi casa.
—Vale, pues hablemos aquí.
Arabia lo miró con incredulidad. Se cruzó de brazos y se quedó en actitud expectante. Eso lo pilló desprevenido, porque en ningún momento había pensado que tendría que empezar a hablar allí mismo, en plena calle.
—Mira, llevo aquí desde las seis de la mañana. ¿Te importaría, al menos, que hablásemos dentro del edificio? No siento los pies.
—Yo estoy muy bien.
Jake tuvo que morderse la lengua. No podía creer que estuviese siendo tan fría con él. Decidió que el tema principal que debía abarcar era el de la niña.
—Bien, pues quiero que sepas que no tengo intenciones de ser un extraño en la vida de tu hija —comenzó diciendo—. Me parece genial que tengas una nueva vida y que yo no forme parte de ella, pero esa niña también forma parte de la mía, ahora que sé de su existencia.
—O sea, que quieres que sepa que eres su padre biológico cuando sea mayor.
—¿Cuando sea mayor?
—¿Acaso quieres que te la deje unos días, como si estuviésemos separados o algo así?
—No, yo... No lo sé. Solo quiero que no la alejes de mí solo porque haya llegado al mundo en una de las peores épocas de mi vida.
—Eso suena genial para que se lo digas cuando tenga uso de razón.
—Joder, qué difícil lo haces, Ari.
Se vieron interrumpidos por la llegada de una de las familias vecinas. Tenían tres niñas, y las tres accedieron a regañadientes al edificio, porque querían quedarse un poco más disfrutando de la nieve.
—¿Dejo abierto? —preguntó la mujer.
Jake miró a Arabia un tanto suplicante. Realmente necesitaba entrar en calor.
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Finalmente se apiadó de él.
—Sí, gracias, Lisa. Pasamos enseguida.
Sujetó la puerta y sonrió a su vecina con amabilidad mientras ella se alejaba para volver con su familia.
—Pasa —le pidió a Jake, aunque antes de dejarle pasar añadió—: Pero te lo advierto: solo vamos a hablar sobre Jazzlyn.
Él asintió y obedeció, y después subieron juntos en el ascensor sin decir una sola palabra. Cuando entraron en el apartamento, ella se dirigió a la cocina en silencio y se puso a preparar chocolate caliente. Jake, por su parte, esperó de pie frotándose los brazos con las manos. Cuando terminó de calentar la leche, echó las cucharadas de cacao soluble y comenzó a removerlo. Luego sirvió dos tazones y colocó uno de ellos en la barra americana.
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