Jesús Maeso De La Torre

Oleum. El aceite de los dioses


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      Editado por HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      Oleum. El aceite de los dioses

      © Jesús Maeso de la Torre, 2020

      Autor representado por Silvia Bastos, S.L. Agencia literaria

      © 2020, para esta edición HarperCollins Ibérica, S.A.

      Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o situaciones son pura coincidencia.

      Diseño de cubierta: CalderónStudio

      Imágenes de cubierta: Shutterstock y Dreamstime.com

      ISBN: 978-84-9139-516-4

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       I. JERUSALÉN

       II. SALOMÉ

       III. JOSEF BEN CAIFÁS

       IV. JERICÓ

       V. TYROPEÓN

       VI. PÉSAJ, PASCUA

       VII. SERVUS ROMAE

       VIII. AFRODITA CORINTIA

       IX. SUB ASTA AUREA

       X. SÉNECA, EL VIEJO

       XI. PRISCILA

       XII. HISPANIA

       XIII. PROBUS VENTUS

       XIV. OLEUM

       XV. PLACIDUS BAETIS

       XVI. ERGUENA

       XVII. ADOPCIÓN

       XVIII. ESCÉVOLA

       XIX. PUTEOLI

       XX. CULEUM

       XXI. LUCIO ANNEO SÉNECA

       XXII. LA RECOMPENSA

       XXIII. DEVOTIO KÉRBEROS

       XXIV. VAS OLEI. SACRUM

       XXV. ATRIUM LIBERTATIS

       XXVI. CRUCIFIXIÓN

       XXVII. SOCIETAS, «ISEUM OLEUM»

       XXVIII. CORINTO

       XXIX. ALEJANDRÍA

       XXX. El SALMO «HALLEL»

       XXXI. SAULOS DE TARSO

       XXXII. LA EPÍSTOLA DE HELVIA

       XXXIII. LOS CHACALES HUYEN

       Epílogo

       Glosario

      Dedicado a mi madre, Isabel de la Torre, que con sus manos aderezaba los pucheros con el aceite de los olivares de Úbeda, y lo hacía con amor, como con mi frágil e insignificante cuerpo, antes de dejarnos en la flor de la vida.

      He sido esclavo de Roma y aún guardo los estigmas de aquel infame escarnio.

      Durante un largo tiempo soporté el brutal desarraigo de mi tierra, un dolor desmedido, los abusos, el terror y los rigores del látigo, que hollaron con dureza mi corazón. Para mí, renunciar a la libertad fue como desistir de la condición de ser humano y me preguntaba una y otra vez en la soledad de la mazmorra: «¿Cómo es posible que mi Dios permita que una criatura suya sea ensillada y embridada para que otros cabalguen sobre ella?». Él nunca llegó en mi socorro, aunque mis ruegos fluyeron en llantos lastimeros, y pienso que supusieron un lastre para mi razón, que Él mismo creó.

      Lo llamé en la aflicción, pero solo obtuve el silencio más despótico. Ni un rayo de la luz de su presencia que iluminara mi ceguera, cuando visité el infierno establecido por el hombre. La esclavitud transmite al que la sufre una sensación opresiva y el entendimiento se niega a aceptar la dolorosa realidad. No la comprende, no la acepta.

      Desde el primer instante en el que me ataron una soga al cuello, mi alma se vio desollada y me oprimía una sensación de repulsión y furor hacia los verdugos que me apresaron, cuando siendo joven me dirigía feliz y despreocupado a encontrarme con mi desposada. Trágico destino el mío que me amenazó con degenerar en locura.

      Atravesé oscuros desiertos de tormento interior y me refugié en los confines inaccesibles de mis recuerdos para no aceptar que era un animal comprado por una bolsa de denarios; y hasta llegué a admitir que tal vez la muerte resultara a la postre una liberación para tanto sufrimiento.

      En circunstancias tan dramáticas pensé que la esclavitud es una afrenta al Creador, pero también que es indigna únicamente cuando es aceptada. Yo jamás la asumí y me rebelé contra ella, hasta el punto de que en el vasto desierto de mi desgracia resonaron algunas voces