de nuestros sentimientos. La finalidad siempre es indispensable para completar el sentido de la vida, el siempre presente ¿para qué?, pregunta que tiene que ver con la moralidad teológica.
Cristo el Señor constantemente en su conducta nos señala la importancia del para qué. Él se encargó de mostrarnos en él mismo, el camino que conduce al Padre. Ese Padre es el Autor, Creador y Dueño de nuestra vida.
En esta perspectiva es que sugiero integrar a la vida una mirada escatológica (ver la eternidad como un espejo según dice Santa Clara de Asís) y no ver la vida desde el prisma apocalíptico. Jesús valoró la tierra, de ahí que fue enviado por el Padre.
Esforzarse por descubrir y encontrar el sentido por el aquí y ahora es muy importante para el allá y el después. Esto es Evangelio.
Para poder ayudarnos a elaborar interiormente el sentido de la vida, esclarezcamos cuatro posibilidades que nos permiten acceder a un proceso de priorización y a la respuesta en nuestro caminar, a saber:
a. Sentido semántico (de nuestras palabras y actitudes): es la relación entre signos y objetos.
b. Sentido télico (final): con algo que es un medio que persigue un fin. La relación es entre un acontecimiento y otro.
c. Sentido lógico o fundamentante: relación entre un enunciado y su fundamentación.
d. Sentido de motivación: relación entre comportamiento y su motivación.
Alguna vez Freud sostuvo que “el subconsciente ni miente ni envejece”. Algunos no aceptan a Freud y rechazan de plano sus teorías. Entiendo que eso viola el principio bíblico en el que San Pablo nos dice: “Examínenlo todo, quédense con lo bueno”, 1ª Tesalonicenses 5, 21.
Cuando Freud escribió esas palabras significó sencillamente que las experiencias ocultas de nuestro pasado influencian nuestro presente, incluso nuestro futuro. Por supuesto, un punto de vista espiritual no tiene pasado, presente ni futuro. Es una terminología que aconsejo tener presente porque el pasado es activo, lo cual significa que la persona no olvida lo que le ocurre. Puede ser que no lo recuerde y llame a eso olvido; lo que en realidad hace es empujar las experiencias dolorosas hacia la mente subconsciente. En lo emocional y en lo espiritual, no existe el tiempo ni el espacio. Los dolores hay que tratarlos para erradicarlos en Cristo, definitivamente. No tocarlos es un grave error porque generan represión. Si uno lo libera las represiones acumuladas, corremos el riesgo de entrar en trastornos mentales.
Nos preguntamos y nos respondemos:
• ¿Qué cosas en mi vida aún no han sido resueltas? ¿Por qué?
• ¿Qué impide que hoy seas lo que desearías ser?
• ¿Qué importancia genera Jesús con su Evangelio en tu presente? ¿Cómo calificarías: indispensable, saludable, liberadora, contenedora, protectora, alentadora?
• ¿Adviertes la necesidad interior de entregar en el retiro de hoy algún dolor del pasado o inquietud del presente? Si la respuesta es sí, no dudes en decirle: “Señor Jesús, aquí y ahora te entrego esto que tanto me ha pesado o pesa actualmente:
“Tu, Señor, reinas para siempre,
y tu nombre permanece eternamente”.
Salmo 102, 13.
3ª Predicación: “Angustias y fobias III”
“Porque mis días se disipan como el humo,
y mis huesos arden como brasas”.
Salmo 102, 4.
Aceptemos benignamente las pérdidas inevitables de la vida. Dios, en su misericordia, nos ha suministrado capacidades, entre ellas la eficiencia. Al conceptuar esta palabra nos aproximamos a descubrir habilidades, actitudes predisponentes, inclinaciones hacia el progreso, apertura de caminos, etc.
Siempre comprendamos que la personalidad está integrada por la constitución (lo físico, lo heredado genéticamente), el temperamento (características afectas estables predominantes) y el carácter (conducta habitual).
Nosotros inmiscuyámonos en lo que hace a aquello que es modificable desde un punto de vista psico–espiritual: la conducta.
El sentido de la conducta radica en el contexto del cual ésta emerge, es decir, en el conjunto de relaciones que hemos establecido en la vida. Distintos tipos de relaciones establecen distintas modalidades de sentido. Estas se refieren a las distintas relaciones que tiene una conducta o una situación con otras conductas o situaciones, ubicadas, estas últimas, en el presente, en el pasado o en el futuro.
Prestemos nuevamente oídos a aquella enseñanza de Freud y es que “el subconsciente ni miente ni envejece”. Con esto se sostiene que las experiencias ocultas influencian nuestro presente e incluso nuestro futuro.
Claro está que el Señor Jesús vino a “liberar a los oprimidos; a los cautivos” (Lucas 4), lo cual está en concordancia con nuestro pasado. Y podemos preguntarnos ¿cómo se activa el pasado? Y la respuesta es: por asociación. Vemos imágenes que nos recuerdan situaciones vividas, aunque no iguales, pero sí similares. La similitud es un instrumento de la razón para asociar. Otras veces, palabras, dichos, actitudes, tonos de voz…
En la vida, a pesar de que pueda no haber dolor sino interrogantes, existen “transacciones incompletas”. Dios, en su gran sabiduría, nos creó para que fuéramos seres completos, tanto física como emocional y espiritualmente. Este es el principio que se denomina homeóstasis por el cual todos los organismos tratan de mantener un equilibrio interno. Por ejemplo, cuando sentimos la necesidad de comer algo dulce, el cuerpo necesita azúcar, lo mismo en otras situaciones. Muchas personas están desequilibradas debido a un “negocio” inconcluso o a una transacción incompleta o alguna deuda de amor.
Todo conlleva a que en el presente nos encontremos con un proceso del pasado incompleto. Y la ausencia de logros pauperiza el sentido de vida. Cuanto más incompletez mayor será la demanda hacia el pasado. Podemos, a primera vista, tomar dos caminos:
1. Iniciar un proceso de depresión.
2. Cerrar capítulos de la vida definitivamente.
También conviene considerar que muchas de las circunstancias de la vida pueden dar paso a pérdidas que producen depresión.
√ Dificultades económicas: vivimos en una sociedad materialista que depende del dinero. El materialismo conduce a experimentar depresiones reactivas. Con la inestabilidad de la economía nacional y mundial, más y más personas tienen menos para vivir. Esto es una pérdida significativa.
√ Problemas de trabajo: en muchos casos las fuentes laborales se convierten en una fuente importante de tensión y de dificultades. Se soporta en función de ganarnos la vida. Los ambientes de trabajo son cada vez más conglomerados; el hombre parece que se está robotizando.
√ Problemas con la familia y los hijos: aquellos que están más cerca de nosotros son frecuentemente la causa de nuestros dolores más profundos. Incluso, aquellos padres cuyos hijos no llegan a ver lo que ellos deseaban pueden experimentar pérdidas significativas. Los conflictos más comunes son entre padres e hijos. Por eso, se tornan en una seria fuente de depresión.
√ Problemas con los hábitos: algunos se hacen adictos a ciertos patrones de conducta social y económica, como en el caso del prestigio o la reputación. Además de otros hábitos tales como la droga, el sexo fuera de un contexto de amor bendecido, el juego, el alcohol, el trabajo…
√ Poca autoestima: puede ser tanto síntoma como consecuencia de la depresión. Recuperemos la dignidad que es lo que mayormente se desintegra en la autoestima; indaguemos sobre lo que implica la palabra dignidad.
√ El paso de los años: A medida que nos acercamos al tiempo de promediar nuestra vida y hacia el final de la misma, la conciencia de que tenemos un tiempo de vida limitado se hace muy real. En estos tiempos, cuando empezamos a pensar acerca de lo que no hemos logrado hacer, puede advenir una depresión. Dos pautas importantes que pueden favorecernos, y mucho, son:
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