Ana Martos

La trastienda de la mente


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aprendido que una buena esposa debe ser obediente. Pero también sabía hacerle sentirse culpable con malestares constantes, de los que se quejaba con un hilo de voz.

      Un día, Rosario decidió que había que pintar el comedor de la casa, porque las paredes y el techo lo estaban pidiendo a gritos. Se lo dijo a Fernando y esperó su decisión. Aquella tarde, él se presentó en casa con unos cuantos botes de pintura y una brocha.

      - Toma - le dijo -, ya puedes pintar el comedor.

      Cuando él se marchó a trabajar, ella se sintió mal. La parte izquierda de su cuerpo comenzó a adquirir rigidez y su boca se torció hacia ese lado. Alarmados, los hijos llamaron al médico de urgencia, que diagnosticó una hemiplejía. Cuando Fernando lo supo, corrió al hospital y se encontró a su mujer medio paralizada. Espantado, se acercó a ella. Rosario le sonrió tristemente con su boca torcida.

      - Ya ves - le dijo simplemente.

      Eso mismo repitió a todos los que la visitaron. La misma frase, con la misma sonrisa. Una sonrisa de resignación que aceptaba plenamente su situación sin angustia ni alarma. Todos quedaron maravillados de su entereza. Otra persona se hubiera desesperado ante aquella enfermedad, pero Rosario la admitió casi con naturalidad.

      Una semana después, empezó a mejorar y, poco a poco, se sintió completamente bien, hasta que le dieron el alta y pudo volver a su casa. Lleno de remordimientos, Fernando había llamado a un pintor y había hecho pintar la casa entera. Cuando su mujer volvió del hospital, se la mostró orgulloso y un poco avergonzado.

      –––

      La somatización de Rosario la libró del trabajo de pintar su casa y castigó a su marido. Una vez obtenido su propósito, la hemiplejía desapareció y no dejó la menor secuela. Ni la boca torcida, ni el ojo semicerrado. La hemiplejía es la parálisis de un lado del cuerpo que requiere un tratamiento y semanas de rehabilitación para superar la rigidez muscular que se produce. Pero Rosario estaba perfectamente bien al cabo de ocho días y no necesitó recuperación alguna. Su proceso fue involuntario e inconsciente. No es posible paralizar voluntariamente la mitad del cuerpo. Ella no se quejó, sino que admitió su mal como algo “que le había llegado de arriba”. Eso es la belle indiference que caracteriza los síntomas histéricos.

      Trastorno de la personalidad narcisista

      Las personalidades narcisistas se caracterizan por una necesidad fatua de hacerse notar. Kurt Schneider los llama psicópatas necesitados de estimación y los incluye en el grupo de los que hacen sufrir a los demás. En ellos se puede apreciar la curiosidad y la fantasía exaltadas, la chismografía, la tendencia a mentir, un entusiasmo que crece y decrece bruscamente, veleidad, egoísmo, fanfarronería, amor propio exagerado, hipocondría y conducta impulsiva que puede llegar hasta el suicidio. Una persona narcisista es una personalidad peligrosa para las personalidades débiles y dependientes necesitadas de apoyo, de estima, de orientación y de protección, porque puede someterlas y esclavizarlas, creándoles dependencia y manipulándolas después a su antojo.

      Caso

      Tardé cinco años en darme cuenta de que todo era falsedad y engaño. Cuando conocí a Mercedes, me pareció maravillosa. Era una mujer amorosa y atenta, pendiente siempre de complacer a los demás. Para cada uno de nosotros tenía un gesto acorde a sus preferencias o necesidades. Si a alguien le agradaba comer bien, Mercedes era la mejor cocinera cuando le invitaba a su mesa. Si uno era inseguro, Mercedes le hacía sentirse fuerte y poderoso, porque le pedía ayuda con una frase tan alentadora como.

      - Sin ti no podría hacerlo.

      Se quejaba con frecuencia de dolencias y malestares. Una vez me llamó de noche llorando porque le dolía mucho un costado y estaba sola. Yo corrí a su lado y, cuando llegué, me dijo:

      - Menos mal que ya estás aquí, no podía más.

      Y no volvió a quejarse aquella noche. Me ofreció un sillón y se puso a leer una novela. En realidad, una vez me tuvo a su lado, no me hizo caso alguno, pero yo entonces no me di cuenta.

      Otro día me pidió que le diese un masaje en la espalda, porque se moría de dolor. Murmuró:

      - Si no fuese por ti…

      Después del masaje se desentendió de mí. Entonces llegó Lourdes. Mercedes me dijo casi sin mirarme:

      - Menos mal que ya está aquí Lourdes - y vi que también le pedía que le diera masaje. Murmuró algo a su oído. Más tarde supe que nos decía a todos las mismas palabras.

      En otra ocasión en que había organizado una reunión en su casa, me pidió que me ocupase de servir a los invitados, diciéndome al oído, como en intimidad:

      - Es que sin ti no sería capaz de atenderles, no podría - así que me quedé de sirvienta en la reunión.

      Poco a poco comprendí que nos manipulaba a todos de forma suave, sin estridencias. Nos hacía sentir importantes, pero a todos nos decía lo mismo. Y después, por detrás, nos criticaba. Carlos le trajo un libro precioso en agradecimiento por haberle prestado el coche. Le dio las gracias más efusivas, pero, cuando él se marchó, la vi apartar el libro como con desprecio y dejarlo en un estante semioculto. Nos contó que le había prestado el coche porque se había sentido obligada, porque Carlos era un gorrón y un fresco. Más adelante, hablando con Carlos, averigüé que él se había limitado a decir que si tuviese coche iría a la playa un fin de semana y que Mercedes le ofreció el suyo inmediatamente. Él se limitó a aceptar sorprendido y agradecido.

      Tardé años en comprender que Mercedes manipulaba a sus amigos para conseguir que la adorasen, que se sintieran fuertes e importantes cuando estaban junto a ella, cuando los necesitaba. Pero, una vez que dejaba de necesitarlos, les quitaba con un gesto toda la importancia que les había dado. Como hizo conmigo cuando llegó Lourdes a darle masaje. Me llamaba pidiéndome ayuda y diciéndome que yo era la única que podía ayudarla, pero después empezaban a llegar otras personas a las que había dicho lo mismo. Y todo mi sentimiento de superioridad y fuerza desaparecía en un instante. Así me iba creando dependencia de sus palabras, de su llamada, de su aprecio. Y lo mismo nos sucedía a todos.

      Si le hacíamos un regalo, nos lo agradecía, pero después, por detrás, despreciaba nuestros obsequios como hizo con el de Carlos. Si alguien necesitaba algo, Mercedes se lo ofrecía dadivosamente, pero luego le tachaba de gorrón y aprovechado delante de los demás. Cada uno creíamos que éramos su mejor amigo o amiga y el único que la entendía y en quien confiaba. Pero luego nos despojaba en un instante de todo nuestro valor.

      –––

      Mercedes es una personalidad típica narcisista. Se vale de mil artimañas para manipular a los demás y conseguir su dependencia que luego maneja a su antojo. Evidentemente, las personas que le bailan el agua son personas inseguras, que necesitan a esa figura fuerte y poderosa, como una madre nutricia, que les haga sentir bien. Ella juega con ese poder y no se preocupa de destruir a quien deja de servirle. La persona que narra este caso rompió la relación con ella cuando se dio cuenta de que era un peón en sus manos. Mercedes hizo todo lo posible por vengarse.

      Caso

      Me hizo sentir inútil, incapaz, basura. Todo el afecto que me había dado se convirtió en desprecio y asco.

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      Recomendaciones

      En cuanto a la posibilidad de ayudar a las personalidades narcisistas, dada la falsedad que caracteriza la mayor parte de sus expresiones y emociones, ya advierte Kurt Schneider que no son muy adecuadas para el tratamiento. Señala este autor que incluso la actitud de tales personalidades respecto al médico es asimismo falsa y puede pasar de una devoción que casi lleva al terapeuta a los altares a una indiferencia total o incluso a un rechazo que se exprese con calumnias. Una de las pocas bases para mantener cierta amistad con este tipo de personas es causarles admiración y eso no siempre es posible ni duradero.

      De todas formas, si la persona es