Anna Garcia

Confina-dos


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2020 Anna García

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Confina-dos, n.º 2 - abril 2020

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-590-4

      Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Parte 1: Silvia y Alex. 6º 2º

       Parte 2: Héctor. 4º 1º

       Parte 3: Confraternizando con el enemigo

       Parte 4: Todo saldrá bien

      Parte 1:

      Silvia y Alex. 6º 2º

      “Estiramos… Mantenemos durante diez segundos… No os olvidéis de la respiración… Utkatasana…”

      —¿Qué haces?

      —Yoga.

      —¿Eso es yoga? Parece que le estés gritando a la vecina mientras tienes retortijones.

      —Shhhh. Por favor. Que me desconcentras.

      —¿Desde cuándo practicas yoga?

      —Desde hoy mismo, y pienso hacerlo todos los días.

      —Ya. Claro.

      —Vete. No me hagas hablar, que me tengo que concentrar en respirar.

      —¿Desde cuándo te tienes que concentrar en…?

      —Alex, ya. ¿No tienes nada que hacer en vez de molestarme?

      —Uy, sí. Un montón —contesta con sarcasmo—. Quedaría con mis amigas, pero resulta que me obligas a quedarme en casa…

      —Claro. Porque el virus este lo he creado yo en la Thermomix, ¡no te fastidia! Que no lo digo yo, Alex, que lo dice el gobierno. Que no podemos salir. Ni tú, ni yo, ni nadie.

      —La vecina de enfrente sale. —Muy seria, dejo de mirar la pantalla de mi Tablet para centrarme en mi hija—. La vi anoche.

      —Estaría sacando la basura…

      Alex me mira enarcando una ceja mientras niega con la cabeza.

      —Y no tiene perro —insiste—. Y no eran horas para ir a la farmacia o al médico.

      No me extrañaría que esa loca estuviera pasándose por el arco del triunfo la prohibición de salir. Es la misma que pone la música de Raphael y el Puma a todo trapo todos los domingos por la mañana. La misma que vive asomada a la mirilla y no duda en abrir la puerta en cuanto ve algo que no le agrada. La misma que se queja constantemente de que sus vecinas de arriba, un grupo de estudiantes, pisan muy fuerte en el suelo y hacen un ruido infernal. La que tiene frita a la cartera, que en breve se negará a repartirnos más cartas. E incluso tengo grandes sospechas de que es ella la que roba ropa de los tendederos del terrado.

      —El friky ese ha cambiado de postura hace rato… —dice Alex, señalando la pantalla de mi Tablet con un dedo y devolviéndome al presente de golpe.

      Chasco la lengua y me doy por vencida.

      —¿Y deberes? ¿No tienes?

      —Ya los he hecho todos.

      —Ni de coña.

      —¿Por qué nunca me crees?

      —Porque tu fama te precede.

      —Te lo juro, mamá.

      —De acuerdo. Te creo. Sígueme.

      Por el rabillo del ojo la veo caminar detrás de mí con expresión satisfecha por haberse salido con la suya. O eso le hago creer el tiempo que tardo en ponerle en la mano un trapo y un bote de limpia muebles.

      —¿Qué es esto?

      —Esto es un trapo y esto… —Giro el envase para que pueda leer la etiqueta, pero ella me corta antes.

      —¡Ya sé lo que es! ¡Me refería a por qué tengo que hacerlo yo!

      —Porque yo tengo que bajar a comprar y así te mantienes ocupada.

      —Prefiero bajar yo a comprar.

      —No puedes.

      —¡¿Por qué?!

      —Porque los niños sois los que más lo…

      —Mamá, no soy una niña —me corta—. Tengo catorce años.

      —Lo que tú digas. Mi respuesta sigue siendo no.

      —¡Esto es muy injusto! ¡Me haces parecer una apestada! ¡Encerrada en esta mierda de piso! ¡A ver si viene ya papá a buscarme!

      —Pues siento comunicarte que han recomendado que los hijos de padres separados pasen el confinamiento con el progenitor con el que lo hayan empezado.

      —¡¿Qué?!

      —Yo tampoco estoy entusiasmada con la idea, así que menos dramas.

      —Fantástico… —resopla, dándome la espalda con el teléfono ya en la mano—. Esto no se va a quedar así. Voy a hablar con papá y seguro que vendrá a por mí, aunque tenga que infringir la ley.

      —Sí, seguro que sí. Dejará a su amiguita en casa y vendrá corriendo a buscarte —susurro, justo antes de salir de casa.

      Apoyo la espalda en la puerta, cierro los ojos y respiro profundamente.

      Esta mañana ha salido un psicólogo en la televisión explicando los posibles efectos negativos que esta situación podría provocar. Decía que el confinamiento podría llevar al enfado, a la frustración, al miedo o a la locura, y que todo eso podría ir a más con el paso de los días. Yo llevo solo tres días confinada en casa con mi hija y puedo asegurar que he pasado ya por todos los estadios.

      El