Plato

Obras Completas de Platón


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nunca la verdad? ¿Podría el ignorante en materia de cálculos mentir mejor que tú, queriendo tú mentir? ¿No es cierto, que el ignorante, en el acto mismo de querer mentir, dirá muchas veces la verdad contra su intención y por casualidad, por lo mismo que es ignorante, mientras que tú, que eres sabio, mentirías constantemente sobre el mismo objeto, si te propusieses mentir?

      HIPIAS. —Si, así es.

      SÓCRATES. —¿El mentiroso es mentiroso en otras cosas y no en los números y no podrá mentir al contar?

      HIPIAS. —¡Por Júpiter!, puede mentir igualmente en los números.

      SÓCRATES. —En este caso sentemos como cierto, Hipias, que hay mentirosos en materia de números y de cálculo.

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —Pero ¿cuál será el mentiroso de esta especie? Para que sea tal ¿no es preciso, como lo confesabas antes, que tenga la capacidad de mentir? Porque recuerda que decías, que todo el que es impotente para mentir, jamás será mentiroso.

      HIPIAS. —Recuerdo que efectivamente lo dije.

      SÓCRATES. —¿Pero no acabamos de ver, que tú eres muy capaz de mentir en materia de cálculo?

      HIPIAS. —Sí, eso se dijo igualmente.

      SÓCRATES. —¿No eres también capaz de decir la verdad sobre el mismo objeto?

      HIPIAS. —Sin duda.

      SÓCRATES. —Luego el mismo hombre es muy capaz de mentir y de decir la verdad sobre el cálculo, y este hombre es el que es bueno en este género, el calculador.

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Qué otro, por consiguiente, que el hombre bueno puede ser mentiroso en materia de cálculo, Hipias, puesto que es el mismo que es capaz de hacerlo y el mismo que puede decir la verdad?

      HIPIAS. —Al parecer así debe de ser.

      SÓCRATES. —Por lo tanto, ya ves que es el mismo hombre el que miente y dice la verdad sobre este punto, y que el hombre veraz no es mejor que el mentiroso, puesto que es la misma persona, y que no hay entre ellos una oposición absoluta como tú creías hace un momento.

      HIPIAS. —Es cierto que con relación al cálculo no parece que sean dos hombres.

      SÓCRATES. —¿Quieres que examinemos esto con relación a otro objeto?

      HIPIAS. —En buen hora, si lo crees conveniente.

      SÓCRATES. —¿No estás tú versado también en geometría?

      HIPIAS. —Lo estoy.

      SÓCRATES. —Y bien, ¿no sucede lo mismo respecto a la geometría? El mismo hombre, es decir, el geómetra, ¿no es capaz de mentir y de decir la verdad acerca de las figuras?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Hay otro que él, que sea bueno en esta ciencia?

      HIPIAS. —Ningún otro.

      SÓCRATES. —El geómetra bueno y hábil, es por consiguiente, muy capaz de hacer lo uno y lo otro, y si hay alguno que pueda mentir sobre las figuras, es el buen geómetra, puesto que es el que tiene la capacidad de hacerlo, mientras que el hombre incapaz en este género está en la imposibilidad de mentir. Y así no pudiendo mentir, no puede hacerse mentiroso, en lo cual ya estamos conformes.

      HIPIAS. —Es cierto.

      SÓCRATES. —Consideremos en tercer lugar la astronomía, en la que te creías más versado aún que en las precedentes. ¿No es así?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —¿No se verifica lo mismo respecto a la astronomía?

      HIPIAS. —Así parece.

      SÓCRATES. —En la astronomía, si alguno miente, será un buen astrónomo, el mismo que es capaz de mentir, y no el que es incapaz de hacerlo a causa de su ignorancia.

      HIPIAS. —Así me lo parece.

      SÓCRATES. —El mismo hombre será por consiguiente veraz y mentiroso en materia de astronomía.

      HIPIAS. —Probablemente.

      SÓCRATES. —¡Ánimo! Hipias. Echa una ojeada sobre todas las ciencias, para ver si hay alguna en la que se verifique una cosa distinta de la que acabo de decir. Eres, sin comparación, el más instruido de todos los hombres en la mayor parte de las artes, de lo cual te he oído en una ocasión jactarte, cuando hacías en medio de la plaza pública, en los mostradores de los negociantes, la enumeración de tus conocimientos verdaderamente dignos de ser envidiados. Decías que en una ocasión te presentaste en Olimpia, no llevando en tu persona nada que no hubieses trabajado por ti mismo. Y por lo pronto que el anillo que llevabas (porque comenzaste por aquí) era obra tuya, y que sabías grabar anillos; que otro sello que tenías, así como un frotador para el baño y un vaso para el aceite, todo era producto de tu trabajo. Anadías que habías hecho tú mismo el calzado que tenías en los pies, y tejido tu traje y tu túnica. Pero lo que pareció más maravilloso a todos los asistentes, y que es una prueba de tu habilidad en todas las cosas, fue cuando dijiste que el ceñidor de tu túnica estaba trabajado conforme al gusto de los más preciosos ceñidores de Persia, y que le habías tejido tú mismo. Además, contabas que llevabas contigo poemas, versos heroicos, tragedias, ditirambos y yo no sé cuantos más escritos en prosa sobre toda clase de asuntos; y que de todos cuantos se encontraban en Olimpia, tú eras en todos conceptos el más hábil en las artes de que acabo de hablar, y también en la ciencia del ritmo, de la armonía y de la gramática, sin contar con otros muchos conocimientos, que yo no puedo recordar. Sin embargo, he omitido hablar de tu memoria artificial, que es lo que te hace más honor en tu opinión, y creo haber omitido aún otras muchas cosas. Sea como quiera, echa como te he dicho, una mirada a las artes que posees (que son muchas) y a las demás; en seguida dime si encuentras una sola, en la que, conforme a lo que tú y yo hemos convenido, el veraz y el mentiroso sean dos hombres diferentes y no el mismo hombre. Examina esto en cualquier grado de instrucción, ciencia, o llámese como se quiera, y no encontrarás un arte en que no suceda eso, mi querido amigo; y efectivamente no le hay; y si no, nómbrale.

      HIPIAS. —No podré encontrarlo, Sócrates; por lo menos en este momento.

      SÓCRATES. —Tampoco lo encontrarás después, me parece. Pero si lo que digo es verdad, ¿recuerdas lo que resulta de este discurso?

      HIPIAS. —No veo claramente, Sócrates, a donde vas a parar.

      SÓCRATES. —Eso consiste probablemente en que no haces uso en este momento de tu memoria artificial, y crees sin duda que no debes servirte de ella en este caso. Voy, pues, a ponerte en el camino. ¿Te acuerdas de haber dicho, que Aquiles era veraz y Ulises embustero y astuto?

      HIPIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Recuerdas que el veraz y el mentiroso nos han parecido con evidencia que son el mismo hombre? De donde se sigue, que si Ulises es mentiroso es al mismo tiempo veraz; y que si Aquiles es veraz es igualmente mentiroso; y así que no son dos hombres diferentes, ni opuestos entre sí, sino semejantes.

      HIPIAS. —Sócrates, tú tienes siempre el talento de embarazar la discusión. Te apoderas en un discurso de lo más espinoso, y a ello te ases examinándolo por partes; y cualquiera que sea la materia de que se trate, jamás en tus impugnaciones lo examinas en su conjunto. Yo te demostraré en este acto con muchos testimonios y pruebas decisivas, que Homero ha hecho a Aquiles tipo de la franqueza y mejor que a Ulises, y a éste engañador, mentiroso en mil ocasiones e inferior a Aquiles. Dicho esto, si lo crees conveniente, opón razones a razones para probarme que Ulises vale más. De esta manera, los aquí presentes podrán decidir quién de nosotros dos tiene razón.

      SÓCRATES. —Hipias, muy distante estoy de negar que tú seas más sabio que yo. Pero cuando alguno habla, tengo siempre costumbre de estar muy atento, sobre todo, si tengo motivo para creer que el que habla es un hombre hábil; y como tengo gran deseo de comprender lo que dice, le pregunto, examino