José Ignacio Serralunga

Comedias de humor


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libro la posibilidad de disfrutar de textos muy bien escritos, con recursos poéticos y de estructura que convierten a la obra de este “autorazo”, como decimos los porteños, en un auténtico ciudadano del mundo (y no sólo el teatral), alejado de batallas o grietas que no impliquen superación personal, oficio y seriedad en el momento de transitar la escena y la vida. Es que José es así: además de un gran autor, un tipo increíblemente consecuente con su pensar y su estar en este mundo. Ya sea desde el humor como desde el drama, desde la carcajada hasta la emoción conmovedora, su dramaturgia es como él: franca, genuina, ingeniosa, chispeante y al mismo tiempo sólo posible gracias a un enorme caudal de talento. Por eso en casos como el de José (y sobre todo en su obra) me gusta esperar el telón final para juntar aliento y gritar con ganas:

      ¡QUE VIVA EL TEATRO!

      Luis Alberto Sáez

      Presentación del autor

      Una platea bulliciosa, luces que se apagan, expectativa, toses. La obra va a comenzar. Y comienza. Destino lógico para un texto teatral: espectadores de carne y hueso que disfrutarán, si la cosa sale como uno espera. Para eso uno escribe teatro. Pero también me gusta imaginar a un lector, solo, en una habitación cálida en una noche de frío, a un viajero en un tren, a un veraneante en la arena o en la montaña, atrapados por estas historias que se dejan leer. Me gusta imaginar que en espacios tan diferentes hay un lector solitario que se encuentra con estos personajes, y eso, en definitiva, y sin que lo sepa, es encontrarse conmigo. El placer del solitario autor que se une al placer del solitario y desconocido lector.

      No voy a engañar a nadie, ni a adoptar poses dignas de elogio. La verdad es que estas historias –siempre, ineludiblemente cuento historias, para mí eso es el teatro- estaban por ahí, desordenadas, inconexas, esperando un hilván que les diera forma, unidad, sentido. No las invento, no son el fruto de un intelecto fabricador de historias, no señor. Son el resultado de procesos misteriosos, que van asociando sensaciones, emociones, imágenes que tenían, seguramente, poco en común. La imagen de mi hermanita llorando por haber perdido un juguete, un recorte de diario, el estribillo de una canción, pueden haber sido los causantes de una historia de amor, o de una farsa dieciochesca. Esas pequeñísimas, insignificantes imágenes, se meten dentro de mí y golpean, como una bola de billar, a otras muchas más, que se desalinean y reacomodan con un orden inexistente hasta ese momento. ¿Y cuál es el mérito, entonces? Ése, dejarse impactar, permitir que el desorden genere un nuevo orden, ser lo suficiente mente humilde para aceptar que esos componentes serán los protagonistas, y no uno. Mantenerse oculto, riendo por lo bajo, en silencio, porque suficiente ruido hacen los personajes y sus cuitas, como para entrometerse uno, pretendido autor. Porque esos personajes ya estaban en algún lugar, esperando ser aprehendidos, aprovechados, concretados. No miento si digo que al empezar una obra no tengo idea de qué voy a escribir, y que cuando voy por la mitad de la obra no sé cómo va a seguir, y que cuando se acerca el final ruego que aparezca, de la misma manera que el resto de la historia, esa resolución que dé brillo a la última línea, tan importante como la primera.

      Esta selección abarca aproximadamente la mitad de mi producción dramatúrgica, que viene siendo prolífica, variada y, no me cuesta decirlo, muy bien recibida por los públicos de diferentes latitudes. Espero, ansío, que su lectura produzca lo mismo que me produjo a mí su escritura: sorpresas, emociones, risas, reflexiones. Confío en que eso sucederá, porque es mi método de evaluación: si yo me sorprendí con los giros, si yo me emocioné con algunos gestos, si yo me reí con los disparates ¿Por qué no sucederá lo mismo con quienes compartan mi sensibilidad, mi estilo y mi humor? Ojalá, estimado lector, seas uno de los que comparten conmigo esas condiciones.

      José Ignacio Serralunga

      Comedia en verso

      Me permito sugerir como idea de puesta en escena una estética general de teatro popular, al estilo del circo criollo o de la comedia del arte. La incorporación de elementos musicales como la milonga campera, el tango, la milonga ciudadana, incluso otros extraños al contexto, puede dar brillo a las diversas situaciones.

      Personajes:

       Guapo, un Guapo del 900

       Marco Antonio, delegado del Diablo

       Gabriel, un ángel

       Gorda, gorda, esposa del Guapo

      VOZ EN OFF: Esta historia comenzó

      una noche de tormenta

      oscura como una afrenta

      y más fría que un cuchillo;

      la luna era un gran pocillo

      lleno de helado de menta.

      Era la escarcha tan gruesa

      y tan gélida la luna

      que no se veía ni una

      persona por esos lares.

      Imagínense los bares, más desiertos que la puna.

      (Comienza a verse la silueta del Guapo, apoyado en un farol, a contraluz, luego iluminándose gradualmente.)

      En la puerta del boliche

      de un tal Próspero Lavalle,

      en la esquina de una calle

      con otra, que la cortaba,

      un guapo solo fumaba

      su atadito de Imparciales.

      Como fondo, en la ventana

      recortaba su silueta,

      con un brillo de tafeta

      y un contraluz como el raso,

      sorbiendo lento aquel faso

      que apretaba con la jeta.

      El humo penetra denso

      hasta su pecho caliente,

      pero de cerca se siente

      cuando apoya en el farol

      sus zapatos de charol,

      cómo le tiemblan los dientes.

      GUAPO: A mí me tiemblan los dientes

      y me vibra el cuerpo entero,

      pero no es el frío fiero

      sino el calor que me invade,

      porque unos ojos de jade

      me calientan, cual brasero.

      Para explicarlo mejor,

      esos ojos, dos luceros

      que iluminan mi sendero,

      son de un verde tan profundo

      en cuya hondura me hundo

      cual caracú en el puchero.

      Esas manos delicadas

      son una fuente de lirios

      -la fuente de mis delirios-

      allí abrevo como alondra

      que busca en el monte sombra

      sin sospechar el peligro.

      ¡Esa melenita de oro

      que enmarca, tan delicada,

      su carita redondeada!

      Es tan rubia como el trigo,

      y no parece, les digo,

      que usara agua oxigenada.

      ¡Clamo al cielo y al infierno!

      Quiero a esa rubia en mis brazos,

      enlazada con un lazo

      si hace falta, qué joder.

      ¡A ver quién tiene el poder!

      (Apareciendo