Walter Medina

Por qué te aferras a lo que te hace daño


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supimos lo que estaba bien o mal, lo que nos podía hacer daño o no. El tema es que usamos esta capacidad para medir a los demás. Y ahí nos equivocamos, porque solo puede medir el que tiene la regla, solo puede juzgar el que ve la verdad. Nuestra regla esta distorsionada, nuestra mirada también. Por eso no podemos juzgar. Ni siquiera a nosotros. San Pablo decía “ni yo me juzgo a mí mismo... ... porque él que me juzga es el Señor” (1Cor 4-3). Claramente tenemos conciencia de lo bueno o malo, y tenemos capacidad para juzgar, qué significa entonces este mandato de Jesús. En la oración contemplativa aprendemos a observar nuestras emociones y nuestros juicios. Nuestros pensamientos y creencias. Los observamos como el que observa un árbol o una flor, con desprendimiento. No nos aferramos a nuestros juicios que siguen estando, pero no le damos la intensidad de quien tiene que aplicar un veredicto. Dejamos el juicio para Dios. Podemos contemplar lo que juzgamos, ya que no podemos parar de juzgar, pero lo soltamos. Porque también contemplamos algo más grande que nuestra mirada, contemplamos la belleza del amor de Dios, el único que puede juzgar.

      Es de sabios hacer silencio. Tal vez no podamos dejar de juzgar y tampoco desprendernos de nuestros juicios, pero podemos practicar el no decir lo que juzgamos. Hacer silencio de lo que creemos que sabemos de los otros, es uno de los frutos de practicar oración contemplativa. Con el tiempo aprendemos a tratar con comprensión a los demás y a nosotros mismos. Tal vez no podamos evitar juzgar, pero sí vamos aprendiendo a soltar nuestros juicios, a no tomarlos tan en serio.

      Cuando soltamos nuestros juicios, vamos descubriendo que nuestro juez no era imparcial. En realidad, está enceguecido por su propia historia y no se daba cuenta. “Guías ciegos que guían a otros ciegos...” decía Jesús, “y si un ciego guía a otro, ambos (los dos) caerán en un pozo” (Mt 15, 14). En nuestra ceguera creemos que podemos decirle al otro como debe comportarse. En nuestra ceguera caminamos sin saber a dónde. Los pozos en los que caemos nos enseñan que no estamos mirando la realidad. La realidad es el amor de Dios. Pero nuestro juez, no ve la realidad sino sus miedos. En nuestra historia hubo muchos juicios, experiencias, aprendizajes que hacen que tengamos un juez que nos miente y debemos desprendernos de sus juicios. ¿Cómo sabemos que este juez nos miente? Si no tenemos paz y alegría, podemos estar seguros de que no vemos las cosas como son, no vemos que nada es más fuerte que el amor de Dios. Nuestros juicios son parciales y producen emociones también parciales, no ven toda la realidad como es. El que ve la realidad, tiene paz y alegría.

      Desde niños aprendimos a nombrar lo que estaba a nuestro alrededor. Nombrar, es como poner una etiqueta que nos permitía entender la realidad. Nombrar algo es un intento de conocerlo. Conocer algo nos daba la capacidad de poder manejarlo de alguna manera. Era una necesidad instintiva de tener dominio sobre eso. En el Génesis dice que Dios dejó al hombre que pusiera nombre a todos los animales, plantas y seres vivos. Así le daba el dominio sobre la creación. (Gn 2, 18)

      No solo aprendíamos a poner nombres, etiquetas, a las cosas, sino que también a nuestras experiencias. Todo se almacenaba en nuestra mente con una etiqueta, por así decirlo. Y esta capacidad nos servía para relacionarnos con el mundo sin tener que aprender todo desde cero. Las cosas, situaciones o personas que se asemejaban a lo aprendido las relacionábamos con la etiqueta que ya le habíamos puesto. Nuestra manera de aprender buscaba simplificar la realidad, para poder manejarla. Así fuimos creciendo y dándole significado a todo. Es una capacidad humana maravillosa pero limitada. La realidad es más vasta que nuestros nombres y etiquetas. En un momento nos pudieron haber servido para no tener que pensar si algo era bueno o malo, simplemente mirábamos la etiqueta que nosotros teníamos de nuestras experiencias. Pero hoy, estas etiquetas también nos encierran. No nos dejan ver las cosas como son. Nos condicionan. Por supuesto que son muy valiosas nuestras experiencias, el tema es ver si nos encierran en nuestros juicios o si somos abiertos a tratar de ver las cosas de otra manera. La rigidez mental nos hace ciegos. Muchas veces encasillamos la realidad, a las situaciones o a las personas. Y así vamos juzgando y etiquetando, creyendo que conocemos, cuando nuestra mirada es muy parcial y poco se da cuenta de que lo que acontece, es mucho más grande que lo que vemos. No juzgar, significa estar abiertos a redescubrir lo que acontece minuto a minuto. No se trata de dudar de lo que pensamos o sentimos, sino de no aferrarnos a ello, soltar. Tenemos nuestras ideas y estas constituyen parte de nuestra vida. Pero no podemos aferrarnos a ellas. Debemos soltar lo que pensamos como quien sabe que su mirada no es pura y que está teñida por su historia.

      Capítulo 4. Etiquetas inconscientes

      El juicio que hoy emitimos viene de una etiqueta, que aprendimos y todavía usamos. En nuestros juicios se expresa nuestra historia y esta tiñe de tal forma la realidad que a veces la deforma. Y para entender más como con nuestros juicios no vemos las cosas como son, sino a través de nuestras etiquetas, habría que sumarle a esto lo que está oculto en el inconsciente. El 95% de la información que tenemos es inconsciente. Nuestro pasado no es solo lo que recordamos de él. También hay una historia, experiencias, vivencias, aprendizajes que se realizaron lejos de lo que nuestra mirada consciente percibía y, por lo tanto, hoy no recordamos. Antes que pudiéramos pensar o hablar ya aprendimos lecciones grabadas a fuego en nuestra alma. Y estos aprendizajes también formaron un modelo mental, una etiqueta, con la que rotulamos sin darnos cuenta toda experiencia similar.

      Muchos de nosotros, y sin que pase nada grave, fuimos víctimas de un tipo de abuso o carencia que sucedió sin que pudiéramos darnos cuenta. En otro capítulo veremos las necesidades vitales insatisfechas que teníamos. Ahora solo nos referimos que muchas de estas experiencias las guardamos en el inconsciente. Así, cuando una situación sea similar a lo vivido, reaccionaremos con la intensidad de la primera experiencia antigua que nos enseñó a ver algo de una manera determinada. A veces, lo que vivimos en lo cotidiano, nos puede hacer sentir o reaccionar, en un instante, de forma desproporcionada. A veces, no nos entendemos, ni nosotros mismos. Pero al saber cómo es nuestra naturaleza, podemos mirarnos con cariño y comprensión. En la oración contemplativa aprendemos a aceptar este mundo que no conocemos de nosotros mismos con confianza y paz. Aceptarnos no es descubrir todos los rincones inconscientes de nuestra alma. Basta con saber que existen en nosotros, como un mar profundo del que no podemos sondear todas sus aguas. Aceptar que nuestra mirada está teñida por una historia consciente o inconsciente nos ayuda a desprendernos de nuestros juicios, a no creerle a todas nuestras emociones y a confiar en la verdad. En la oración contemplativa, aprendemos a aceptar esta condición humana en la que tenemos juicios, memorias, aprendizajes conscientes e inconscientes, creencias y etiquetas que nos hacen percibir el mundo de una manera determinada. Así entendemos por qué no vemos la verdad. La verdad es que todo va a estar bien, Dios es un sol de amor que brilla más fuerte que cualquier oscuridad que haya en nuestra vida. Se trata de soltar la mentira que vemos y creer en la verdad.

      Aceptar que no vemos nada puramente como es, nos ayuda a dar el salto de la fe que si ve. La fe, ve la realidad del amor de Dios, y construye su casa sobre esta roca firme. Esto lo practicamos en la oración, aprendiendo a aceptar este mundo emocional, dejándolo ser y al mismo tiempo amándonos como somos.

      Capítulo 5. Aprender a recibir

      Aceptar lo que acontece no es fácil. Suceden muchas cosas que lamentamos día a día. Nos resistimos a ellas, tratando de que no existan. Pero no pensemos que solo nos cuesta aceptar lo que consideramos malo. También nos cuesta aceptar lo bueno. Estamos tan acostumbrados a los problemas y conflictos, a nuestra oscura manera de percibir que nos cuesta entrar en la luz. Nos resistimos a una nueva manera de vivir, en donde lo primero que tenemos que hacer es aprender a recibir una buena noticia.

      En nuestras etiquetas y juicios aprendimos algo que no es verdad. Y para entrar en la verdad necesitamos romper con esas viejas creencias conscientes o inconscientes. En nuestra mentalidad a veces estamos buscando problemas todo el tiempo. Si no es esto, es lo otro. Siempre hay algo inquietante qué pasa o puede pasar. El miedo termina siendo una constante en nuestra vida. Y hay miedos que existen desde niños, que solo cambian de objeto, pero siempre están activos buscando algo que temer.

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