los acompañaron. No siempre es fácil separar la espada de la cruz en el examen histórico de esa época de conquista. La forma de religiosidad a que dio lugar el impacto de ese Cristo ibérico fue gestándose como resultado de un largo y penoso proceso. Primero tenemos el traumático encuentro de los españoles y portugueses con las culturas indígenas y después con la africana: los europeos conviviendo por primera vez con «el otro» en tierras de ultramar, separadas de Europa por un océano. Luego los avatares del proceso de conquista y dominación, en el cual la superioridad tecnológica, la astucia militar y la alianza con pueblos enemigos dominaron imperios indígenas a velocidad sorprendente, dando en algunos casos lugar a genocidios. Vino a continuación el desarrollo de las instituciones eclesiásticas, el Catolicismo instalado como poder durante el largo período de pertenencia a los imperios español y portugués, en medio de tensiones entre el poder civil y el militar por un lado, y por otro entre los misioneros sacrificados y los funcionarios impacientes.
Al quebrarse el orden colonial en las primeras décadas del siglo diecinueve el papel del cristianismo en la sociedad sufrió también transformaciones. El continente experimentó los comienzos de un proceso de secularización y de penetración de los movimientos de expansión comercial y cultural de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Las elites intelectuales emancipadoras criticaron o rechazaron el orden colonial, incluyendo el papel de la iglesia y la ideología religiosa que sostenía el imperio, pero la iglesia tenía arraigo político y fue poco a poco reconquistando el poder. Ese es el momento en el cual hace su aparición el Protestantismo en Iberoamérica. Cualquier reflexión sobre la presencia protestante ha de hacerse recordando que la predicación protestante inicial se da contra el trasfondo de una cristiandad en decadencia o transformación, y no en el seno de un paganismo puro. Sólo en el caso de las comunidades nativas de las zonas selváticas se puede decir que el ambiente en el cual predican los misioneros protestantes es totalmente extraño al cristianismo. En este estudio voy a referirme a la forma en que el pensamiento evangélico latinoamericano interpretó la realidad espiritual del continente y articuló su mensaje acerca de Jesucristo.1
El Protestantismo tiene en la actualidad una presencia vigorosa en América Latina. Especialmente las iglesias pentecostales y evangélicas que podrían ser descritas como formas de «protestantismo popular» han venido creciendo numéricamente en forma notable, y haciendo sentir su presencia. La significación social y política de esta minoría es ahora objeto de atención por parte de los estudiosos de la realidad latinoamericana. En el mundo académico, que en el pasado estuvo dominado por sectores marxistas o católicos, se ha ido superando la indiferencia u hostilidad con que siempre fue tratado el protestantismo latinoamericano. Las jerarquías católicas del continente y algunos sociólogos no actualizados continúan interpretando este crecimiento protestante con la clave de una teoría de la conspiración que lo atribuye a un plan de penetración ideológica proveniente de los Estados Unidos. Sin embargo hacia la tercera década del siglo veinte ya había un protestantismo latinoamericano con características propias reconocidas. En la década de 1990 un antropólogo norteamericano escribió un libro de más de 400 páginas cuyo título es una pregunta candente: «¿América Latina se vuelve protestante?»2
He escrito este libro con la convicción de que hay una realidad histórica y social bien establecida que se puede describir como protestantismo latinoamericano, y que es posible trazar el mapa de un desarrollo teológico en el seno de ese protestantismo. Para empezar, me remito a un esfuerzo interpretativo de esa realidad que es un libro denso, claro y teológicamente bien informado: Rostros del Protestantismo latinoamericano, por el teólogo argentino José Míguez Bonino.3 En la introducción de su obra Míguez Bonino plantea la cuestión y da por sentado que existe un sujeto llamado protestantismo latinoamericano. Sin embargo, refiriéndose al título de su libro «Rostros del protestantismo latinoamericano» dice: «La imagen que evoca el título que he elegido es ambigua; ¿son ‘rostros’ distintos porque se trata de diferentes sujetos? ¿O son ‘máscaras’ de un sujeto único, y en ese caso, cuál es el rostro que se oculta tras esas máscaras?»4
Míguez estudia el rostro liberal del protestantismo latinoamericano, el rostro evangélico, el rostro pentecostal, y el rostro étnico. La lucidez proverbial de su análisis va precedida de una toma de posición existencial que Míguez ofrece casi en tono de confidencia, al decirnos que tomó su decisión de ocuparse del tema porque quería aclarar para sí mismo su propia «identidad confesional y doctrinal». Y prosigue diciendo eso que tantos otros que nos ocupamos en estos menesteres diríamos también, con la misma fuerza vivencial que él pone en el párrafo citado:
...si trato de definirme en mi fuero íntimo, lo que ‘me sale de adentro’ es que soy evangélico. En ese suelo parecen haberse ido hundiendo a lo largo de más de setenta años las raíces de mi vida religiosa y de mi militancia eclesiástica. De esa fuente parecen haber brotado las alegrías y los conflictos, las satisfacciones y las frustraciones que se han ido tejiendo a lo largo del tiempo. Allí brotaron las amistades más profundas y allí se gestaron distanciamientos dolorosos; allí descansan las memorias de los muertos queridos y la esperanza de las generaciones que he visto nacer y crecer.55
Personalmente me sitúo en lo que llamo «Protestantismo evangélico», uno de los rostros que Míguez describe con precisión. Ello significa que reconozco que hay dentro de América Latina un hecho histórico y actual denominado Protestantismo, que es polifacético, y que mi propia posición es uno de esos rostros. No voy a detenerme aquí en un estudio de las diversas interpretaciones del hecho protestante que he intentado examinar en otros trabajos.6 Reconozco que mi percepción está determinada y limitada por mi propia experiencia del Protestantismo, y que a veces al usar el término «evangélico» lo he hecho para referirme a las formas de Protestantismo más cercanas a la que yo profeso.7 Al mismo tiempo, sin embargo, me siento solidario con la cuidadosa caracterización de Míguez respecto a las marcas históricas de nuestro evangelicalismo, con sus luces y sombras y con todas las salvedades necesarias. Por encima de todo, yo siempre he sentido la convicción que Míguez expresa tan bien:
Lo que he llamado ‘el rostro evangélico del protestantismo latinoamericano’ define su identidad desde el comienzo y hasta el presente. Y no es pensable una identidad protestante latinoamericana que excluya estos rasgos. Es más, me atrevería a decir que el futuro del protestantismo latinoamericano será evangélico o no será.8
En su prefacio y a lo largo de su libro, Míguez señala con precisión que hay áreas de nuestra historia y nuestra manera de ser como evangélicos latinoamericanos que recién están explorándose, pero que son indispensables para la reflexión sobre nuestra identidad. Ofrezco este estudio como aproximación a una de esas áreas que requieren exploración, y es la forma en que los protestantes latinoamericanos pensaron y proclamaron su fe en Jesucristo a lo largo del siglo veinte. Creo que el núcleo del pensamiento evangélico en América Latina es cristológico. Así lo ha expresado Justo L. González: «La teología no es cuestión de especular acerca de los más recónditos misterios de la sustancia divina; es cuestión de hablar de Dios allí donde Él se nos da a conocer: en Jesucristo el Señor.»9
La centralidad del tema cristológico se explica tanto por la herencia teológica recibida del protestantismo misionero como por la respuesta contextual a la realidad cultural y espiritual de América Latina, un continente nominalmente cristiano. Emilio Antonio Núñez ha dicho con toda claridad que «Si el Cristo católico llegó a nosotros vía España, el Cristo del protestantismo ha venido de otros países europeos –como Inglaterra, Francia y Holanda– y de los Estados Unidos de Norteamérica… El Cristo protestante representa la herencia de los reformadores religiosos del siglo XVI, aunque Él no se originó con ellos ni por medio de ellos.»9 Núñez describe las notas del Cristo que los evangélicos recibieron como su raíz bíblica, su mensaje salvífico «que tiene como centro y circunferencia a la persona de Jesucristo» y su visión individualista. Míguez coincide con esta descripción de Núñez y así nos dice: «El protestantismo misionero latinoamericano es básicamente «evangélico» según el modelo del evangelicalismo estadounidense del «segundo despertar»: individualista, cristológico-soteriológico, en clave básicamente subjetiva, con énfasis en la santificación.»10
He seguido una aproximación