Dedicatoria
Si tus ojos lo ven, es cierto, ha sido verdad.
A las palabras, porque honren siempre la memoria de los que ya no están.
Del silencio, imágenes
Jordi Panyella
Barcelona, primavera del 2020
Para un periodista de papel y de palabras, un animal de tinta y rotativa, el mundo al revés significa que, de la noche a la mañana, aún sin saber muy bien por qué, la imagen capturada en una fotografía se convierte en su canal de expresión, y el discurso en una ristra sin fin de estas imágenes. Ningún vocablo, ningún verbo, ningún elemento de puntuación, ningún signo de puntuación, ningún signo de exclamación. Increíble, pero cierto, es así, es la metamorfosis imposible hecha realidad.
De repente el mundo es algo tan nuevo como desconocido y las palabras, herramienta de trabajo de cada día, aparecen como sobreras. El lenguaje del mundo antiguo ha pasado a la historia. Lo que se ve ya se manifiesta por sí solo, no es necesario escribirlo negro sobre blanco. El relato se transforma en un desfile visual, en un viaje que va del silencio más profundo, doloroso, espantoso, a la inverosimilitud más irreal, más histriónica. El abismo en la calle, el abismo dentro de casa.
Para un periodista acostumbrado a vivir y ver las noticias desde la barrera de la privilegiada primera fila, desde la línea roja que obliga a la no-interferencia en los hechos que se deben explicar, vivir dentro de una noticia gigantesca, una noticia que lo llena todo, una noticia que marcará la vida de toda una generación, se siente como un hecho excepcional, único, irrepetible. De repente, la calle se vuelve una fuente de hechos noticiables, en una concatenación de sucesos que deben ser explicados, cada uno de ellos, porque todo se convierte en novedad, en profecía de una realidad desconocida. No existen suficientes ojos para mirar, no existen suficientes objetivos para tantas fotografías que hay por hacer, para tantas imágenes únicas que capturar.
Hay noticias que marcan la vida de un profesional de la información, y hay hechos históricos que van mucho más allá de la simple noticia y que marcan el mañana de toda una generación. Covid-19 se escribirá con letras mayúsculas en los libros del futuro que explicarán el pasado, este nuestro presente que aún tiembla, aún tan inestable, tan cargado de dudas y debilidades. El mundo no volverá a vivir una primavera como la del 2020 porque otra crisis como esta no dejaría fuerzas ni para combatirla, ni para poder ser explicada. Se perderían las palabras, después las imágenes, se perdería todo. Los diarios no podrían subsistir a otro trimestre de quioscos cerrados, ni los hoteles podrían seguir funcionando con el cartel de «No se admiten clientes» en la puerta, ni los autocares volverían a circular por las autopistas sin pasajeros, ni nada, ni ninguna actividad humana tendría sentido si lo que se lo da, el hecho de vivir, volviera a desaparecer de las calles y las plazas.
El universo que nos era tan familiar se transmudó en un estadio irreconocible en la primavera del año 2020. Una realidad invisible en forma de virus, tan diminutamente microscópica como letal, puso de patas arriba la cotidianidad hasta hacer imposible el gesto más simple. Las palabras decayeron, las imágenes inverosímiles lo llenaron todo, las calles se hicieron grandes, de dimensiones irreales, las multitudes invisibles, los sentimientos se desbordaron, las alegrías murieron, el miedo se apoderó de todo y de todo el mundo. Del sueño al insomnio. Del pedestal a la mazmorra. Del cielo al infierno. Del amor al llanto, del abrazo fraternal a la ausencia del otro. Vivir para intentar no morir, todo quedó reducido a esto, y aún.
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