padre, Isaías 9.
La diferencia entre una persona sana y una perfeccionista es que la sana controla su vida, mientras que, a la perfeccionista, la controla y dirige su compulsión. La persona sana es libre y elige libremente; la perfeccionista no es libre, sino que tiene que…, debe…, debería tener éxito, ser perfecta… Esto supone un cautiverio, un encarcelamiento del espíritu libre, un “entrampamiento”.
El perfeccionismo parte de una creencia: Los perfeccionistas creen que su valor se mide por sus resultados y, por tanto, es lógico que los errores les resten valor personal. También creen que la única forma de impresionar a los demás es ser perfectos. En cierto sentido, se ven a sí mismo como solistas; no forman parte de un equipo, sino que compiten por sí solos. Y las emociones obvias que resultan de esa concepción son el temor y el pánico. Los perfeccionistas temen el enojo y el castigo ajenos, pues saben que, de un modo o de otro, tienen que pagar sus posibles imperfecciones. Así renuncian al respeto de los demás, y su confusión emocional les provoca soledad, tristeza y depresión, amigas íntimas de la ansiedad.
La ansiedad puede presentarse bajo tres rostros diferentes y cada uno de ellos tiene su propia forma de atacar la fe.
Por eso, podemos hablar de ansiedad mental (tiene su principal área en la mente); la ansiedad somática (se manifiesta en el cuerpo) y la evasión (se muestra en nuestro comportamiento, que inútilmente procura alejarnos del temor).
Dado que somos una unidad existencial, no podemos disociar la integralidad de lo que es un ser humano. No obstante, la complejidad de lo que es una persona, llevó a los estudiosos a inmiscuirse en las distintas áreas del ser humano, en cuanto a su comportamiento. Ahora, tratemos de la ansiedad mental.
Es la psico-espiritual. Este tipo de ansiedad se presenta normalmente como preocupación. Los que se preocupan en exceso se sienten miserables, a fuerza de repetirse ideas intranquilizantes. A veces la duda normal que está abarcada por “la ocupación de nuestros asuntos”, se torna en duda neurótica, la que comprende la “preocupación de nuestros asuntos”. Y ¿qué haremos con miren los lirios del campo? Vivir el hoy como don de Dios es, en verdad, un signo de nuestra madurez en Cristo, que exige un esfuerzo en nuestro psiquismo, ya que existe una íntima relación. Pero ¿qué sucede? El mundo nos insta a una latente ansiedad, eso que llamamos ansiedad flotante. Los cristianos debemos apartarnos de estas energías desestabilizadoras que el mundo a cada instante, desea imbricarnos. Hablar del mundo, es hablar de personas que, desde su secularismo, incluso hasta detestan que otros vivan según su creencia. “Fijemos la mirada en Cristo y en su Iglesia…”.
Las ideas intranquilizantes a veces persisten; son pensamientos que generan lo que llamamos la duda patológica porque paraliza al ser humano en el modo de ver las cosas. Y durante este período ¿cómo vamos a ver los lirios del campo? Si no “fijamos la mirada en el Señor”, (Hb 12), estos pensamientos persisten a pesar de todo el esfuerzo que hace la persona por librarse de ellos. De ahí, la insistente exhortación a acudir a la formación, entendida ésta como la que da forma a la vida de acuerdo con la enseñanza la Iglesia.
Cuando este tipo de ansiedad nos alcanza, tendemos a elaborar monólogos preocupantes. Prestemos especial atención al elemento perdedor que contienen, a la perspectiva de futuro irreal en lugar de un presente real, al hecho de que la angustia está vinculada a los pensamientos y no a una sensación de punzada en la boca del estómago o de cualquier órgano que se nos inculpa.
Algunos ejemplos de monólogos preocupantes podrían ser:
> “Tengo temor de cometer el pecado imperdonable, aquel contra el Espíritu Santo, o sea, rechazar el amor de Dios. He tenido pensamientos que podrían ser una blasfemia al Espíritu Santo. Desearía tener seguridad de mi salvación, pero no puedo. Es cierto que mi guía espiritual, el sacerdote o mi guía espiritual me dice que no tengo que de qué preocuparme, pero… ¿si se equivoca?”.
> “Mientras estemos de vacaciones, estoy seguro que van a entrar ladrones a la casa y nos van a robar las pertenencias. Les pasó a los vecinos de la cuadra el verano pasado. ¡No voy a tener tranquilidad mientras estemos fuera!”.
> “¿Y si pierdo mi puesto de trabajo? Sé que mi jefe dice que está satisfecho conmigo, pero quizá lo hace para que no me entere de que planea despedirme la próxima temporada. ¿Qué puedo hacer?”.
> Mi novia no estaba en la casa cuando la llamé por teléfono. Esto me da la impresión de que está saliendo con otro. ¿Y si me abandona?”.
Debemos reconocer que muchas de las personas que se preocupan de esta manera no son siempre “los otros”, ajenos a la Iglesia, sino “nosotros”, miembros de la Iglesia. Se escucha la verdad en la Escritura y en la Iglesia. Solemos olvidarnos de esto cuando estamos frente a motivos de ansiedad. Y volvemos a pensamientos atemorizantes. Hacemos listas mentales de las cosas que podrían salir mal y atestan nuestro cerebro con las reservas que pensamos que debieran acumular en previsión de futuras calamidades.
La tendencia es practicar esperar lo peor pensando que de esta manera, al menos, no nos veremos sorprendidos cuando la tragedia suceda. Muchas de estas reflexiones comienzan con las palabras “y si…”. En contraposición, el Señor nos dice “miren los lirios del campo”.
Los sentimientos de preocupación y prisa, retienen nuestras reflexiones ya sea en el pasado o en el futuro. La preocupación orienta la atención hacia las posibles calamidades que podrían presentarse en el provenir. Y para brindar evidencia del peligro que tenemos por delante, a menudo, se refiere a sucesos negativos del pasado, insistiendo en que las cosas siempre nos han ido mal y recordándonos cómo contribuimos siempre a nuestra propia desgracia.
Si tomamos los ejemplos anteriormente citados, la persona que se preocupaba de que su casa fuera invadida por ladrones, no lograba disfrutar el presente, es decir, unas vacaciones ganadas con esfuerzo. En lugar de ello, centraba su atención en la horrible posibilidad de que al regresar encontrara una tragedia. Tomaba la experiencia que había sufrido su vecino como “evidencia” de la probabilidad de que le pudiera ocurrir el siniestro.
¿Y qué es la evidencia? Se nos presenta en el “intelecto” cuando el objeto (en este caso el robo) aparece inmediatamente como máxima claridad.
Ahora bien, en este caso, es irreal. Es por ello que nuestra energía psíquica, debido a nuestras tendencias, pueden hacer que nuestra mente perciba una realidad como presente. Y en realidad es irreal. No existe porque no nos sucedió a nosotros. Esto es, que cuando tomamos la experiencia vivida de otros, en este caso, el siniestro, se vivencia la probabilidad.
La evidencia es la claridad con la que el objeto aparece a una facultad cognoscitiva.
Podemos referirnos a dos tipos de evidencia: la intrínseca (fundada en el objeto) y sensible (se apoya en el juicio de la realidad), por ejemplo: la mesa está acá. Por otro lado, la extrínseca (fundada en el sujeto) e intelectual (la cual se elabora en la inteligencia), por ejemplo, “no robar” (me lo da la inteligencia).
Existen dos grados inferiores a la evidencia; a uno de ellos nos referíamos previamente: a) La probabilidad, que es la relación entre lo favorables y lo posible. Pero existe también: b) La posibilidad, es lo contradictorio. Se da el término medio. Por ejemplo, si al votar, la gente vota el 50 y 50 %, hay posibilidad. En cambio, aunque por encuestas casi exactas, incluso la votación llegara a ser el 51 y 49%, hay la probabilidad. Lo mismo se puede emplear con el tiempo.
Aunque los científicos no conocen todas las causas que generan la preocupación, cualquiera sea la etiología, el esquema mental de la preocupación es contraproducente. Los cristianos, tenemos a Cristo como único soberano. En vez, si nos concentráramos en evitar aquellas cosas que nos producen ansiedad, podríamos disminuir e incluso dejar de preocuparnos y así estar en consonancia con los lirios del campo. La enseñanza de Jesucristo es que no nos ocupemos, ya que el Padre se ocupa.
Muchas personas, cuando están frente a un problema recurren a tácticas evasivas que les impiden precisamente solucionar sus conflictos ya que “lo que no es asumido, no es redimido” (San Ireneo). Algunas cosas que se escuchan: “No quiero saber qué es lo que hace mi hijo adolescente cuando