se va sin anunciarlo, en voz baja, escondiéndose entre la gente y bajando las escaleras hasta la calle.
La posibilidad de elegir y la forma de hacerlo tiene que ver con lo prescindible, con las muchas maneras y estrategias para gestionar lo que no es necesario y sus derivadas lógicas de visibilización. Esta sería una de las muchas.
Cómo operar con los excedentes cuando se vinculan al capital y/o al reconocimiento lleva como respuesta implícita la hipervisibilidad. Y cierto que las lógicas son muy diversas, pero esta última que refiero y en sus variadas manifestaciones me parece aquí interesante, pues se vale del amago de “desa-parición” para provocar justamente una mayor “visibilidad”.
Es lo que no puede ser visto (y se advierte) lo que se nos posiciona como deseo, a veces desde la curiosidad, y otras desde la necesidad. Cuando algo se prohíbe e imposibilita punza por ser transgredido. O si se esconde, pero también si desaparece de manera anunciada, intencionada y publicitada, late el deseo de recuperarlo. O aquello que “ya” se va a echar en falta porque se percibe como pérdida. En este último caso, pienso por ejemplo en aquellos conocedores de las dinámicas del ver y del deseo que anuncian su marcha de las redes sociales, logrando en el gesto una mayor visibilidad y en su (previsible) regreso una mayor expectativa.
No en pocas ocasiones, es aquello que hacemos prescindible públicamente lo que nos interpela como posible necesario. Porque lo que se eclipsa o esconde ante los demás genera en el otro la duda y el valor añadido de que se esconde por ser preciado. De hecho el ocultamiento puede ser considerado como forma de renuncia, ese posicionamiento que suele sustentarse en valores idealistas. Como, por ejemplo, los trabajos anónimos donde la autoría desaparece como crítica a un sistema, pero también como demostración pública de sacrificio y renuncia a la fama ante el posible éxito de la obra.
Este posicionamiento revierte casi siempre justo en lo contrario, incrementando la curiosidad por “quién se esconde detrás de ese espacio en blanco” de la autoría, de ese sujeto anónimo. En esta línea algunos productores en la red defienden el anonimato de su obra, convirtiendo su ausencia en un acicate para revalorizarla y dar mayor autonomía y libertad a su trabajo; pero también usándola como seña de identidad que en un futuro les singularice en el mercado y les popularice. En este caso, la equivalencia teje una relación de la invisibilidad premeditada con el valor y el capital.
La visibilidad marca el valor social del excedente. De hecho, en la actualidad, no pocas veces opera como pago. No me refiero solo a la vanidad del que comparte lo que hace buscando ojos, sino también, tanto en proyectos colaborativos, altruistas y solidarios en la red (donde la visibilidad actúa como reconocimiento y autoridad moral); como en trabajos insertos en engranajes abiertamente capitalistas. Estos últimos, curiosamente, se valen del valor inmaterial de la visibilidad para acrecentar el prestigio en un trabajo reiterado, expuesto y público, que posteriormente generará negocio y empleo; pero también para precarizar a muchos y promover su inversión bajo la esperanza de un futuro canje de visibilidad por dinero.
Conviven así en un mismo escenario lecturas muy distintas de la potencia de la visibilidad online, situando arcos diferentes del valor y el capital. En el primer caso que les apunto, la visibilidad como herramienta para asentar nuevos valores vindican “lo que no es capital” y revalorizan, por ejemplo, la ética, la credibilidad, una autoridad y el reconocimiento social. La multitud en este caso demuestra que es posible asentar nuevos significados de “lo que importa”. De otro lado, la visibilidad como pago parcial para emprendedores o como pago suficiente para los precarizados por el sistema, bajo la excusa de una enésima crisis, convirtiéndolos en entusiastas becarios sin sueldo, trabajadores creativos que a veces cobran y casi siempre no, trabajadores en prácticas que casi siempre pagan ellos, entre otros.
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