Pilar Tejera Osuna

Damas de Manhattan


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ganar un derecho mucho más básico: el de la autopropiedad. «Las mujeres no pueden limitarse a ser demócratas o republicanas. Deben ser algo más —declaró—, deben ser seres humanos y formar parte del gobierno. Hasta ahora, han abrigado escasas ideas políticas y por ello deben ser impulsadas a pensar más».

      Fue una figura con una visión periférica de la vida. Una máquina de pensar, de actuar, con ideas que quiso hacer extensibles al resto de la sociedad, ideas respecto a las condiciones laborales de los trabajadores, a las leyes, la política, la economía, el comercio e incluso al ejército. «Deberá tenerse previsto un Tribunal Internacional, al que se remitirán las disputas de los pueblos y naciones para el arbitraje, sin apelación a las armas; dicho tribunal mantendría solo un ejército y una armada internacional». Sus propuestas visionarias casi asustan. Varias generaciones después, muchas de sus propuestas han sido implementadas y algunas aún están en debate.

      Parecía que Victoria Woodhull ya había recorrido su propio sendero en favor de la justicia, pero guardaba aún un as en la manga. En 1872 anunció en el Apollo Hall de Nueva York que se presentaba candidata a la presidencia de los ee. uu. por el partido Equal Rights que abogaba por el sufragio femenino y la igualdad de derechos. Proponía, además, como vicepresidente, nada menos que a un afroamericano, el reformador social y abolicionista Frederick Douglass. Aquello ocurría cuatro décadas antes de que se aprobara el sufragio femenino. Algo impensable.

      Durante su campaña electoral llevó a cabo punzantes campañas criticando la hipocresía en los círculos de poder, incluyendo el de la religión. Las reformas que propugnó para la clase trabajadora en detrimento de la elite «corrupta y capitalista», fueron muy controvertidos. Abogó por el derecho de la mujer a decidir con quién casarse, derecho a divorciarse y a tener la custodia de los hijos sin la interferencia del Gobierno. Y desde luego vivió según los preceptos de libertad que ella misma predicaba: Llevaba conviviendo simultáneamente y desde hacía años, con dos de sus esposos. Victoria encandilaba a las masas, hipnotizaba al público que llenaba los aforos de las salas donde hablaba. Gente que no solía asistir a las conferencias de las sufragistas, pagaba de buen grado la entrada cuando ella hablaba. Le llovían las invitaciones para hablar, pero también acabó granjeándose poderosos enemigos.

      Su meteórico ascenso estaba a punto de acabar en desastre. El día antes de las elecciones presidenciales fue arrestada bajo el cargo de enviar por correo «material obsceno», algo penado por la ley. El origen de aquel supuesto delito estaba en la publicación de un artículo sobre el romance adúltero de un prominente ministro religioso. En este caso los detractores de Victoria supieron dar con argucias jurídicas ya que se trataba de información publicada en su diario y enviado a los suscriptores. Aquello sumó gran cobertura mediática a su candidatura, pero impidió que prosiguiera con su campaña electoral.

      Victoria siguió luchando por sus ideales, aunque en un momento dado la suerte le dio la espalda. Fue acusada de prostitución, de difamación y pornografía. Se sentó varias veces en el banquillo de los acusados y fue encarcelada. A partir de ahí cayó en desgracia, se arruinó y fue abandonada.

      Menos de un año después de divorciarse de su segundo marido, exhausta y deprimida, decidió poner tierra por medio y emigró a Inglaterra. Al poco de llegar a Londres fue invitada a pronunciar un discurso. Era su primera aparición pública como conferenciante en la ciudad y lo hizo en el St. James's Hall el 4 de diciembre de 1877 ante un abarrotado auditorio. Por uno de esos maravillosos giros del destino, entre los asistentes estaba John Biddulph Martin, un banquero británico que había acudido picado por la curiosidad. Al escucharla, sintió algo como no había sentido jamás, y en ese momento, decidió que haría de ella su esposa. Victoria tenía cuarenta años, pero seguía conservando íntegro su magnetismo. Él, era cuatro años más joven.

      Victoria Woodhull pasó el resto de sus días en Inglaterra. Tras enviudar de su tercer esposo se dedicó a proyectos filantrópicos hasta su muerte, acaecida en junio de 1927 cuando tenía ochenta y ocho años. Apodada por sus admiradores «Reina Victoria» y por sus detractores como «Mrs. Satán», fue posiblemente la mujer más notable de su época. Tal vez la razón de su caída fue que se había adelantado a su tiempo. Varias generaciones después de su muerte, muchas de las reformas que postuló han sido implementadas y algunas aún están en debate.

      En 1980 se estrenó en Broadway Onward Victoria, un musical inspirado en su vida. En 2012, se compuso la ópera Mrs. President, basada también en su historia y en su intento de postularse para las elecciones presidenciales. Y se está filmando una película sobre ella.

      En 2001 Victoria Woodhull, al igual que muchas de las protagonistas que figuran en este libro, fue incluida póstumamente en el prestigioso National Women's Hall of Fame. Hoy, cuando nos licenciamos, viajamos por el mundo, trabajamos, nos divorciamos, logramos la custodia de los hijos o votamos rendimos un tributo a figuras como ella. Figuras de largas faldas que desfilaron por las principales avenidas de las ciudades del mundo con pancartas, que desafiaron las normas imperantes y que fueron detenidas.

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