tormentas, sean cuales sean, nos obligan a desprendernos de elementos que antes considerábamos muy importantes, o que incluso creíamos que eran parte consustancial de nuestra identidad.
En esta pandemia, si hemos de salir debemos quitarnos aretes, anillos, pulseras; adornos que acaso antes considerábamos parte inherente a nuestra personalidad.
También debemos cubrirnos la cara con cubrebocas y lentes. Y entonces nuestros rasgos faciales únicos se diluyen, se pierden.
En un hospital ni qué decir. Al personal de salud apenas si se les identifica con el nombre escrito con plumón negro sobre una bata blanca. Y un o una paciente se vuelve un número: el de la cama o el de la habitación.
Cuando Alex se enfermó, dejó de ser un alegre y bondadoso joven que amaba el futbol y le gustaba la pizza, para convertirse en el paciente del cuarto 1115. Del mismo modo, su esposa, su padre y yo, en un segundo nos convertimos sólo en los familiares del paciente de la 1115.
Es al ego al que le duele. Por ello la Clave para mí fue aceptar con humildad, despojarme y buscar o reencontrar la esencia.
Las tormentas nos desnudan. Acaso por eso dicen que las crisis sacan lo mejor y lo peor de cada persona.
En mi aprendizaje, el despojarse no es opcional; la actitud al respecto, sí. Y una actitud positiva y humilde puede hacer toda la diferencia en el duro proceso.
Reciba con gratitud
En plena tormenta es difícil ver nada que no sea nubarrones, rayos y truenos. Pero, ampliar un poco la mirada es muy importante, porque de lo contrario, podemos estar perdiendo de vista los regalos.
A mi hija Talía le gusta mucho una frase de Harry Potter: “La felicidad se puede encontrar incluso en los momentos más oscuros si recuerdas prender la luz.”
A veces son las pequeñas cosas, como les llama el cantautor Joan Manuel Serrat. Un cuadro con el que nuestros ojos se topan, un mensaje que vemos en algún papel, una fotografía que nos lleva a un lugar feliz.
Otras veces son intangibles, como una sonrisa, una mirada amorosa, una frase en el momento preciso.
Algunas más no son en absoluto pequeñas, como la carta de amistades con donativos que recolectaron para apoyar nuestra estancia en otro país, o masivas ventas de panqués para recaudar fondos, o las horas de trabajo que nos regalaron para que siguiéramos recibiendo honorarios completos.
Otras más, son igual de grandes, pero hay que asirlas con el corazón, como la oportunidad de una comida o una cena con las personas que amamos y que transcurre tan gratamente, como si ninguna nube negra nos atravesara.
La Clave es recibir esos regalos con amor y gratitud.
Cuando arrecia la tormenta:
• Vaya un día a la vez
• Dosifique la información
• Elija lo mejor
• Concéntrese en el árbol, no en el bosque
• Acepte con humildad
• Reciba con gratitud
Cuando llueve sobre mojado
Hay tormentas en las que se acumulan las malas noticias.
En este punto la tormenta no sólo no ha amainado, sino que ya hay boquetes en la barca, el naufragio se convierte en una posibilidad real, y no hay mucho que podamos hacer al respecto.
En estas circunstancias, suele haber sobre exigencias al cuerpo, al ánimo, a la energía. El trabajo físico y emocional aumenta. Y a estas alturas es posible sentirse cerca de un punto de agotamiento.
Tras cinco quimioterapias y 30 kilos menos en apenas cuatro meses, decidieron operar el tumor que crecía, sin inmutarse, en el cuerpo de mi hijo. Y lo que al principio pareció una buena idea, dio lugar primero, sólo a dolor y más dolor; y después, a tumores y más tumores.
En mi experiencia, cuando llueve sobre mojado varias emociones se empiezan a disputar el terreno. El enojo, la tristeza, la desesperanza. Y se reavivan otras, el miedo y la angustia que, no se habían ido, apenas estaban agazapadas a muy duras penas.
Las Claves en esta etapa se pueden resumir en andar con cuidado, como si se caminara sobre cristales.
Tome distancia
Las palabras son poderosas. Deben cuidarse.
Lo que piense y lo que siente, no se lo guarde. Escríbalo. O háblelo con la mejor y más serena de sus amistades. Sáquelo de su cabeza y de su corazón. Pero debe extremar precauciones, en especial con la gente que ama.
En este punto de la tormenta, la sensibilidad aumenta en forma proporcional a la disminución de la tolerancia. Pequeños detalles que antes podíamos pasar por alto, ahora pueden dar lugar a una
escaramuza verbal.
Yo recuerdo haber estado muy enojada. Con cualquier ente superior que me escuchara, claro. Me parecía terriblemente injusto que mi hijo tuviera cáncer. Pero también estaba enojada con seres terrenales. Con mi nuera, por ejemplo, porque hacía o no hacía las cosas de cierta manera (es decir, a mi manera). Con mi hijo, porque no tomaba decisiones que a mí me parecían las correctas. Con mi esposo, porque hacía o no hacía lo que fuera.
La Clave fue tomar distancia.
En esta etapa yo pude hablar con dos de mis amigas sabias: Lía y Celina, que me escucharon sin interrumpir, recibieron todo mi enojo y frustración sin juzgar. Y, luego, dejaron ahí, casi como por descuido, algunas palabras sabias.
Eso me permitió desahogarme, claro. Pero también evitó que al desastre que la tormenta ya causaba, se sumara el que yo podía haber causado con mis palabras llenas de enojo.
Es útil no olvidar que todas las personas involucradas viven su proceso de maneras únicas. Como pueden. A veces, lo mejor que se puede.
Entonces, si la “olla de presión” silba, tome distancia. Físicamente si es posible. Cambie de habitación, tome un café o un té, tome un baño largo, haga al menos diez respiraciones largas, de esas que duran cinco tiempos, salga a caminar.
Durante la infancia de mi hijo y mi hija, cuando cualquier integrante de la familia se enojaba mucho, utilizábamos las palabras “Tiempo fuera”. Cualquiera podía invocarlas. Y debíamos retirarnos a otro espacio. Todos.
Mi sugerencia es: si no pudo tomar distancia antes de llegado el punto de ebullición, invoque el Tiempo fuera. Las tormentas siempre se pueden poner peor innecesariamente.
Descanse
A menudo a estas alturas ya hay un cansancio físico considerable. Y dado que en estos momentos la sensibilidad es la primera que brinca para ponerse a cargo del timón, lo mejor que puede hacer para bajar la presión es descansar.
Tome media hora, una hora, lo que le sea posible; todos los días, o cuando pueda, para hacer algo que usted disfruta. Lo que sea. Y descanse sin culpa. La culpa nunca sirve para nada, pero en estos momentos es como una chinche, molestosa e inútil.
De igual modo, haga lo imposible por dormir bien.
Si la pérdida de salud es la causa de la tormenta, la Clave es la misma. Pero el mensaje tiene especial dedicatoria si es usted quien cuida.
La