Simone Arnold-Liebster

Sola ante el León


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no vas a la iglesia! —gritó una.

      —¡No asistes a clase de catecismo! —chilló otra.

      —¡Te has convertido en una comunista! —exclamó otra más.

      De pie sola en lo alto de las escaleras grité:

      —¡Yo soy cristiana!

      Esto las enloqueció.

      —¡Entonces dinos por qué no asistes a clase de catecismo!

      Yo había leído en la Biblia que Dios no vive en casas hechas por hombres, así que señalé a la iglesia y dije:

      —Dios no puede estar en su interior porque está llena de imágenes que tienen ojos pero no pueden ver y oídos pero no pueden oír, y Dios nos prohíbe tener esas imágenes en el segundo mandamiento y...

      Paré un instante y todas las niñas se callaron cuando de repente oímos a alguien que aplaudía. Al otro lado de la calle, en una costosa mansión, una elegante mujer llamó la atención de las niñas.

      —Dejadla marchar. ¿No veis que tiene la cara de un demonio recién salido del infierno? ¡Escapaos, es peligrosa!

      Una de las niñas salió corriendo inmediatamente muerta de miedo y gritando:

      —¡Corred! ¡Corred!

      Pronto la siguieron el resto, incluso Blanche, Madeleine y Andrée. Me quedé sola. Me di la vuelta y vi a Mademoiselle de pie en el vestíbulo rígida, fría y callada.

      Cuando llegué a la esquina de la calle, me estaba esperando otro pequeño grupo de niños. Algunos comenzaron a saltar hacia mí, daban vueltas a mi alrededor como las abejas alrededor de un dulce y me llamaban “sucia judía, sucia judía”.

      ¿Por qué me llamaban judía? ¿Y por qué sucia? ¡Yo no era ninguna de las dos cosas! La gente que pasaba espantó a los niños.

      La lectura de la Biblia de mamá era de uno de los Evangelios y trataba acerca de la persecución, el odio y los insultos. Me sentía segura de mis creencias basadas en la Biblia. No obstante, quería saber por qué me llamaban sucia judía. Nuestro carnicero era judío y era muy limpio. A mamá le gustaba porque era honrado y amable. Aquella acusación me hacía sentir fatal pero no entendía por qué.

      Sentada en el regazo de papá, mientras escuchaba a mi madre leerme la Biblia, comprendí el significado de esa expresión. Un día sentados a la mesa mis padres me explicaron:

      —A medida que aprendas un poco más de historia, descubrirás que algunos que se llamaban cristianos no permitían que los judíos trabajasen como artesanos o en empleos parecidos. Los aislaban en barrios especiales del resto de los habitantes de una ciudad y los acusaban de haber matado a Dios.

      —Ya lo sabía. El sacerdote nos lo había dicho.

      —Pero Dios nunca vino a la Tierra para que los hombres lo mataran. ¿Cómo podrían matar al Todopoderoso, a la Fuente de la Vida? Dios no aprueba la persecución de los judíos porque Él nunca castiga con el mal a nadie. Además, Dios no hace distinciones entre razas, colores, ricos o pobres, porque Jehová no es injusto. Él es amor. Aquellos que no siguen sus enseñanzas están bajo el poder del mal y pueden hacer y decir cosas malas pensando que están bien.

      Poco a poco, los niños se cansaron de perseguirme por la calle. Les había dicho que Jesús, el Hijo de Dios, era judío y que ser llamado judío era una afirmación muy honrosa. Yo estaba muy orgullosa de ello. Todos los apóstoles y escritores de la Biblia habían sido judíos y yo quería ser como ellos.

      ♠♠♠

      PRIMAVERA DE 1938

      La primavera había llenado de flores los campos igual que los lunares azules, rosas y amarillos de mi nuevo papel pintado. Mamá y yo fuimos a Bergenbach mientras Jean empapelaba mi habitación. Papá iría los fines de semana. Cuando llegó el tío Alfred, estalló otra batalla dialéctica sobre ideologías francesas y alemanas, y se estropeó la comida familiar del mediodía.

      Por la tarde, se encendió otra discusión, en esta ocasión de carácter religioso. Los hombres habían salido a dar un paseo, mientras las mujeres se quedaron hablando. Me costó bastante comprender lo que estaba pasando.

      ¿De qué estaba hablando la abuela? Entonces la tía Valentine dijo:

      —La Biblia es un libro protestante.

      Mamá le mostró en las primeras páginas de la Biblia la firma del cardenal católico. La tía Valentine le respondió:

      —¡Cualquiera puede firmar lo que sea!

      La tía Eugenie añadió:

      —¡Los católicos tenemos los Evangelios y no la Biblia!

      Mamá quiso enseñarles que los Evangelios estaban incluidos en la Biblia, pero ninguna quería verlo.

      —¡Aparta ese libro protestante de delante de mí!

      —Pero, ¡si la Iglesia lo aprueba!

      Sentí que tenía que intervenir.

      —¡Abuela, el sacerdote tiene la misma Biblia!

      —Él tiene el derecho de tener y leer todo lo que quiera. —Mirándonos continuó—: Eres mi hija y ¡será mejor que sigas siendo católica si quieres mantener una buena relación familiar!

      —Mejor tomo el próximo tren y regreso a casa. No me gusta este espíritu inquisitorial.

      Y nos dejó en medio de aquel “nido de avispas”, tal y como llamaba a cualquier discusión. Mamá y yo nos quedamos unos cuantos días más.

      Como cada año, la abuela quería un lechón e intercambiar algunos huevos para introducir “sangre” nueva entre los animales de la granja.

      Subimos hasta la cima de la montaña. El sol brillaba. Como diría la abuela, mordía y, también según la abuela, aquellas nubes presagiaban un cambio de tiempo. Después de una caminata de dos horas, llegamos a un pequeño y tranquilo valle en el que sólo se veían un par de granjas grandes. Al final del valle había una montaña escarpada llamada Felleringenkopf, como el pueblo, nuestro lugar predilecto para buscar moras. ¡Qué alivio llegar finalmente al lugar llamado Langenbach!

      Durante el camino la abuela no dejaba de decirme:

      —Trae a tu madre de regreso a la Iglesia, sino el mal vendrá sobre toda la familia.

      —Pero la Biblia no es un libro malo.

      —El Diablo quiere que te separes de la Iglesia ¡para apoderarse de tu alma! Te mandará directa al infierno.

      —No hay infierno. Y yo no tengo un alma aparte, soy un alma.

      —Eso es lo que hace el Diablo. Consigue que no tengas miedo al infierno y te lleva directamente allí.

      Me contó algunas historias de miedo acerca de la manera encantadora en que puede presentarse el Diablo y de cómo actúa como cebo.

      A la prima de la abuela le alegró recibir noticias del otro lado del valle. Intercambiaron dinero y huevos, y fuimos a buscar un lechón. Aquellos encantadores cerditos rosa corrían por los alrededores. Perseguimos a uno muy escurridizo, le atamos las patas a pesar de los gruñidos de protesta y lo metimos en un saco que llevaba sobre los hombros la abuela. Su prima señaló una pequeña nube y nos aconsejó:

      —Será