Jeff T. Bowles

Altas Dosis


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hipótesis presentada en este trabajo ofrece una nueva perspectiva, según la cual el efecto tóxico de la vitamina D se debe a un déficit asociado de vitamina K. El modelo parte del hecho de que la vitamina D aumenta la expresión génica de proteínas, en cuya activación participa la vitamina K a través de la carboxilación: cuanta más carboxilación se requiera, más disminuyen las reservas de vitamina K en el cuerpo. Como la vitamina K es imprescindible para el sistema nervioso y ejerce una función importante en la protección ante la atrofia ósea y la calcificación de los tejidos blandos periféricos, un déficit de vitamina K produce exactamente los mismos síntomas asociados a la hipervitaminosis D.

      Esta hipótesis parece refrendada por diversas observaciones: los animales con un déficit de vitamina K o con un déficit de proteínas dependientes de la vitamina K presentan síntomas notablemente parecidos a los de los animales alimentados con dosis tóxicas de vitamina D. Además, se ha demostrado que la vitamina D y la warfarina, un antagonista de la vitamina K, poseen perfiles de toxicidad semejantes y ejercen su efecto tóxico de manera sinérgica cuando se combinan. Según esta hipótesis, la vitamina A también protege de los efectos tóxicos de la vitamina D al reducir la expresión de proteínas dependientes de la vitamina K y, en consecuencia, la pérdida de vitamina K. Si se confirma esta hipótesis en experimentos con animales, deberán desarrollarse nuevos modelos para calcular las dosis máximas reconocidas como seguras. De esta manera, los médicos y otras personas implicadas en sanidad podrían tratar a sus pacientes con dosis de vitamina D que alcancen mejor su objetivo terapéutico que las que se aplican en la actualidad. Los efectos negativos se evitarían suministrando la vitamina D junto con las vitaminas A y K».

      Mi comentario personal: En mi opinión, podría dejarse de lado la vitamina A, ya que solo reduce la demanda de vitamina K del cuerpo. Yo he tomado K2 sin problemas, por lo que no hace falta restringir nada, sino al contrario: puede consumirse más con la conciencia tranquila.

      Megadosis

      Cuando comencé mi experimento personal, le conté a una estudiante de Medicina de tercer curso de la Universidad Northwestern que pensaba elevar mi dosis diaria de vitamina D3 de 4000 a 20 000 UI. Ella pensó que estaba loco de remate y me avisó de los múltiples peligros causados por la toxicidad de vitamina D. Mi padre, un médico ya retirado que estudió en la Universidad de Stanford, también me diagnosticó «locura total», y aseguró que esa dosis me mataría en poco tiempo. (Por cierto, con los sorprendentes resultados de mi experimento, he podido convencer a mi padre para que tome 7000 UI al día; en mi opinión, una cantidad demasiado baja todavía). Si decide consultar a un médico normal sobre un proyecto de este tipo, con toda seguridad intentará convencerle para que no asuma ese «riesgo». El miedo ante la vitamina D3 es casi un reflejo y se inculca en los futuros médicos desde el principio de la carrera. Pero basta con leer en internet los escritos del Dr. John J. Cannell, fundador y director del Consejo de Vitamina D estadounidense [el Vitamin D Council es una organización sin ánimo de lucro que ofrece información sobre la vitamina D], para tranquilizarse. Ante los primeros síntomas de un resfriado, Cannell recomienda a sus lectores tomar 50 000 UI diarias durante tres días. También piensa que el aumento de 400 a 800-2000 UI en la dosis diaria recomendada de vitamina D3, aprobado recientemente por una comisión creada por el Gobierno estadounidense, es realmente ridículo y casi criminal. En su opinión, 10 000 UI serían una buena dosis diaria prácticamente para todas las personas. (Para alguien con mi peso —unos 90 kilos—, yo recomendaría el triple).

      Nota incluida posteriormente: Partiendo de mi conocimiento actual, antes de ingerir altas dosis de D3 durante un año recomendaría hacerse un análisis de sangre y posteriormente ir reduciendo la dosis hasta que su nivel se encuentre entre 90 y 100 ng/ml. Sin análisis de sangre —que, como veremos más adelante, son baratos, sencillos de realizar y en principio indoloros—, es muy difícil determinar la dosis adecuada.

      Si aún sigue teniendo reparos con la idea de tomar vitamina D3 en altas dosis, más adelante podrá leer algunos argumentos tranquilizadores. Entretanto piense en un caso de 1966 (también documentado en internet): un grupo de mujeres embarazadas quería evitar que sus bebés desarrollaran un problema de calcio de origen genético, y para ello tomaron durante los nueve meses de embarazo una dosis diaria de 100 000 UI de vitamina D, sin consecuencias negativas para las madres ni para los bebés, que nacieron perfectamente sanos. No obstante, debe tener en cuenta que sus preparados podrían haber contenido D2, la variante más débil de la vitamina D.

      ¡Nueva información! Hace poco he recibido un correo electrónico fascinante de uno de mis lectores que incluye algunos datos novedosos para mí. He aquí un extracto:

      «Creo que su dosis de D3 podría ser todavía demasiado baja. Las empresas farmacéuticas y la American Medical Association [Asociación Médica Estadounidense] han exagerado enormemente sobre la toxicidad de D3. Como usted bien sabe, esta sustancia ha sido investigada y probada con gran exactitud durante mucho tiempo. Prueba de ello es la introducción de las “unidades internacionales” (UI), con las que únicamente se buscaba confundir a las personas. Tampoco es casualidad que los medicamentos con prescripción obligatoria para combatir el cáncer Dalsol, Deltalin y Drisdol [preparados de vitamina D2] se lanzaran justo en el momento en que se descubrieron los efectos positivos de la vitamina D…; de hecho, los tres consisten simple y llanamente en dosis de 50 000 UI diarias de vitamina D. Allí donde pueda ganarse dinero, como es el caso de la industria del cáncer, aparecen inmediatamente los sospechosos habituales y toman el control.

      A finales de los años 20 se discutía acaloradamente sobre la vitamina D, y el Gobierno estadounidense encargó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Illinois, en Chicago, realizar un estudio de nueve años sobre la toxicidad de la vitamina D. Publicado en 1937 bajo el nombre Steck Report, se sometió a prueba a 63 perros y 773 personas. En él se dice: “Entre los 773 sujetos de ensayo, a los que se suministraron rutinariamente dosis diarias de 200 000 UI durante períodos comprendidos entre siete días y cinco años, no se produjo ninguna muerte”. Y continúa: “Uno de los autores del presente estudio consumió personalmente 3 000 000 UI diarias durante 15 días sin que se pudiera detectar ningún tipo de efecto secundario pernicioso”.

      Fuente: Steck, I. E., Deutsch, H. y Reed, C.I. College of Medicine, University of Illinois, Chicago: “Further Studies on Intoxication With Vitamin D”, en Annuals of Internal Medicine, 1937, vol. 10, n.°. 7».

      (Piense que en estos experimentos se utilizaba vitamina D2, que solo tiene entre 1/4 y 1/16 de la efectividad de la vitamina D3).

      3 http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed.

      Mi «peligroso» experimento

      Muy bien, acabamos de ver la historia de la vitamina D y sus supuestos «peligros»; pasemos, por fin, al tema que le interesaba realmente: ¿qué milagros se produjeron en mi experimento personal con dosis extremadamente altas de vitamina D3? Espero que los siguientes párrafos le animen a «devorar» el resto de este libro.

      En el momento en que escribo estas líneas tengo 51 años. Aproximadamente, desde mi 27.º cumpleaños he ido acumulando lesiones y otros achaques que nunca han sanado o desaparecido completamente. Ninguna de estas dolencias era realmente grave, sino más bien de ese tipo de cosas molestas que los médicos no se toman en serio y no tratan adecuadamente (quizá porque no saben qué hacer para remediarlas), a pesar de que a uno le encantaría librarse de ellas. Naturalmente, a los 27 años todavía no era consciente de que estos fastidiosos problemas de salud que estaba acumulando —y que después seguiría acumulando—, probablemente, estaban relacionados entre sí. (Por cierto, más adelante le hablaré de todos los demás problemas que tuve de pequeño, como asma, trastorno por déficit de atención e hiperactividad [TDAH] y esclerodermia y que también están relacionados con las dolencias posteriores. También hablaré de los problemas de salud de mi madre —como artritis reumatoide, depresión, varices, síndrome de fatiga crónica, prótesis de rodilla y abortos—, todos ellos causados, seguramente, por un déficit de vitamina D3, o al menos favorecidos por él, como explicaré después).

      Si esto no ha captado su atención, quizá le interese la posibilidad de prevenir un sinfín de enfermedades: obesidad, enfermedad