Nina Gardner

La Adoración Que Toca El Corazón De Dios


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lo que Él hace. Dios deliberadamente te dio estas llaves para abrir Su corazón en la adoración, y entrar.

      Isaías profetizó, “Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá” (Isaías 22:22, énfasis añadido). Queda claro que Jesús es quien tiene la llave de David cuando Dios recita las palabras de Isaías, “… dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre” (Apocalipsis 3:7). Es por medio de Jesucristo que el patrón que fue iniciado por medio de Moisés, y transformado por medio de David, fue perfeccionado. Tú obtienes las llaves a través de Jesucristo.

      La Ordenación Sacerdotal

      Para Dios tres cosas eran necesarias para la ordenación del oficio sacerdotal, y por tres ocasiones declaró Su propósito. En primer lugar, Dios mandó separar a Aarón como sumo sacerdote, y a sus hijos para que lo acompañasen. En segundo lugar mandó que se les hicieran vestiduras santas para honra y hermosura. Por último, Dios dio instrucciones de consagrar a Su escogido para diseñar las vestiduras para el oficio. Tres veces Dios declaró el propósito, “a fin de que me sirva como sacerdote” (Éxodo 28:1-4, LBLA).

      David siguió el patrón de Dios de santificar el sacerdocio antes de traer el Arca del Pacto a casa (1 Crónicas 15:14). Él separó a Sadoc como sumo sacerdote para servir en el Tabernáculo Mosaico, en el Monte Gabaón, y cuidar de todas las cosas santas (1 Crónicas 16:39). Sin embargo, David tuvo el concepto nuevo de hacer una procesión de celebración y alegría para el regreso del Arca a Jerusalén. Para esto, David separó a tres oficiales principales, Hemán, Asaf y Etán, para la procesión del Arca y para ministrar de continuo a Dios en la tienda que le había preparado. A su vez, estos tres oficiales eran responsables de separar y preparar un sacerdocio de adoradores que ministrasen continuamente alrededor del Arca (1 Crónicas 16:4, 6, 37). Este nuevo sacerdocio estaba conformado de coros, cantantes, danzantes, músicos, trompetistas, y profetas. Una vez más, antes de entregar su reinado, David separó nuevamente a Asaf, Hemán y Jedutún para que sirvieran como oficiales durante el reino de Salomón (1 Crónicas 25:1-7). David comprendió que la consagración y la separación eran necesarias, pero él también concibió las vestiduras de santidad para honra y hermosura de una forma innovadora, y dijo, “Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad…Alégrense los cielos, y gócese la tierra…” (Salmos 96:9, 11), y luego conminó al pueblo a que adore a Dios con júbilo. Los conceptos nuevos de David cambiaron el patrón de las vestiduras, de ser algo físico a ser una cuestión del corazón. Podemos ver claramente cómo David cambió el patrón de la adoración de lo externo a lo interno.

      En nuestro patrón hoy en día, nosotros somos el templo del Dios Viviente, y Él quiere morar en nosotros y caminar con nosotros para ser nuestro Dios y que seamos Su pueblo (2 Corintios 6:16-18). Dios quiere que salgamos del mundo y nos separemos para que Él pueda ser un Padre para nosotros. Él quiere que seamos Sus hijos e hijas. En Romanos 12:1, Pablo nos arroja más luz. Dice que Dios quiere que presentemos nuestros cuerpos como sacrificios vivos, santos y agradables, lo cual es nuestro culto racional. 1 Pedro 3:15 dice que debemos santificar al Señor en nuestros corazones. La realidad es que nuestra posición como adoradores de Dios es superior a la de Moisés o de David, porque nuestra adoración no es delegada u ordenada, sino que puede fluir libremente de nuestros corazones.

      La Necesidad de la Unción

      Dios les advirtió a los sacerdotes que no se acercaran al Altar del Incienso en el Lugar Santo sin haber sido ungidos primeramente. Esta unción la recibían cuando un sacerdote vertía sobre ellos el aceite de la santa unción especificado por Dios. Y Dios les recordó su propósito, “…úngelos y ordénalos. Conságralos para que puedan servir como mis sacerdotes…cada vez que entren al tabernáculo o se acerquen al altar en el Lugar Santo para realizar sus tareas sacerdotales…” (Éxodo 28:41, 43, énfasis añadido). Esto es lo que Cristo ha hecho por nosotros: “Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios, el cual también nos ha sellado, y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones.” (2 Corintios 1:21-22, énfasis añadido). Ahora nosotros hemos sido ungidos a través de Jesucristo, y esto nos da acceso a ministrar libremente a Dios en el Altar del Incienso en el Lugar Santo.

      La Necesidad de Reverencia

      Por otra parte, para ministrar apropiadamente, el sumo sacerdote tenía que reverenciar a Dios cuando entraba al lugar Santísimo ofreciendo la sangre de becerros y machos cabríos sin defecto por sus pecados. Dios declaró que el propósito era, “…para consagrarlos, para que sean mis sacerdotes” (Éxodo 29:1, énfasis añadido). Ahora Jesús es ése cordero sin defecto que derramó Su sangre, y Su sangre es aplicada a nuestros corazones cuando nos arrepentimos. “Sabiendo que fuisteis rescatados…no con cosas corruptibles…sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha” (1 Pedro 1:18-19). Así como David se arrepentía pronto cuando pecaba, nosotros debemos hacer lo mismo. Inclusive después de que hemos dado nuestros corazones a Jesús, todavía requerimos un corazón contrito para reverenciar a Dios.

      El Dulce Olor de Su Fragancia

      Antes de que el sacerdote pudiera ir detrás del velo a ministrar a Dios en el Lugar Santísimo, Dios requería que el cuarto fuera lleno de Su exclusivo perfume santo y puro. “Y harás de ello el incienso…puro y santo…y lo pondrás delante del testimonio en el tabernáculo de reunión, donde yo me mostraré a ti. Os será cosa santísima” (Éxodo 30:35-36, énfasis añadido). Nuestro acceso hacia el Lugar Santísimo es por el perfume santo y puro de Jesucristo, pero requiere amor de nuestra parte. “Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2). Esta fragancia equivale a una vida que es aceptable a los ojos de Dios, “lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Filipenses 4:18). Ahora nosotros entramos en el Lugar Santísimo, meciendo la fragancia de nuestras alabanzas con el perfume de Jesucristo.

      El Encuentro Detrás del Velo

      El propiciatorio estaba en el Lugar Santísimo, encima del Arca de la presencia de Dios. Estaba recubierto de oro y tenía dos ángeles montados con sus alas extendidas sobre el Arca. Era prohibido que alguien removiera la tapa del Arca o propiciatorio. Dios instruyó que cuando el sacerdote entrara en el Lugar Santísimo para encontrarse con Él, debía pasar a través de un velo que estaba delante del Arca y del propiciatorio. “Y lo pondrás delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo” (Éxodo 30:6, énfasis añadido). En el Día de la Expiación, Yom Kippur, el fuego de Dios salió del propiciatorio, de en medio de los ángeles, para consumir el sacrificio por los pecados de la nación, y la gloria llenó la casa (Éxodo 25:17-22).

      Cuando Jesús murió en la cruz, el velo del templo se rasgó, dejando al descubierto el propiciatorio y el Arca (Marcos 15:38), y Él se convirtió en nuestro propiciatorio. Hebreos 4:15-16 dice, “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (énfasis añadido). En Hebreos 10:19-21, el apóstol Pablo reconoció el significado del propiciatorio, y que el velo rasgado era el cuerpo de Jesús. Por lo tanto, es únicamente por la sangre de Cristo que podemos entrar en el Lugar Santísimo. Jesús es nuestro Sumo Sacerdote en el cielo ahora. Él ha expiado nuestros pecados de una vez y para siempre, y su misericordia nos cubre.

      El Encuentro con Dios

      Es importante que sepamos que Dios desea encontrarse con Su pueblo en cada generación. En el siguiente pasaje Dios dice claramente que Él será personalmente quien santifica Su morada. “Esto será el holocausto continuo por vuestras generaciones, a la puerta del tabernáculo de reunión, delante de Jehová,