llamaba de un teléfono público. Así que no me dejó su número. Si vuelve a llamar le preguntaré su nombre”.
Mientras leía el mensaje, Cassie tuvo una idea repentina.
Esa mujer misteriosa había llamado desde un teléfono público, no había querido dejar sus datos y había contactado a una de las pocas amigas de la escuela de Cassie que aún vivía en su ciudad natal.
El padre de Cassie se había mudado de donde ellas habían crecido. Se había mudado muchas veces, cambiando de trabajo, cambiando de novias y perdiendo su teléfono en casi todas sus borracheras. No había estado en contacto con él en muchos años y no quería verlo nunca más. Estaba envejeciendo, su salud era frágil y había construido la vida que se merecía. Sin embargo, esto quería decir que él ya no podía ser localizado por familiares que quisieran ponerse en contacto. Incluso ella no sabía cómo comunicarse con su padre ahora.
Existía la posibilidad, que cuanto más pensaba en ella más convincente parecía, que quien había llamado era su hermana, Jacqui, haciendo lo posible por encontrar a Cassie. Una vieja amiga de la escuela sería su único contacto si no estaba en las redes sociales, como era el caso de Jacqui. Cassie la había buscado con frecuencia cada vez que tenía oportunidad, con la esperanza de que su trabajo de detective pudiese descubrir una pista acerca del paradero de su hermana.
Cassie sintió que se le erizaba la piel al considerar la posibilidad de que hubiese sido Jacqui la que había llamado.
No quería decir que Jacqui estuviese en una buena situación pero, de todos modos, ella nunca pensó que así fuera. Si Jacqui hubiese sentado cabeza, con un trabajo estable y un apartamento, se hubiese comunicado hace mucho tiempo.
Cuando Cassie pensaba en Jacqui siempre se imaginaba incertidumbre, precariedad. Visualizaba una vida tambaleándose en un frágil equilibrio entre el dinero y la pobreza, las drogas y rehabilitación, novios y personas violentas, ¿quién sabía los detalles? Cuanto más inestable fuera la vida de Jacqui, más difícil sería para ella contactarse con la familia que había dejado hace mucho tiempo. Quizás sus circunstancias no lo permitían, o la avergonzaba la situación en la que estaba. Podía haber pasado semanas o meses en la calle o desconectada de la red, totalmente drogada, o pidiendo comida, o quién sabía qué.
Cassie decidió que iba a tener fe y a optar por que Jacqui estuviese intentando comunicarse.
Le respondió rápidamente a Renee, sabiendo que Ryan podía desconectar el Wi-Fi en cualquier momento.
“Podría ser mi hermana. Si vuelve a llamar, por favor dale mi número”.
Con la esperanza de que su corazonada fuese correcta, Cassie cerró los ojos y sintió que había hecho lo que podía por restablecer el contacto con el único miembro de la familia que aún le importaba.
CAPÍTULO OCHO
La mañana siguiente fue un caos organizado mientras Cassie intentaba ayudar a los niños a vestirse para la escuela. Faltaban artículos del uniforme escolar, los zapatos estaban embarrados y las medias no tenían sus pares. Se encontró corriendo de la cocina a los dormitorios, haciendo malabares con el desayuno y todo lo demás.
Los niños se engulleron el té y las tostadas con mermelada antes de reanudar la búsqueda de los artículos escolares, que parecían haberse desplazado a un universo alternativo durante el fin de semana.
–¡Perdí mi insignia! —Anunció Madison mientras se ponía su blazer.
–¿Qué apariencia tiene? —Le preguntó Cassie, sintiendo que se le caía el alma al suelo.
Había pensado que finalmente estaban prontos.
–Es un círculo de color verde brillante. No puedo ir a la escuela sin él. Yo fui la capitana de la clase la semana pasada, y hoy otro compañero debe recibir la insignia.
En pleno pánico, Cassie apoyó los codos y las rodillas en el suelo y buscó por toda la habitación. Finalmente, encontró la insignia en el piso del armario.
Luego de haber evitado esa crisis, Dylan gritó que su estuche escolar había desaparecido. Cassie lo encontró justo después de que los niños se fueran, detrás de la jaula del conejo, y se apresuró calle abajo hasta la parada de autobús en donde ellos estaban esperando.
Cuando subieron al autobús, sanos y salvos, Cassie respiró hondo y los pensamientos felices de la noche anterior volvieron a surgir.
Mientras ordenaba la casa, reproducía el intercambio entre ella y Ryan en su mente.
Él la había estado coqueteando, estaba segura de eso.
La forma en que la había tocado, cómo la había tomado de la mano y le había preguntado si tenía novio. Esa pregunta de por sí era bastante inocente, pero eran las otras cosas que había dicho.
“Hubiese estado mal de mi parte si no me aseguraba”.
Eso indicaba que lo preguntaba por una razón. Asegurarse.
Y ese beso. Cerró los ojos mientras lo recordaba, sintiendo que el calor florecía en su interior. Había sido tan inesperado, tan perfecto.
Le había parecido amistoso, pero como si él, con ese beso, hubiese querido decir algo más. Era imposible de describir. Se sintió llena de incertidumbre, pero de forma positiva.
La mañana transcurrió muy rápido y como Ryan había dicho que llegaría tarde a casa, decidió comenzar con la cena. Contaba con una selección de vajilla muy limitada, pero había una repisa llena de libros de cocina.
Cassie eligió el que tenía cenas familiares. Asumió que el libro era de Ryan, pero se sorprendió al encontrar un mensaje en manuscrita en la primera página: “Feliz cumpleaños Trish”.
Así que este libro era de Trish. Se lo debería de haber regalado una amiga, quizás una que no supiera que Ryan era el que cocinaba la mayoría de las veces. De cualquier modo, ella no se lo había llevado.
Un golpe fuerte en la puerta interrumpió los pensamientos de Cassie.
Se apresuró a responder.
Un hombre con traje de cuero estaba parado afuera. Detrás de él había una enorme motocicleta estacionada en la acera.
En cuanto Cassie abrió la puerta él avanzó, estaba prácticamente adentro e invadiendo su espacio. Era alto, de hombros anchos, pelo oscuro y puntiagudo y tenía bigotes. Percibió un poco de agresividad por la forma en que había entrado y en su expresión cuando la observaba.
Ella dio un paso atrás, alterada por su presencia invasiva. Deseó haberle puesto la cadena a la puerta antes de abrirla, pero no lo había creído necesario en este pueblo pequeño y tranquilo.
–¿Es la residencia Ellis? —preguntó el hombre.
–Sí —dijo Cassie, preguntándose de qué se trataba todo esto.
–¿Se encuentra el señor Ryan Ellis?
–No, está trabajando. ¿En qué lo puedo ayudar?
Cassie estaba aterrorizada por dentro. Para su propia seguridad, tendría que haberle dicho que Ryan había ido a la casa de al lado por un momento. No sabía quién era este hombre. Era prepotente y arrogante, y esa no era la forma en que un repartidor interactuaba con un cliente.
–¿Y tú eres…?
El hombre sonrió levemente, apoyando una mano en el marco de la puerta.
–Soy la niñera —dijo Cassie en tono defensivo, y recordó demasiado tarde que debería haber dicho que era una amiga de la familia.
–Ah, ¿así que él te contrató? Te está pagando, ¿eh? ¿De dónde eres? ¿De Estados Unidos?
Cassie quedó sin aliento. No esperaba esto, e inmediatamente pensó en la mesera deportada de la que había hablado ayer la encargada del salón de té.
No le respondió. En cambio, repitió:
–¿En qué lo puedo ayudar?
Esperó que él no percibiera lo asustada que estaba.
–Tengo