Mike Davis

Nadie es ilegal


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(CIO) derrocaron exitosamente a las “open shop” (empresas que emplean a trabajadores que no son miembros de un sindicato) en San Francisco y Los Ángeles, los trabajadores agrícolas de California –llámese María Morales o Tom Joad– fueron aterrorizados por diputados fanáticos y pandillas furiosas. Las amargas memorias de esos sucesos brutales están urdidas en las novelas de John Steinbeck In Dubious Battle y Grapes of Wrath, así como en el evocador “Vigilante Man” de Woody Guthrie:

       ¿Oh, por qué el vigilante,

       por qué el vigilante

       lleva esa escopeta recortada en sus manos?

       ¿Pretende acabar con sus hermanas y hermanos?

      Pero dicho vigilante no fue sólo esa figura siniestra de la década de la depresión: como explicaré en esta historia resumida; el vigilante vertió una sombra permanente sobre California desde la década de 1850 en adelante. De hecho, el vigilantismo –la coerción y la violencia de clase, racial y étnica, enmascarada en una apariencia semipopulista para apelar a las altas autoridades– ha jugado un papel mucho más importante en la historia del Estado del que se conoce. Un amplio arco iris de grupos minoritarios, incluso nativos norteamericanos, irlandeses, chinos, punjabíes, japoneses, filipinos, okies, afroamericanos y (persistentemente en cada generación) mexicanos, así como sindicalistas del comercio y radicales de varias denominaciones, fueron víctimas de la represión de los vigilantes.

      La violencia privada organizada en conjunto, violando las leyes locales, ha configurado el sistema de castas raciales de la agricultura en California, derrotando a movimientos radicales de trabajadores como IWW, y manteniendo el New Deal (Nuevo Acuerdo: política económica aplicada entre 1933 y 1940 por la administración del presidente Roosevelt) fuera de los condados agrícolas del Estado. También ha instado innumerables leyes reaccionarias y ha reforzado la segregación legal y de facto. Por otro lado, el vigilante no es una curiosidad de un pasado maléfico sino un personaje patológico que experimenta en la actualidad un dramático resurgimiento al tener que enfrentar, los anglo-californianos, el declinar demográfico y la evidente erosión de sus privilegios raciales.

      En la actualidad, los armados y camuflados “Minutemen”, en sus diversas formas, instigando las confrontaciones en la frontera, o (vestidos de civiles) hostigando a los jornaleros frente a los Home Depots (grandes almacenes comerciales) suburbanos, son la última encarnación de esa vieja personalidad. Su infantil forma de pavonearse contrasta quizá de forma jocosa con la autentica amenaza fascista de Granjeros Asociados y otros grupos de la época de la depresión, pero sería tonto ignorar su impacto.

      Así como los agricultores vigilantes de la década de 1930 lograron militarizar la California rural para enfrentar los movimientos laborales, los “minutemen” ayudan a radicalizar el debate dentro del Partido Republicano respecto a la inmigración y la raza, contribuyendo al completo retroceso nativista contra la propuesta de la administración Bush de un nuevo Programa Bracero. Los candidatos en las elecciones republicanas de California del Sur compiten ahora unos contra otros por los favores de los líderes de Minutemen. Estos neo-vigilantes, armados y conocedores de los medios, que amenazan con reforzar las fronteras, ayudan también a la cada vez más exitosa campaña de transformar las leyes locales en políticas de inmigración. Y como diría un verdadero dialéctico, lo que comienza como una farsa se convierte en algo mucho más desagradable y peligroso.

      1. Carey McWilliams, North from Mexico (Philadelphia: J. B. Lippincott Co., 1948), p. 175. Ver también Devra Weber, Dark Sweat, White Gold: California Farm Workers, Cotton, and the New Deal (Berkeley: University of California Press, 1994), pp. 97-98.

      2. Cletus Daniel, “Labor Radicalism in Pacific Coast Agriculture” (PhD diss., University of Washington, 1972), p. 224.

       Capítulo 1

       Pinkertons, klansmen y vigilantes

       Los norteamericanos son los responsables de desarrollar el vigilantismo, la expresión consumada de la violencia tradicionalista.

      Robert Ingalls1

      Antes de echar una mirada a la carrera del vigilantismo en California, resulta útil localizar su posición dentro de la larga historia de violencia racial y clasista norteamericana. El eminente historiador Philip Taft una vez opinó que Estados Unidos “tiene la más sangrienta y violenta historia laboral de todas las naciones industrializadas”. Si dejamos de lado las guerras civiles y las revoluciones europeas, Taft probablemente esté en lo cierto: los trabajadores norteamericanos han enfrentado por parte del Estado y los empresarios una violencia crónica a la que ellos frecuentemente han respondido. Robert Goldstein, en su estudio enciclopédico de la represión política en los Estados Unidos, estima que alrededor de setecientos huelguistas y manifestantes fueron asesinados por la policía o por tropas entre 1870 y 19372.

      En contraste con las sociedades de Europa occidental, más hacia el centro desde un punto de vista político, la peor violencia (como las masacres de Ludlow y Republic Steel) ha provenido de la policía y de las milicias locales. Pero lo que en realidad demarca a Estados Unidos no es la escala o la frecuencia de la represión de Estado sino la extraordinaria centralización de la violencia privada institucionalizada que reproduce el orden racial y social. Ninguna sociedad europea toleró tan enorme y casi permanente esfera de actividad represiva y justicia sumaria por actores no gubernamentales3. Por otro lado, ninguna sociedad europea compartió la reciente experiencia norteamericana de violencia genocida en la frontera –frecuentemente organizada por pandillas y grupos informales– contra los nativos americanos, o la difundida participación de blancos pobres del sur por mantener el régimen de esclavitud.

      Figura 1

       Modos de represión

Figura 1 Modos de represión

      En efecto, existieron tres sistemas distintos y no exclusivos de represión privada. Primero, en la zona central industrializada, donde los gobiernos locales estaban ocasionalmente en manos de socialistas o demócratas simpatizantes con el movimiento obrero, las mayores corporaciones industriales, mineras y ferrocarrileras se negaban a confiar en el Estado local, desplegando ejércitos y guardias armadas, detectives de plantas y policía de compañías. Existe en la historia europea poca equivalencia con el formidable papel represivo jugado por los Pinkertons, Sherman Corporation, Bergoff Agency, Baldwin Felts Detective Agency, Pennsylvania Coal, Iron Police o el Ford Service Department. (Se dice que los Pinkertons, solamente, excedieron en número al ejército regular de EE.UU. a principios de la década de 18904). No hay comparación en la experiencia obrera europea con las épicas batallas “privadas”, por ejemplo Homestead en 1892, cuando los obreros siderúrgicos derrotaron a un regimiento de Pinkertons, o como Blair Montain en 1921, cuando diez mil mineros de West Virginia combatieron a Baldwin Felts durante más de una semana.

      Segundo, después de la reconstrucción de los Estados del Sur, la supremacía blanca fue reforzada por medio del nudo corredizo y la pira, en una continuación de las tradiciones anteriores a la guerra de violencia señorial contra los esclavos y el reclutamiento de blancos pobres como cazadores de esclavos.

      Nuevamente, no hay parangón, excepto episódicamente en la Rusia imperial de los Black Hundreds, con el terror sostenido mediante los arrestos, las cadenas, los incendios, los asesinatos, las masacres y los linchamientos públicos (trescientos veinte entre 1882 y 1930)5. Cuando las muertes por linchamiento se combinaban con las ejecuciones legales, “moría un afronorteamericano cada cuatro días, como promedio”6. A pesar del estereotipo de las bandas de linchamiento, compuestas por blancos descalzos y analfabetos, el violento derrocamiento de la reconstrucción fue llevado a cabo por las élites regionales, y los estratos de colonos y comerciantes continuaron justificando y orquestando la violencia racial siempre que fuera políticamente conveniente o reforzara su dominio económico. Ellos raras veces cuestionaban y frecuentemente se beneficiaban de esa cultura donde