Guido Pagliarino

Mundos Universos


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la de las orejas del elefante indio, manos grandes, de cinco dedos como las nuestras, y pies también grandes calzados con botines de color amaranto. El ser vestía un taparrabos turquesa en el que aparecía por delante en su parte baja un abultamiento del que debía ser responsable un correspondiente sexo masculino. El resto del cuerpo estaba desnudo y no tenía pelo visible.

      Osvaldo, al estar ya en óptima salud mental, además de física y al haber sido siempre muy curioso culturalmente, recuperó rápidamente el autocontrol.

      El anómalo visitante consideró:

      —Era inevitable que te sobresaltaras. Lo siento, aunque veo que ya te estás tranquilizando.

      —Sí, estoy bien, ha sido solo un momento, y tengo mucha curiosidad.

      —Enseguida te pongo al día, pero después de ponernos cómodos en dos sillas, ¿vale?

      —En realidad estaría mejor de pie, por la emoción que tengo. —Y Osvaldo puso el móvil rojo sobre la mesa junto al portátil alienígena, que era del mismo color y estaba colocado exactamente delante del sillón.

      —Como quieras, pero, si me lo permites, yo en cambio me me voy a sentar: créeme, ser teletransportado entre dimensiones diversas cansaría a cualquier internauta. —Y sin esperar al permiso del dueño de la casa, se acomodó sobre una de las dos sillas cercanas a la puerta, a la izquierda de la salida.

      Contrariamente a lo que había dicho, también Osvaldo se sentó, pero en su propio sillón, delante del notebook rojo. Listo para escuchar las palabras de su singular huésped, conteniendo una turbación natural, le miró, sin dirigir sin embargo la vista al rostro, sino al pecho.

      Una vez obtenida su atención, el orco empezó:

      —Te enseñaré cómo se usa nuestra computadora, pero antes de explico mejor la situación: Sabes que en el pasado no teníamos todavía el control de los pasos interdimensionales, pero en cierto modo ya existían desde tiempos muy antiguos. Se trataba sin embargo de apariciones por causas naturales, desconocidas para nosotros, de nuestras figuras, es decir, no de purkilatronalarcolmintranikianos corpóreos, sino solo de sus forma ilusorias, diáfanas. Sin embargo esas imágenes eran más que suficientes para aterrorizar a los terrestres que las veían, además de que la civilización de la Tierra era precientífica. Tal vez hayas entendido que se trataba de un fenómeno análogo a lo que vosotros llamáis fantasmas, que creéis que son ectoplasmas de personas ya muertas, mientras que, en realidad, son imágenes proyectadas a través de pasajes, en este caso pasajes intertemporales y no interdimensionales, es decir, que unen vuestro pasado con vuestro presente haciendo vislumbrar transparencias de personas y escenas de tiempos pasados: por eso surgieron sobre la Tierra leyendas sobre fantasmas y luego se escribieron cuentos y posteriormente se rodaron películas, sobre todo de los espectros escoceses, dado que muchos de esos pasajes temporales están en vuestra Escocia. Hacia el inicio de vuestro siglo XX no tuvimos conocimiento de los agujeros interdimensionales ni tampoco de los temporales, no había conseguido todavía la tecnología que finalmente, en su momento, nos permitió descubrir esas entradas y luego, a partir de la época correspondiente al inicio de vuestro tercer milenio, también lograr transportes controlados hacia y desde vuestra Tierra, además de hacia el pasado de nuestro Purkilatronalarcolmintranik: los accesos concretos, como el que acabo de hacer, ya no son solo pasajes de nuestra imágenes fantasmagóricas. En cuanto a la Tierra, pudimos estudiar vuestra civilización y, después de conocer muchos otros hechos, llegamos a conocer el terror suscitado durante milenios por nuestras figuras trasladadas a vuestro mundo a través de agujeros interdimensionales y descubrimos que nuestras inesperadas apariciones no solo habían aterrorizado a personas, como por otro lado habían hecho vuestros espectros domésticos, sino que habían hecho también surgir leyendas sobre nosotros, los malvados orcos u ogros, leyendas en las cuales, digámoslo también, había intervenido asimismo mucha vuestra fértil imaginación. Y entendimos también que, igual que con vuestros fantasmas, las leyendas derivaban de obras literarias y después de las películas sobre orcos que comen seres humanos. Leyendas, literatura y filmografía absolutamente infamantes para nosotros y que afectan insoportablemente a nuestro sentido absoluto de verdad y de justicia: sin ninguna presunción, creo firmemente que somos criaturas de espíritu angélico, aunque no seamos ángeles. Podrás aseverar nuestra perfecta conducta moral en los ficheros que hay en la computadora y además, dado que podrías pensar que esto sencillamente es falso, podrás verlo en persona viniendo conmigo a nuestro mundo y visitándolo: el aparato que te he dado es también un dispositivo para el transporte interdimensional. Más adelante te explicaré como activar esa función, por ahora no toques en absoluto las teclas violetas, por favor.

      —No, no, lo evitaré. Y… me decías que tenía que ayudaros…

      —… presentarás en nuestro nombre una demanda civil en el Tribunal de La Haya y, gracias a toda la documentación que hemos incluido en la computadora y a lo que recogerás en persona sobre nuestro planeta, como experto del derecho que eres, obtendrás con seguridad una sentencia que nos rehabilitará en vuestro mundo.

      —Es magnífico, pero había pensado… ¡Iba a retirarme! Y noto dentro una fuerza…

      —Es evidente, tienes de nuevo una salud perfecta.

      —Nunca me había sentido tan motivado, casi deseoso de profundizar, tan… tan completo. ¡Ah! Tengo que anular la cita… —Miro su reloj de pulsera—. … No, es ya la una menos cuarto, los empleados se habrán ido a comer.

      —… ¿Los empleados?

      —Los empleados de un notario con el que tengo una cita pasado mañana, reunión que tengo que anular, pero lo haré esta tarde. Estoy tan nervioso que no tengo hambre: ¿te parece que empieces a enseñarme como se usa tu computadora? Bueno, tal vez tú tengas hambre.

      —Comeré luego. Después de todo, la espera aumenta el apetito. — Y le sonrió amablemente.

      La expresión que apareció en ese rostro monstruoso, le pareció a sin embargo a Osvaldo únicamente ridícula: a duras penas pudo contener una carcajada. Luego dijo al orco con verdadera simpatía a pesar de la fealdad de su huésped:

      —Gracias. Querría ponerme a la tarea desde ahora mismo… amigo. —Miró finalmente a los ojos al alienígena y descubrió que mostraban una luz de bondad que muy raramente había encontrado en sus semejantes.

      Dos días después, en el despacho del notario Tommaso Q., este y Lamberto N. estaban esperando la llegada de Osvaldo, ya impacientes al haber pasado treinta minutos de la hora de la cita.

      —No habrá encontrado dónde aparcar —supuso el notario—. En esta zona no es fácil.

      Lamberto telefoneó a su amigo sin decir nada. Oyó sonar el móvil inútilmente durante un largo rato. Volvió a intentarlo.

      El notario repitió:

      —Estará ya buscado estacionamiento y no podrá responder al estar conduciendo.

      —No, nunca conduce, desde hace meses se mueve en taxi. —aclaró el abogado. Esperó un par de minutos y volvió a intentar telefonear: lo mismo, llamadas inútiles. Conociendo la salud enfermiza de su amigo, se preocupó. Juzgó que no había que esperar más: pidió perdón al notario y se despidió, indicando que se volverían a citar por teléfono. Se dirigió de inmediato al domicilio de Osvaldo. El edificio tenía portero y por tanto el portal estaba abierto y Lamberto subió directamente al segundo piso. Llamó por dos veces al timbre de vivienda y luego dos veces al del estudio. Nada. Volvió a tratar de llamar a su amigo con el móvil: también sin respuesta. En ese momento llamó al 113. Comunicó al telefonista su temor de que el profesor Osvaldo M., de salud delicada, se hubiera desvanecido solo en su casa cerrada. Comunicó la dirección y le prometieron que irían enseguida. Bajó a la calle a esperarles. Después de unos veinte minutos llegaron tres policías en su vehículo blanco y azul y, detrás, dos bomberos en una camioneta roja. Aparte de una agente, que quedó junto al automóvil, todos subieron al piso. Los bomberos forzaron con una palanca la primera de los dos puertas del rellano. El grupo entró, inspeccionó las diversas habitaciones de la vivienda, pasó a la zona del despacho y fue Lamberto, que entró