Hilton Aurelia

Licencia Para Amar


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      Su cuerpo se sacudió hacia adelante al llegar orgasmo y su mano comenzó a reducir la velocidad de su toque al sentir la descarga de placer. No emitió ningún sonido, solo profundas respiraciones y exhalaciones que expresaban su alivio.

      Ella sabía cómo provocarse un orgasmo, era buena dándose placer. Se acostó en la cama, con el coño todavía palpitando. Puso su mano sobre su vello púbico de nuevo para sentirse a sí misma. Ya no estaba caliente, pero seguía hinchada y muy húmeda. La humedad se había extendido por todo el vello, haciéndolo pegajoso. Se llevó la mano al rostro para aspirar lentamente su olor. Le olía bien, aunque no podía comparar su olor con otro, pues nunca había estado con otra mujer.

      Le gustaba su íntimo aroma y disfrutaba aspirarlo después de un orgasmo. Era una prueba de su éxtasis. Dándose la vuelta miró el reloj. Todavía tenía tiempo de prepararse. Podía oír a su compañero de apartamento arrastrando los pies en la cocina. Cuando Adam se marchó, ella tuvo que buscar un compañero de apartamento. Era un buen tipo y tenía un empleo estable. La única cosa que tenían en común era su amor por los hombres. Al principio compartieron momentos de cercanía, se quedaban despiertos hasta altas horas de la noche, amenizando sus veladas con grandes cantidades de alcohol y karaoke. Pero en los últimos meses, se habían convertido en una pareja de viejos casados y tranquilos que dormían en diferentes habitaciones.

      Sentada en la cama y buscando algo para echarse encima antes de salir a tomar un café, Erica comenzó a repasar mentalmente la lista de actividades pendientes. Pagar el alquiler. Ir a trabajar a las 10. Conseguir papel higiénico. Oh, rayos. El DMV. Erica había olvidado que tenía que ir al DMV para obtener una nueva licencia de conducir.

      Cuando planeó mudarse a Nueva York, no tenía intención de quedarse con su auto. Pensó que no sería necesario en una ciudad donde la gente se traslada en metro, taxis y camina por todos lados ¿no? Al mudarse a un nuevo estado, tenía que decidir qué hacer con él y Adam insistió en que lo conservara por si acaso. Su apartamento estaba lejos de la oficina en la que trabajaba y le ofrecieron estacionamiento gratuito. Solo conducía hacia y desde el trabajo.

      Desde que vivía en la Gran Manzana, había dejado para después la obtención de su licencia de conducir de Nueva York y su antigua licencia ya se había vencido. Ella ya había pedido permiso en su trabajo para ocuparse de este asunto y tenía que hacerlo. Aunque no le agradaba en absoluto la idea de sentarse durante horas, en un mugriento DMV en algún lugar de Brooklyn, pero hoy tendría que hacerlo.

      Se puso unos jeans negros ajustados que acentuaban su redondo y hermoso trasero. Le encantaban estos pantalones, pues resaltaban su figura y la hacían sentir sexy. Los combinó con una camisa de seda; sin duda, era un atuendo que el jefe aprobaría en la oficina. Buscó sus zapatos que estaban en la sala donde los había dejado tirados la noche anterior.

      Harold ya estaba untando su tostada con mantequilla, mientras preparaba el café.

      "Buenos días, Mi rayo de sol". Dijo. "La tierra dice hola. Toma un poco de café, cariño". A Erika le encantaba despertarse con la maravillosa actitud positiva de Harold. Era inspirador y lo necesitaba antes de ir al DMV de Flatbush. Charlaron un rato durante el desayuno sobre el día que tenían por delante y de lo tedioso que era acudir a la oficina de vehículos motorizados.

      Erika empacó lo que necesitaba para su día. Tenía su computadora portátil a mano, quizás podría adelantar algo de trabajo mientras esperaba. Como era una mujer relativamente organizada, ya había investigado todo el papeleo y los documentos, la constancia de residencia y toda la basura que necesitas para demostrar que existes y sabes cómo conducir un auto.

      Cuando iba de camino pensaba que todo lo que tenía que hacer era terminar con esto y luego su vida volvería a la normalidad. Al menos, eso era lo que ella creía.

      Eric

      Siempre se sentía un poco impaciente la mañana siguiente. Lo había hecho suficientes veces como para saber la rutina a seguir. La chica se despierta más tarde que él y quiere volver a hacer el amor, lo que en algunos casos él disfrutaría. Todo depende de la chica. Luego desayunaran juntos y ella albergará la novelesca esperanza de que él sienta una conexión especial y que puedan vivir un romance de larga duración. La mujer solía decir: "Llámame" mientras Eric las acompañaba a tomar un taxi en la acera de su edificio en el Upper West Side. La respuesta más honesta que podía dar era: "Te llamaré cuando pueda". Quería decir en pocas palabras, 'la pasamos bien y seguramente no tendré tiempo de llamarte'.

      Eric Parker no era un mal tipo, solo era un hombre claro y directo. Había sido así toda su vida, incluso de niño. Desde muy joven se había ganado la fama de donjuán. Creció con ambición y orgullo, inteligencia e ingenio y ponía estos elementos en todo lo que hacía. Era editor en jefe de una revista muy popular que detallaba la cultura moderna de la ciudad. Tenía el dedo en el pulso de la ciudad y su trabajo era disfrutar y asegurarse de que otras personas también pudieran hacerlo. Trabajó duro para alcanzar su posición actual y le gustaba su vida tal como la tenía.

      Eric, quién prefería las relaciones casuales en lugar de romances duraderos, había perfeccionado el arte de una sola noche con una mujer. Esta mañana no era la excepción; no era ningún novato. Cuando la mujer con la que había pasado la noche trató de preparar un desayuno para ambos, Eric le habló sobre su apretada agenda y sobre su necesidad de ir al DMV para renovar su licencia.

      "Estás bromeando, ¿no? ¿El DMV? Eso suena como algo que se dice cuando quieres deshacerte de alguien. Quiero decir, pensé que la habíamos pasado bien anoche". Esto dijo la mujer que estaba con Eric, pero en realidad era una excusa legítima. De verdad tenía una cita con el DMV y estaba aliviado de tenerla, así podía continuar su día y dar por terminada la confrontación romántica.

      "No, en serio. Mi licencia ha caducado, ya me han dado una advertencia y me libré por poco de una multa". Él no estaba mintiendo, pero ella no lo creía. Los tiempos desesperados requieren medidas desesperadas.

      "Te diré algo", dijo, "tal vez puedas entretenerme antes de que tenga que pasar varias horas de aburrimiento en una larga fila". La mujer comenzó a suavizarse a medida que Eric se acercaba. Él estaba en el apartamento de ella en Brooklyn, el tragaluz mostraba unas nubes grises que anunciaban lluvia. Por lo general Eric no solía alejarse mucho de Manhattan, pero de vez en cuando le gustaba probar los sabores del resto de la ciudad y Brooklyn era un barrio de moda que se exhibía a menudo en las páginas de su revista.

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