Juan Moisés De La Serna

Nieve De Colores


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un traductor, pero los problemas los iría resolviendo a medida que surgiesen.

      A mi llegada a Moscú todo fue bien, a pesar de ver mucha vigilancia armada en el aeropuerto, y a pesar de tener que identificarme un par de veces no hubo mayores problemas para embarcar en el siguiente vuelo a San Petersburgo.

      El cambio de caracteres gráficos con que estaban escritos todos los letreros me supuso un verdadero suplicio para entender cómo funcionaba todo.

      Pero tras preguntar a unos turistas que tenían pinta de saber inglés, conseguí llegar hasta una oficina de información y ahí me indicaron en qué sala y a qué hora iba a salir mi vuelo.

      Después de casi dos horas de espera entre vuelo y vuelo, llegué al aeropuerto, ya era tarde, y a pesar de haber quedado con una persona del periódico no creí que llegaría a esas horas, pero para mi sorpresa después de recoger mi equipaje y dirigirme hacia la salida, me encontré con un letrero que portaba una persona joven, era una chica con un pelo muy negro y de una tez blanquecina, mostrando un gran contraste.

      Había otras personas portando letreros probablemente de turistas despistados como yo, e incluso alguna hacía referencia a agencias de viajes.

      Me acerqué a donde estaba y me identifiqué intentando decirla mediante mímica que yo era el del letrero, pero para mi sorpresa ella me respondió,

      –Hablo su idioma perfectamente, es por lo que me han enviado a recogerle, seré su guía en su breve estancia.

      –¿Quién dijo breve? ―pregunté entre asombrado y molesto.

      –Me comentaron que sería una estancia de dos o a lo mucho tres días, es como suelen hacer los periodistas extranjeros, llegan, ven la noticia y regresan a su país para publicarlo.

      –Bueno sí, esa es la idea, pero además querría buscar a una amiga.

      –No sé nada de su amiga ―me dijo desconcertada.

      –No les conté todo al periódico, verá estoy buscando a una compañera la cual ha desaparecido.

      –Bueno, si es así el periódico deberá de saber su última posición.

      –Ella no trabaja para ningún periódico, estaba realizando una investigación en la Antártida.

      –No entiendo nada, me lo tendrá que contar todo si quiere que le ayude ―me dijo mientras nos dirigíamos con las maletas a la salida.

      Tras dejar atrás la parada de taxis fuimos hacia el aparcamiento, donde después de pasar por varias filas de coches me dijo,

      –Este es mi coche, deje las maletas en los asientos de atrás, el maletero lo tengo ocupado.

      Lo hice y me senté en el asiento del copiloto, y salimos del aeropuerto internacional Púlkovo en dirección a la ciudad.

      Aunque no era tarde pues apenas eran las seis ya parecía una noche cerrada, quizás era por el cambio horario o quizás por las horas de vuelo, pero ya estaba bastante cansado, a pesar de la hora.

      –Verá, me he tomado la libertad de cancelar su reserva de hotel.

      –¿Qué ha hecho qué? ―pregunté extrañado.

      –Mire tengo un alquiler que pagar y me vendría muy bien ese dinero, con lo que usted gastaría en un día me puedo pagar medio mes, mi piso es grande y limpio, se lo pido como favor de compañero a compañero.

      –No lo sé, me suena muy extraño.

      –Si está un tiempo aquí se dará cuenta que somos buena gente, a pesar de la fama que tenemos en occidente.

      »Aunque también tenemos muchas carencias a pesar de tener una gran economía, la riqueza se concentra en unos pocos, y es muy difícil mantener un nivel aceptable de vida, pues muchos tienen dos y hasta tres trabajos.

      »Ahora estoy estudiando y trabajando en el periódico, pero como ello no me da para vivir lo suficiente a veces realizo otro tipo de trabajo como de guía para turistas, pues conozco varios idiomas.

      –Me sorprendes con lo que me dices, creía que este país que tantos temen estaba mejor.

      –Sí lo está, bueno dependiendo de a lo que te dediques, los trabajadores del gobierno reciben buenos salarios, pero el resto, debemos de ganarnos el pan poco a poco.

      Después de un momento de pensármelo, la dije,

      –Está bien, pero con una condición, me acompañará y me hará de traductora todo el tiempo que necesite, si son tres días como si es un mes.

      Ella me miró con los ojos muy abiertos, y sorprendida me preguntó,

      –¿Me va a pagar un mes de hotel?, eso sería una millonada aquí.

      –Bueno, no, el periódico me ha mandado como máximo una semana, es todo lo que le puedo pagar ―dije recordando la conversación con mi jefe.

      –Trato hecho ―me dijo extendiéndome la mano para que se la estrechase.

      –Otra cosa más ―dije antes de dar le la mano.

      –¿No me había dicho una sola condición? ―me preguntó extrañada.

      –Lo que consuma el coche de gasolina se lo pago ―dije mostrándola una leve sonrisa.

      –Usted es el que paga, usted sabrá ―dijo devolviéndome el gesto con un guiño.

      No entendí muy bien ese gesto, pero parecía que al final empezaba a tener algo de claridad ante todo ese mundo de incertidumbre, había conseguido una traductora que, me servía de chofer y de guía turística, todo el tiempo que necesitase.

      Supongo que a ella le venía muy bien, por el aspecto económico, pero para mí había sido un alivio haberla encontrado.

      Llegamos a la ciudad, la cual estaba iluminada, cruzamos el centro, bastante despacio, señalándome ella los principales edificios y calles, y aunque ella me repetía varias veces los nombres para que los aprendiese para mí se me hacían impronunciables.

      No es sólo porque estuviesen en ruso, sino porque nunca conseguía orientarme cuando iba de copiloto, ya me había pasado con anterioridad que a pesar de llevar meses en algún lugar en que me habían llevado o iba en taxi, no me aprendía ningún nombre de calle o plaza.

      En cambio, si era el que conducía en apenas tres meses me sabía todas las calles por las que tenía que ir desde donde vivía al trabajo.

      Tras pasar por la parte céntrica nos dirigimos a un barrio escasamente iluminado en donde apenas existían farolas, y las que había iluminaban a poco más de un metro o dos desde donde se encontraba.

      Tras este se extendía unos grandes edificios de viviendas de varias alturas, pisos como colmenas donde vivía la mayoría de la población trabajadora según me dijo ella.

      Tras dejar el coche en el aparcamiento subimos por las escaleras hasta la tercera planta que es donde se encontraba su piso, y tras pasar varias puertas cerradas, se paró delante de mí y me dijo,

      –Recuerda tu trato, voy a cumplir mi parte, pues te toca cumplir la tuya.

      –Está bien ―la dije ofreciéndole mi mano.

      Ella después de estrechármela, abrió la puerta y dijo,

      –Adelante.

      Entré sin saber muy bien lo que me podría encontrar, ella vestía de forma moderna, aunque sin ninguna excentricidad, ni piercings, ni tatuajes que se le viesen, ni siquiera pelos de colores.

      Sobre el piso, este era pequeño a pesar de lo que ella me había dicho, eso sí, estaba todo limpio y muy ordenado.

      Tenía dos grandes habitáculos, el salón, con un sillón que llegaba de pared a pared, con una pequeña televisión, y una estantería de libros, y el cuarto del dormitorio, que tenía el mismo tamaño que el salón.

      En éste había una cama doble que ocupaba casi todo el espacio y un armario de ropa, con una minúscula cocina, y el cuarto de baño, y no más.

      Las paredes estaban decoradas con papel pintado, y daban un poco