tenso y notó como expulsaba su semen caliente dentro de ella.
Eso fue lo último que recordaba antes de que todo se volviera oscuridad.
Maddy no estaba segura de cuánto tiempo había estado durmiendo, pero cuando se despertó tenía la sensación de que era una gelatina caliente. También notó que alguien le estaba acariciando la cadera y el muslo. Abrió los ojos y efectivamente, alguien estaba haciendo justo eso.
La habitación seguía envuelta en oscuridad y el reloj parecía marcar las cinco y cuarto de la mañana. Tenía que levantarse y prepararse para ir al trabajo. Pero, ¿podría ponerse en pie? Giró la cabeza y su elfo en la sombra se inclinó para darle un beso, metiéndole la lengua en la boca para unirla a la suya y danzar juntas. Después, le introdujo dos dedos en la vagina. Maddy gimió y se movió al compás de la mano.
—¿Has visto que tu cuerpo se despierta hambriento de mí? —susurró pegada a sus labios—. ¿Alguna vez habías sentido esto por alguien? —y acto seguido retiró rápidamente los dedos, le levantó la pierna y la penetró. Trazaba círculos con los dedos alrededor del clítoris a la vez que la embestía suavemente—. Dime que me cambiarás por una vida mediocre y me volveré a Svartalfheim para no regresar jamás. Podrías conservar esta noche en tu recuerdo, como un secreto, si así lo deseas.
En lo más remoto de su mente se decía a sí misma que no debía hacer promesas mientras el placer estuviera en medio. En lugar de contestar, gimió cuando le retiró el pelo de la nuca para besársela y pellizcársela. Ni siquiera sabía su nombre.
Aumentó el ritmo, frotando el clítoris con firmeza y cada vez más fuerte al compás de sus movimientos.
—Dime que te vendrás conmigo. Podemos estar haciendo esto durante días sin cesar. Abandona tu mundo. Vente al mío.
Le empezaron a temblar las piernas. Ella estaba tan cerca.
—Dilo, Maddy —insistía con sensualidad en su oído. Su cuerpo estaba rígido, a punto de correrse y tan en sincronía con el suyo.
No debería, la verdad es que no debería decir nada.
Finalmente empezó a hacer movimientos rápidos dentro de ella, presionando el clítoris con la palma de su mano. Así estuvo un rato. Era tan posesivo, pero otra vez la había puesto al límite.
—¿Quieres llevarme contigo? ¡Hazlo! —clamó invadida por el éxtasis. No estaba segura de si lo había dicho en serio o como resultado de sentirse bendecida. Lo cierto es que, en ese momento, no le importó. El placer la invadía. Dios, su cuerpo estaba vivo, caliente y pleno de satisfacción.
Entonces, con la misma rapidez del orgasmo, el elfo oscuro salió de ella y la rodeó con sus brazos. Se sentía tan extasiada, que ni siquiera tuvo tiempo de pensar o de plantearse las consecuencias antes de que él saltara al suelo, abandonándola para deslizarse debajo de la cama, desapareciendo así ante sus ojos en la oscuridad. Cuando hubo recobrado la consciencia, el elfo sacó las manos y tiró de sus tobillos, arrastrándola también debajo de la cama hasta Svartalfheim con él.
VOLUMEN II
EL
MONSTRUO
EN EL
ARMARIO
Capítulo 1
—¡Llego tarde! —exclamó Phoebe mirando la pantalla de su teléfono. Había pensado que podría maquillarse sola, pero se había equivocado. Había tenido que limpiar todo el maquillaje tres veces y volver a empezar. Un simple tutorial en internet no era suficiente para aprender. En su lugar, terminó aplicándose una sombra de ojos sencilla en color dorado y máscara de pestañas, prescindiendo del delineador de ojos. Algunas mujeres tienen el don del maquillaje, pero su único talento era pifiarla. Ahora llegaba tarde a su fiesta preferida del año, una de las pocas a las que había asistido.
Cada noche de Halloween, su antigua hermandad organizaba una fiesta de disfraces temática sobre los cuentos de hadas y a ella la habían invitado en calidad de antigua alumna. Este año se centraba en La bella y la bestia, donde a las mujeres se les animaba a disfrazarse de princesa y a los hombres de monstruo. Naturalmente, cada uno podía llevar el disfraz que quisiera, pero la mayoría de los asistentes solía respetar la temática. Phoebe llevaba semanas deseando que llegase este día. No obstante, su novio, con el que llevaba saliendo tres meses, no estaba tan convencido de querer ir. Adam odiaba los disfraces, entre otras muchas cosas más.
Por ejemplo, odiaba que no fuera maquillada en público. Por eso había estado intentado con todas sus fuerzas maquillarse bien. No debería hacerlo, lo sabía, pero ahí estaba ella. Intentando complacer a un hombre al que, por norma general, no solía gustarle nada. Suspirando, recogió los cosméticos del lavabo y los metió en el neceser. Luego, se apresuró para terminar de vestirse en su dormitorio.
Se había puesto lencería sexy con la esperanza de que Adam quisiera disfrutar quitándosela cuando volvieran a casa. Unas tangas de encaje de color crema, unas medias hasta el muslo con su liguero a juego y un top bandeau que se ataba a la espalda como un corsé. Parecía sacada de un catálogo. O de una película porno. ¡Eso iba a depender de cómo se presentara la fiesta!
Tiró de la enagua para darle forma a su vestido y se calzó unos zapatos dorados de tacón con purpurina. Su vestido tenía dos partes: una era blanca y la otra era una capa dorada que brillaba y resplandecía con la luz. El pelo negro le caía suelto sobre la espalda. Estaba deseando ver la cara que pondría Adam cuando la viera.
Phoebe le dio al interruptor de la luz del vestidor, salió y cuando empezó a cerrar la puerta, se detuvo. En el fondo del vestidor percibió una silueta que destacaba entre la oscuridad. La había visto en un par de ocasiones desde que se había mudado a este apartamento unos meses atrás. Si volvía a encender la luz, no había nada y no tenía ni idea de lo que provocaba que se produjera esa sombra. Se estremeció y cerró la puerta, comprobando después que se quedaba bien cerrada. Esa maldita cosa lograba abrirla algunas veces y ella se estremecía con solo pensar que algo pudiera estar observándola.
—Es solo la mente que te juega malas pasadas —murmuró mientras cogía su bolso y su móvil.
Le envió un mensaje a Adam para recordarle que dejara de trabajar y fuera a la fiesta. El pobrecillo estaba más pendiente de las cuentas y finanzas de su empresa que de la diversión.
¿Pero dónde diablos estaba Adam? Phoebe se ponía de puntillas alternando de pie para intentar ver por encima de las cabezas de docenas de personas disfrazadas. Los zapatos que llevaba se veían divinos en la tienda, pero no lucían de la misma manera en sus pies. Ahora mismo mataría por unas zapatillas de andar por casa. Adam aún no había llegado y ella se estaba aburriendo de tanta socialización. Le dolían los pies y además se había puesto toda esa lencería sexy porque pensaba que tendría algo de acción esa noche vestida de princesa, pero al parecer no sería así.
Lanzó un suspiro y se dirigió a una de las habitaciones de la segunda planta, que hacía las veces de guardarropa, para estar un rato a solas. Cerró la puerta y se dirigió tranquilamente hacia la cama para sentarse. Una vez allí, sacó el móvil de su bolso. Una vez la presión hubo abandonado sus pies, lanzó un clamor de satisfacción. No obstante, Phoebe no se atrevió a quitarse los zapatos. Volver a ponérselos después sería diez veces peor. En su lugar, llamó a Adam, pero saltó el contestador automático de inmediato.
—¿Dónde estás? —fue todo lo que dijo antes de colgar. Luego comprobó los mensajes y vio con estupefacción que no había recibido ninguno.
Le llegó el chirrido de una puerta por su lado derecho y lanzó un grito. El armario se abrió y ella se quedó mirando, tratando de averiguar si había