que la mente intente explicarse lo sucedido y escarbe en busca de algún significado que sitúe el dolor en un sitio más comprensible. Analicemos estas preguntas y sus posibles respuestas en detalle.
“¿Por qué no vi venir el desamor de mi pareja?”
La mayoría de la gente no se da cuenta del desamor del otro hasta que el hecho ya está consumado. No es tan fácil enfrentarlo en el momento oportuno porque tendemos a minimizar y a quitarle importancia a los alejamientos afectivos de la pareja, y lo que suele ocurrir es que, cuando sentimos la indiferencia profunda del otro hacia uno, ya es tarde e irrecuperable. Funcionamos con una estrategia de evitación defensiva: pensamos que los altibajos son transitorios, que el amor nunca está en juego, y cosas por el estilo. El temor a la pérdida nos quita fuerzas, atención y vigilancia, nos vuelve lentos e inseguros.
Veamos dos posibles respuestas racionales y adaptativas a la pregunta arriba planteada:
Quizá (y sólo es una posibilidad) tu pareja sea una gran simuladora, y pese a la extinción del amor, seguía mostrándose como la gran amante. ¿Cómo ibas a darte cuenta? En general uno no deja de amar de un día para el otro. Nadie se levanta una mañana, y dice: “Qué curioso, ayer te amaba y hoy ya no”. El desamor requiere de un proceso que arroja señales y deberían aparecer, si nadie lo oculta o intenta encubrirlo. Algunos indicadores de desamor son: frialdad sexual, lejanía afectiva, desinterés, silencios inexplicables, aburrimiento, falta de comunicación y discusiones frecuentes. No obstante, insisto: aun si nada de esto se hace patente y tu media naranja te dice adiós de un momento a otro, algo no ha funcionado bien en cuanto a la comunicación.
Es posible que haya gente que viva en la indiferencia cotidiana desde tiempo atrás y que por obra y gracia de la rutina piense que su relación “es normal”. La ausencia de afecto se hace rutinaria y la pareja se acostumbra a ello. Si éste es tu caso, es natural que no hayas “visto venir el desamor” porque ya estabas metido o metida hasta la coronilla en él. Una mujer víctima de un matrimonio “indiferente” me decía: “No entiendo qué pasó… Todo iba bien. Ése era nuestro estilo, nuestra manera de ‘amar’”. Jugaban con fuego. Un “amor indiferente” es un contrasentido que se derrumba sobre sí mismo. Lo que se opone al amor no es el odio (ambos atraen, uno para bien y el otro para mal), sino más bien la apatía y la indolencia por la pareja.
Analiza lo escrito a continuación y saca tus conclusiones:
Tal como podemos ver, existen algunas respuestas razonables a la pregunta: “¿Por qué no vi venir el desamor y la ruptura?”. Es importante que tengas en cuenta que el desamor no siempre se detecta. Y aunque conocer las posibles argumentaciones que vimos no resucitará el vínculo, quitarte el interrogante de la cabeza o resolverlo te producirá cierto alivio. Responde el interrogante como te plazca o tíralo a la papelera de reciclaje, pero no te quedes cavilando como si estuvieras buscando la cuadratura del círculo. No lo dejes flotando en el aire. Repitamos las posibilidades esbozadas: tu pareja ocultó su bajón emocional o pudiste haberte acostumbrado a la indiferencia. Las causas pueden ser muchas y variadas, pero repito: lo que debes tener en cuenta es que si una incógnita referida a tu pérdida se vuelve obsesiva, afectará el normal desarrollo de tu duelo.
“¿Hasta dónde soy culpable de lo que ocurrió?”
Los psicólogos suelen decir que cuando una relación de pareja no funciona, la culpa es de ambos, ya sea por exceso o por defecto de cualquiera, pero los dos son responsables del fracaso. Desde mi punto de vista, esta afirmación necesita un matiz, ya que no todas las culpas se reparten igual. He conocido parejas en las que atribuir la culpa a los dos, además de difícil, sería injusto, ya que uno de los miembros resulta ser la víctima del otro. Recuerdo a una mujer casada con un hombre muy infiel, cuya relación tenía una particularidad: las infidelidades eran cometidas con tal grado de discreción y solapamiento, que descubrirlo era prácticamente imposible. La señora se desempeñaba en un alto puesto en una empresa, era una excelente administradora de su hogar, amaba profundamente a su marido y confiaba plenamente en él. En apariencia todo funcionaba muy bien. Sin embargo, el hombre, aprovechándose de la confianza que le profesaba su mujer, mantenía amoríos de todo tipo, haciendo uso de una coartada difícil de desmontar: en casa era el mejor esposo del mundo. Su consigna era como sigue: “Cuanto más infiel seas a tu mujer, mejor marido debes ser”. ¿Cómo diablos iba ella a sospechar? ¿Qué culpa tenía la mujer de que el señor sufriera de “infidelidad crónica”? Cuando ella se enteró de los engaños, decidió dejarlo con todo el dolor del mundo. Un sufrimiento que la hizo elaborar un duelo complicado porque seguía amando la parte buena del hombre. Amaba al Dr. Jekyll, pero no a Mr. Hyde. Nunca volvió con él.
No es lógico ni sano aceptar una culpa o una responsabilidad que no te corresponde. Un paciente, después de leer un manual de autoayuda para parejas, me decía: “Mi mujer me deja con la mayor indiferencia y frialdad. Me hace a un lado sin importarle un rábano los años que pasamos juntos, simplemente porque ya no me quiere, porque se cansó de mí y ya no le doy la talla. Fui un buen marido y la amé de verdad. ¡Y ahora resulta que, según ese libro, además de cargar la pena debo sentirme culpable! Me niego a asumir alguna responsabilidad en esta separación”. Un punto de vista a tener en cuenta, sin duda. Algunas personas, cuando le dicen al otro que ya no lo quieren, aprovechan para lavarse las manos: “¡Te dejo porque no te amo y tú tienes la culpa!”. Doble golpe. Como quien dice: “Hacer fuego del árbol caído”. En una consulta, un hombre le dijo a su esposa: “Ya no te quiero y me voy. Y la única explicación que te daré es que no estuviste a la altura de la relación”. La mujer no hacía más que llorar. Cuando pude hablar con ella a solas me manifestó que se sentía la “responsable” de la ruptura. Le había creído al hombre y no paraba de decirme: “¡No estuve a la altura, no estuve a la altura!”. Nunca supimos qué significaba “estar a la altura”, pero esa frase la acompañó por casi un año, martirizándola todo el tiempo. ¡Qué fácil es tirarle la basura al otro y crear “víctimas culpables”!
Analiza lo siguiente con cuidado:
Para que no caigas en una laceración irracional, piensa concienzudamente cuánta responsabilidad crees haber tenido en tu separación. Piénsalo bien y en profundidad. Cuando lo tengas claro, asume tu parte de culpa. Simplemente asume “la parte que te corresponde”, de manera razonada y razonable. Una buena autoverbalización sería: “Podría haberlo hecho mejor”, o también: “Lo haré mejor la próxima vez”. Pero no te castigues despiadadamente por ello. Deja constancia para tu autoestima de que no eres un “monstruo afectivo”. Es verdad, tampoco eres un dechado de virtudes, ¿y qué? No te hagas un harakiri amoroso. Cabeza fría y autorrespeto, ante todo. Y si tienes una pequeña dosis de narcisismo bien administrado podrías decir: “Que se vaya, no sabe lo que se pierde”. No hablo de autocomplacencia egocéntrica, sino de valoración sensata. A la pregunta: “¿Hasta dónde soy culpable de lo que ocurrió?”, responde con la mayor sinceridad que puedas y obra en consecuencia (repara el error, pide disculpas, asúmelo o déjalo pasar si no es importante), pero sin lastimarte inútilmente. De nada te sirve excusar el comportamiento del otro y magnificar tus “malos actos”.
“¿Es posible que se arrepienta y quiera volver?”
Es posible, siempre es posible: lo que no sabemos es si vale la pena. Cuando haces esta pregunta, estás esperando una respuesta afirmativa, ¿verdad? Una luz al final del túnel, mantener viva la ilusión de que todo volverá a ser como al principio. Lo que quieres es aferrarte a la esperanza de una resurrección afectiva que aplaque el dolor y recupere “lo que antes fue”. Te pido que te detengas un momento y pienses qué es exactamente “lo que antes fue”. Analízalo con cuidado, por favor. “Lo que antes fue”: ¿era bueno?, ¿era extraordinario?, ¿te hacía crecer como persona?, ¿vivías con angustia o alegremente? Repásalo y pregúntate: ¿volverías atrás con tranquilidad, sabiendo lo que sabes ahora respecto a la relación? Reflexiona sobre esta pregunta: si él o ella se arrepintiera: ¿qué seguridad tendrías de que no se produciría una nueva crisis? Personalmente le tengo pánico al “arrepentimiento”