en el epigastrio; pero por no romper el hilo de sus fiestas, calló como una muerta. Al cabo, hacia el estío, se resolvió a quejarse, pensando acertadamente que la enfermedad era pretexto oportuno para un veraneo conforme a los cánones del buen tono. Vivía Pilar con su padre y con una tía paterna; ni uno ni otro se resolvieron acompañarla; el padre, magistrado jubilado, por no dejar la Bolsa, donde a la chita callando realizaba sus jugaditas modestas y felices; la tía, viuda y muy dada a la devoción, por horror de los jolgorios que sin duda le preparaba su sobrina como método curativo. Recayó, pues, la comisión en Perico Gonzalvo, que, cargando con su hermana, hubo de llevársela al Sardinero, contando con que no faltarían amigas que allí le relevasen en su oficio de rodrigón. Así fue: sobraban en la playa familias conocidas que se encargaron de zarandear a Pilar, y de llevarla de zeca en meca. Mas desgraciadamente para Perico, los baños de mar, que al pronto aliviaron a su hermana, concluyeron, cuando abusó de ellos y quiso nadar y meterse en dibujos, por abrir brecha en su débil organismo, y comenzó a cansarse otra vez, a despertar bañada en sudor, a sentir desgano, al par que comía vorazmente raros manjares. Lo que más la asustó fue ver que se le caía el pelo a madejas. Al peinarse, se enfurecía, y llamaba a gritos a Perico, pidiéndole un remedio para no quedarse calva. Un día el médico que la visitaba llamó aparte a su hermano, y le dijo:
—Es preciso que tenga usted tino con su hermanita. Que no tome más baños.
—¿Pero está de cuidado, de cuidado?—interrogó el mozo abriendo cuanto podía sus ojos chicos.
—Podrá estarlo muy en breve.
—¡Diablo, diablo, diablo! ¿usted cree que tiene una tisis, una tisis?—( tiziz pronunciaba Perico.)
—No digo tanto: opino que aún no se halla interesado el pulmón, pero en el momento menos pensado la sangre se agolpa allí, la congestión sobreviene, y... a cada instante se dan casos de ese género. Hay en ella un terrible empobrecimiento de la sangre: está con el pulso de un pollo: hay además una sobreexcitación nerviosa que se acentúa periódicamente, y una honda perturbación gástrica.... Si valiese mi parecer, aprovecharían ustedes el otoño para tomar unas aguas....
—¿Panticosa, Panticosa?
—En este caso tengo, por preferibles los manantiales ferruginosos de Vichy.... La anemia es el primer enemigo que hay que combatir, y la indicación gástrica está también atendida en esas aguas.... En segundo término, Aguas—Buenas o Puertollano... pero no se descuide usted: en esta quincena ha perdido terreno, y la alopecia y el sudar son síntomas muy característicos....
Y como Perico se retirase cabizbajo, añadió el doctor:
—Sobre todo pocas excitaciones... nada de bailar, ni de nadar... reposo moral... ni música, ni novelas.... Las aldeanas que padecen el mal de su hermana de usted se curan con agua, donde echan un manojo de clavos, o escoria de fragua.... La civilización hace artificioso todo: si quiere sanar, que no trasnoche, que no ande en funciones... el corsé flojo, los tacones anchos....
—Sí, sí, pide peras al olmo, al olmo—ceceaba Perico por lo bajo—. Cualquier día se pone mi señora hermana un alfiler menos, un alfiler menos, aunque se la lleve pateta.
Cuando Pilar supo la decisión del Esculapio, colgárse del cuello de Perico, en un arranque de amor fraternal no manifestado hasta entonces. Hizo mil monerías felinas, se volvió dulce, obediente, prudentísima en todo, prometiendo cuanto se le exigía y más aún.
—Periquín, reprecioso, anda, mono, ¿verdad que me llevas? Anda, di que sí, bobo, anda. ¡Si vales tú más que todas las cosas! Anda, ¿qué Puertollano ni qué...? Vamos a Francia, ¡qué gusto, señor! ¡parece mentira! ¡Qué dirán cuando lo sepan Visitación y las de Lomillos! No, ya ves tú, cuando el médico lo dice, hay que hacerlo.... ¿Qué te voy a estorbar siempre cosida a ti? Hombre, yo encontraré amigas: ¿no ha de estar allí nadie conocido? Yo me ingeniaré, verás. Voy a hacerme un traje de tela cruda, que hasta allí.... Bueno, bueno, hombre, no te pongas hecho una sierpe.... Si ya sé que tengo que guardar método, y acostarme temprano... a las ocho con las gallinitas: ¿qué más pides? ¡Ay, qué rico hermano me dio Dios! ¡Así todas se me mueren por él!
—¿Si pensarás, si pensarás tú que me la das con tus lagoterías? Anda, déjame en paz... te llevo porque es preciso, preciso, si no ¿quién te aguanta en invierno? Pero a ver cómo somos formales, formales... o te quemo esos moños malditos... al fin nunca vas sino hecha una cursi, una cursi....
Devoró la injuria Pilar, como devoraría en tales circunstancias otra más fuerte aún, y sólo pensó en el elegante viaje que con tanto lucimiento coronaba sus expediciones veraniegas. Gonzalvo padre, que amén de la jubilación no carecía de bienes, aflojó los cordones de la bolsa, no sin recomendar la parsimonia y economía a su hija: en los asuntos de Perico no se metía nunca, pasábale una pensión mensual, y hacía como si no viese que Perico, recibiendo como uno, gastaba como diez, la daba de príncipe y jamás pedía aumento de sueldo.
Con esto, los dos hermanos salieron en triunfo del Sardinero para Francia y detuviéronse en Bayona, en el hotel de San Esteban, donde tuvimos la honra de conocerles. Vio el cielo abierto Perico cuando supo que Miranda y su mujer seguían a Vichy, y comprendió que Lucía era la persona más a propósito para relevarle en acompañar a Pilar, y aún para hacer de enfermera en caso de necesidad. Desde luego fomentó el trato de las dos, y concertaron salir reunidos para Vichy.
Las noticias dadas por su hermano acerca de Lucía y Miranda lograron aguzar singularmente la hambrienta curiosidad de la anémica, y su olfato fino percibía no sé qué emanaciones novelescas en los sucesos acaecidos al matrimonio. El hermano y la hermana habían conferenciado largamente acerca del asunto, a medias palabras, atreviéndose a veces a lanzar una expresión más viva y cruda, riéndose entrambos. Era uno de los goces mayores de Lucía las conversaciones que a veces pasaba con Perico cuando él se dignaba tratarla, no como a una chiquilla, sino como a mujer hecha, y le comunicaba detalles, anécdotas y sucesos de lo que por lo regular no llegan a oídos de las doncellitas educadas con cierta severidad y recato. Perico y su hermana, no muy tiernos y afectuosos entre sí, se entendían a maravilla en el terreno de las picardigüelas, y a veces la hermana completaba la frase picante, detenida en labios del hermano por unas miajas de la reserva que inspira la mujer aún al hombre menos capaz de tenerla. Experimentaba Pilar malsana fruición en recorrer aspectos del cosmorama de la vida, donde nunca fijaban sus ojos las hijas de los grandes de España por ella tan envidiadas, y que, por entonces, viviendo en la claustral atmósfera de sus palacios, vigiladas siempre por la institutriz rígida, llevan en la frente, a los veinticinco años, el sello de su altiva inocencia.
—Pues yo—decía Perico a Pilar—subí al cuarto de Artegui, porque la verdad, la verdad, me dio curiosidad cuando me dijeron que tenía una chica muy guapa, muy guapa, consigo.
—Claro que era para dar curiosidad a la mismísima estatua de Mendizábal, hombre.... Ese Artegui, a quien nunca se le conoció un mal trapicheo....
—No, si es un raro, un raro. Riquísimo, y hace vida de fraile. Si yo tuviese sus onzas, sus onzas.... ¡ole con ole!
—Pero di, ¿y te parece a ti, que no hay gato encerrado en lo de Artegui y Lucía?
—¡Pch! no—silbó Perico, que a diferencia de su hermana, no era maldiciente, sino cuando se irritaba contra alguno—. Ese Artegui tiene sangre de horchata, de horchata, y estoy segurísimo de que ni esto, ni esto le ha dicho. (Y chasqueó la uña del pulgar contra uno de sus paletos,)
—La verdad es que ella es una cursi destemplada.... Pero vamos a cuentas, Periquín: ¿no me dijiste tú que se quedó muy triste, y toda turulata, cuando él se fue y entró Miranda después?
—Pero ponte en el caso, ponte en el caso.... Miranda parecía la estampa de la herejía....
—No, no quisiera verme en el caso—exclamó Pilar riendo a carcajadas.
—Luego el muy papanatas, hizo lo que todos los gallos, lo que todos los gallos que están de mal humor...—siguió Perico riendo a su vez—. Si había de ponerse agradable, de decirle algo a la pobre chica... le soltó