Lo que singularmente amargaba a Aurelio, era comprender que su decadencia administrativa nacía de otro decaimiento irreparable, a saber, el de su persona. Cumplida la cuarentena de años, faltábanle ya los billetitos de recomendación o por lo menos no eran tan calurosos: en los despachos de las notabilidades iba siendo su persona como un mueble más, y hasta él mismo sentía apagarse su facundia. La madurez se revelaba en él por un salto atrás; íbasele metiendo en el cuerpo la seriedad de los Mirandas; y de amable calavera, pasaba a hombre de peso. No del todo extrañas a tal metamorfosis debían ser algunas dolencias pertinaces, protesta del hígado contra el malsano régimen, mitad sedentario y mitad febril, tanto tiempo observado por Aurelio. Así es que, aprovechando la estancia en León, y los conocimientos y acierto singular de Vélez de Rada, dedicose a reparar las brechas de su desmantelado organismo; y la vida metódica y la formalidad creciente de sus maneras y aspecto, que en la corte la perjudicaban revelando que empezaba a ser trasto arrumbado y sin uso, sirviéronle en el timorato pueblo leonés de pasaporte, ganándole simpatías y fama de persona respetable y de responsabilidad y crédito.
Solía Miranda hacer, de pascuas a ramos, tal cual escapatoria a Madrid, y en una de las últimas encontró al Don Fulano del señor Joaquín—a quien llamaremos Colmenar por respetos a su incógnito—, amostazado y furioso con otro Don Zutano que se empeñaba en desbaratarle sus combinaciones todas y en echarle por tierra todas sus hechuras. No había manera de arreglarse con aquel diablo de hombre, que así cortaba y segaba en el granado campo de los adictos colmenaristas. El destino de Miranda, a la sazón, estaba comprometidísimo. Pegó Miranda al escucharlo un brinco en el muelle diván.
—Nada, hombre—prosiguió Colmenar—: así como te lo digo. Basta que yo tenga interés en conservar a uno, para que lo barra él.... Es cosa fija. Y no hay modo de evitarlo. El pega sin duelo.
—Yo—contestó Miranda—, si todo se redujese a salir de León.... Porque, la verdad sea dicha, aquel pueblo me encocora, aunque tiene sus ventajas... Pero si las cosas llegan más allá, lucido quedo.
—No, pues lo probable es que lleguen.... La fortuna es enemiga de los viejos, y nosotros vamos siéndolo ya.... Tú estás muy arruinado de algún tiempo a esta parte. Ese pelo.... ¿Te acuerdas qué famoso pelazo tenías? Pronto recurriremos ambos al aceite de bellotas, como remedio heroico.
—Hombre...—exclamó Miranda atusándose los mechones de las sienes con el ademán belicoso de los pasados días—. Cualquiera pensará que estoy calvo. Pues aún me defiendo muy bien. Los padecimientos me tienen así, un poco....
—¿Estás enfermo? ¡Goteras, chico, goteras!
—Una afección hepática, complicada con.... Pero en aquel pueblo anticuado de León di con un facultativo de lo más moderno, un sabio—apresurose a añadir Miranda viendo el gesto aburrido del prohombre, que temía el relato de la enfermedad—. Te aseguro que Vélez de Rada es un prodigio... Materialista cerrado, eso sí....
—Como todos los médicos...—Y Colmenar se encogió de hombros—. ¿Y... qué tal? ¿Haces muchas conquistas en León? ¿Son blandas de corazón las leonesitas?
—¡Bah! gazmoñillas—pronunció Miranda, que en confianza y reserva se permitía su poco de irreligiosidad—. Tráenlas los jesuitas embobadas con cofradías y novenas, y andan comiéndose los santos.... Sociedad, poca; cada uno en su casa y Dios en la de todos. No deja, por otra parte, de convenirme, puesto que he menester descanso y método....
Colmenar oía baja la vista, contando los arabescos de la tupida alfombra.
Alzó al fin la cabeza y diose una palmada en la frente.
—Me ocurre una idea sin ejemplar—dijo, repitiendo la célebre frase del ministro portugués.—Chico, ¿por qué no te casas?
—¡No está mala la ocurrencia! ¡Sí, que son baratas las mujercitas en estos tiempos... y lo que viene después! Al que no quiere caldo, taza y media: a quedarme sin destino voy quizás, ¡y de casamiento me hablas!
—Tonto, no te propongo mujer que te haga peso, sino que te traiga pesos.
Y el prohombre celebró su propio retruécano disparando larga risa. Miranda quedose pensativo mascando la miga de la proposición, cuyas ventajas le saltaron a los ojos prontamente. Ningún medio más acertado para prevenir las embestidas de la mala fortuna y asegurar el dudoso porvenir, mientras no emigrasen del todo los ya ralos cabellos, y no desapareciese el barniz de gallardía que aún abrillantaba su persona. Por otra parte, León era ciudad que involuntariamente sugería ideas matrimoniales. ¿Qué hacer sino casarse allí donde todo era calma y tedio, donde la soltería inspiraba desconfianza, donde la más insignificante aventurilla provocaba los furiosos ladridos del escándalo? Así es que dijo en voz alta:
—Es cierto, chico; en León le entran a uno ganas de casarse y de vivir santamente.
—Es que para ti—insistió Colmenar—es ya de necesidad el consorcio. Aparte de que eres mayor de edad... (aquí sonrió maliciosamente) y si no quieres llamarte solterón debes pensar en bodas, lo reclama tu salud... y tus pesetas. Si no puedes sostenerte, ¿cómo te las compones? Supongo que no tendrás economías.
—¡Economías yo! Au jour le jour —dijo Miranda, pronunciando con cierta soltura la frasecilla transpirenaica.
—Pues entonces, il faut faire une fin —replicó Colmenar, muy satisfecho de poder lucirse a su vez.
—El caso es dar con la mujer, con el ave fénix—murmuró Miranda meditabundo—. No, lo que es niñas casaderas no faltan; pero yo ahora perdí el rumbo aquí.... Dime tú....
—¡Niñas de aquí! ¡Líbrete de ellas Dios! Más temibles son que el cólera. ¿Sabes tú las exigencias que tiene cualquiera de esos angelitos? ¿Sabes tú cómo las gastan?...
—De modo que....
—La mujer que tú necesitas está en León mismo.
—¡En León!... Sí, en efecto acaso allí sea más fácil.... Pero no veo... Las de Arga, tienen ya novio; Concha Vivares sólo es rica en esperanzas, hay una tía que piensa dejarle su herencia: mas de aquí a que estire la pata.... La de Hornillos... no; la de Hornillos sólo tiene pergaminos, y eso no se echa en el puchero....
—Te andas por las alturas... el ramo de señoritas está mal: aguárdate, que voy a decirte....
Levantose Colmenar, y abriendo un cajón de su pupitre, sacó una tira de papel, rancia y amarillosa, cubierta de nombres, que recordaba las listas de proscripción. Y lista era, en efecto: allí estaban inscritos por riguroso orden alfabético los feudatarios de la gran personalidad colmenariana, en las diversas provincias de la Península; había apellidos que tenían al pie una A mayúscula, que significaba adicto ; otros señalados con M A, muy adicto , alguno llevaba agregada una D, dudoso .
El prohombre apoyó el dedo índice en uno de las nombres honrados con la M A.
—Te propongo—dijo Miranda—una niña de pocos años, que acaso llegue, y aún pase, de los dos millones de capital.
Abrió Miranda tamaño ojo, y tendió la mano para apoderarse de la bienhadada lista.
—¡Así como suena!—exclamó—. Pero es que no hay como tú para tales hallazgos.
—¿No conoces en León a la persona aquí apuntada?—siguió Colmenar señalando con la uña el renglón de la lista—. ¿Un viejo muy guapo y fornido, muy tieso aún, Joaquín González, el Leonés ?
— ¡El Leonés! Si no hay cosa que más conozca. Varias veces vino a asuntos al Gobierno civil de León. Claro que le conozco. Y ahora recuerdo; es verdad que tiene una chica, pero en esa sí que no me fijé jamás. Se la ve muy poco.
—Hacen vida modesta. Duplicará el capital en diez años—, ¡para agenciar es mucho hombre el Leonés ! Un infeliz, un simplón en lo restante; en política no ve más allá de sus narices el pobre; pero ha sabido crearse una fortuna. No tiene sino esa niña y adora en ella.