a los que pareciera que les importaban sus compañeras, que quisieran complacerlas.
A nivel técnico, tuvimos que crear una manera de rodar completamente nueva. En el porno tradicional, parece mecánico porque es mecánico. Básicamente estás rodando basándote en una lista predeterminada, y tienes que conseguir mucho material de cada tipo de actividad sexual, desde todos los ángulos habituales, para poder cumplir con las obligaciones contractuales con tu distribuidor. Así que instalas las luces y las cámaras para rodar unos veinte minutos de felación desde un determinado ángulo, y luego paras, mueves todas las luces y las cámaras para rodar desde otro ángulo, y así sucesivamente. Claramente esto deja muy poco espacio para la espontaneidad y hace que el trabajo del actor mucho más duro mientras intenta mantener su erección; y la actriz lo hace lo mejor que puede para mantenerlo excitado en ese arrancar-parar durante horas y horas.
Lauren y yo empleamos un estilo de rodaje más cinéma vérité donde muy poco estaba predeterminado, aparte de hablar con los intérpretes sobre el tipo de cosas que pensábamos que podrían hacer sus personajes y el tipo de cosas que nos gustaría ver. Les dejábamos que aportaran algo de sí mismos a la escena mientras estuviera dentro del papel, incluso si era simplemente una viñeta de fantasía, como pasaba en nuestros primeros trabajos. Permitirles que pudieran participar en la decisión de con quién trabajar, prefiriendo nosotras en primer lugar que fueran parejas reales, aseguraba un sentido del deseo mucho más auténtico. Al mismo tiempo, dábamos carta blanca a nuestros operadores de cámara para que se movieran libremente alrededor de los amantes, sin restricciones de ángulos y posiciones predeterminados, capturando los momentos según sucedían.
Tanto si dirigía Lauren como si dirigía yo, intentábamos sentarnos lo bastante cerca de los actores y el cámara o los cámaras para poder susurrar instrucciones, pero al mismo tiempo estorbar lo menos posible. Con el tiempo fui incorporando argumentos más complejos que necesitaban más trabajo de escenificación y storyboards, pero seguí manteniendo el mismo enfoque a la hora de grabar las escenas eróticas. Cuando funcionaba, se creaba una intimidad entre los actores, la persona detrás de la cámara y la que dirigía, que llevaba a una sensación de pura magia. Sabías que habías creado algo especial, algo que tocaría a la gente en un nivel erótico profundo. No siempre sucedía, pero las veces que sí ocurría mi sensación era de alegría y triunfo.
Al experimentar y trabajar con este nuevo estilo de hacer porno en los primeros tiempos de Femme, a Lauren y a mí nos parecía tan fácil que nos maravillaba que nadie lo hubiera pensado antes. Por supuesto, nadie lo había hecho porque la idea de que existiera un mercado de porno para mujeres o para parejas era totalmente inaudita. La oferta de mi suegro de financiar nuestra idea tenía una condición: tenía que encontrar primero un distribuidor. Esto resultó ser nuestro mayor reto. En la mayor parte de las empresas me daban una palmadita en la cabeza, diciéndome que ese mercado no existía —«esto es un club de chicos», me dijo uno de ellos—, pero eso servía para convencerme todavía más. Yo sabía que estaban equivocados. Finalmente conseguí que una de las empresas más conocidas, vca Pictures, aceptara distribuir nuestras películas. Con un poco de marketing y de promoción, sacamos al mercado con gran éxito comercial y abrumador entusiasmo del público nuestros tres primeros vídeos: Femme (1984), Urban Heat (1984) y Christine’s Secret (1986).
Tras nuestro primer año, Lauren continuó su camino con otros proyectos y yo seguí con Femme. En 1986, mi marido y yo fundamos Femme Distribution, negociamos con vca recuperar nuestros tres primeros títulos y nos ocupamos de la distribución internacional de la línea Femme. Produjimos cinco títulos más, incluyendo uno en tres partes llamado Star Directors Series en los que invité a otras cuatro amigas que habían sido estrellas de las películas para adultos (Annie Sprinkle, Gloria Leonard, Veronica Vera y Veronica Hart) a que escribieran y dirigieran sus propios cortos. Mientras tanto, para llegar al sector demográfico al que me estaba dirigiendo sin gastar grandes cantidades de dinero en publicidad, puse en práctica lo que había aprendido en un curso para hablar en público de mis tiempos universitarios y me convertí en la portavoz de Femme. Sabía que los medios de comunicación se lanzarían sobre una historia de una antigua estrella del porno que se atrevía a desafiar una industria de la pornografía dominada por los hombres y no hacía daño que yo no fuera en absoluto lo que ellos esperaban cuando venían a entrevistarme. Una vez que nos encargamos de la distribución, dejé de trabajar desde la oficina de casa y me mudé a un loft en el prometedor y chic barrio de SoHo en Manhattan, así que en vez de que les recibiera una ninfa rubia de Porn Valley con grandes pechos, les recibía una mujer de erizado pelo entrecano muy neoyorquina. Tuve mis detractores, pero la mayor parte de la gente de la prensa comprendía lo que estaba intentando hacer y apreciaba los avances que estaba consiguiendo.
Con el tiempo, Femme había acumulado una impresionante presencia en los medios, incluyendo Time, Glamour, The New York Times, The Times of London, y muchísimas otras publicaciones así como apariciones en casi todos los principales programas de la televisión, incluyendo The Phil Donahue Show, donde yo, una novata en el debate político, me enfrenté con éxito a Catherine MacKinnon. Había alcanzado tal éxito al crear demanda para mi línea que los minoristas tuvieron que empezar a hacer pedidos si querían aprovechar el nuevo y creciente mercado de las mujeres y las parejas.
En 1988 mi marido y yo nos separamos, y yo empecé a supervisar tanto la producción como la distribución. Después de unos cuantos años me di cuenta de que estaba agotada y que no podía ser al mismo tiempo la directora creativa y la distribuidora. En 1995 hablé con phe, Inc./Adam and eve, una empresa propiedad de Phil Harvey, que era conocido por su trabajo político y filantrópico, y después de un año de negociaciones la empresa abrió una división de distribución al por mayor con mi línea Femme y accedió a financiar mi trabajo. Añadimos diez largometrajes más a mi línea, incluyendo AfroDite Superstar (2006), la primera de mi serie multiétnica «Femme Chocolat». Femme ofrece ahora dieciocho títulos. Mi más reciente empeño ha sido lanzar el trabajo de otras directoras de películas eróticas cuyas visiones sean innovadoras.
Quizá mi mayor fuente de orgullo sean las numerosas cartas y mensajes de correo electrónico que he recibido de hombres y mujeres a lo largo de los años, agradeciéndome haber creado películas para adultos que les hacen sentirse bien respecto al sexo y que han proporcionado un impulso muy necesario a un largo matrimonio cargado con las necesidades de los niños y los retos que supone llevar una vida ajetreada. Mi segunda mayor fuente de orgullo es haber obtenido el apoyo de la sexología y los muchos consejeros matrimoniales y sexuales que se sienten cómodos al recomendar mi trabajo a mujeres y parejas a los que piensan que podría ayudar. En 1988, Sandra Cole, que era en ese momento presidenta de la American Association of Sex Educators, Counselors and Therapists (aasect) me pidió que hablara en su congreso nacional anual. En 1992 proyectaron mi cuarta película, Three Daughters, una historia de iniciación que incluye una escena con el redescubrimiento sexual de los padres, que aasect apoyó públicamente por «promover roles sexuales positivos».
Así que, ¿puede el porno coexistir con los principios del feminismo? ¿Estaba todavía traicionando a mis hermanas? ¿O había contribuido a crear un entorno en el que las mujeres pudieran expresar sus visiones sexuales únicas a través del cine y el vídeo? Ya desde el principio la prensa me etiquetó como «pornógrafa feminista», un oxímoron para muchos, un titular llamativo para otros. Nunca me propuse hacer películas «feministas» —«humanistas» sería un término más exacto— y siempre he odiado la «palabra con p». Para mí, «pornografía» evocaba imágenes de mujeres plásticas manteniendo relaciones sexuales mecánicas con hombres generalmente nada atractivos, y sexo vacío de sentimiento, aburrido en el mejor de los casos, repulsivo en el peor. «Cine erótico» me sonaba pretencioso y ambiguo. Pero no hay ninguna otra palabra que llame la atención de la gente de la forma en que lo hace la «palabra con p». La palabra hacía que la gente se enterara de que mi trabajo existía, pero no necesariamente me ayudaba a llegar al mercado que yo estaba buscando. En los ochenta y en gran parte de los noventa, la sola mención del porno podía repugnar a la mayor parte de las mujeres. Ahora «porno» es la nueva palabra, actualizada y chic, para pornografía. Ha llegado a significar algo atrevido, desafiante. Del mismo modo que las mujeres eliminaron el poder de la palabra «golfa», que se usó durante mucho tiempo para silenciar a aquellas que quisieron tener una vida