Jessica Steele

Una novia entrometida


Скачать книгу

tenido un accidente.

      Yancie prosiguió su camino con sumo cuidado. Aquel suceso la había desconcertado. Cuando llegó a recoger al señor Clements, iba ya perfectamente uniformada.

      Algunas veces, Yancie se llevaba el coche a casa, sobre todo cuando terminaba tarde. Para que se lo dejasen llevar había tenido que asegurar al señor Kevin Veasey que iba a dormir en un garaje. Pero no la dejaban utilizar el coche para su uso personal.

      Aquel día iba a terminar tarde y se llevó el Mercedes a su casa. A pesar de las horas a las que llegó, su prima Astra todavía estaba trabajando.

      –Astra trabaja mucho –le dijo a su prima Fennia.

      –Le encanta trabajar –respondió Fennia–. ¿Qué tal hoy?

      –Casi he tenido un accidente con un Aston Martin. Aparte de eso, todo bien –sonrió y le contó a su prima lo que le había ocurrido mientras comían la cena que su prima había preparado.

      –¡Hombres! –exclamó Fennia.

      –Fui yo la que tuvo la culpa –señaló Yancie.

      –Da igual.

      Se rieron. Las tres primas estaban muy unidas. Las tres habían pasado por las mismas experiencias. Las tres habían tenido madres que habían pasado de relación en relación. Las tres habían tenido un pasado muy poco estable. Las tres habían tenido que soportar demasiados hombres en las vidas de sus madres.

      La tía Delia había sido la única a la que habían podido acudir para conseguir algo de seguridad. La tía Delia tenía diez años cuando su madre se volvió a casar. Y en tres años tuvo tres hijas. La madre de Yancie ya había tenido sus aventuras antes del accidente de su padre. La madre de Fennia se había casado dos veces y en aquellos momentos estaba buscando marido. La madre de Astra se había divorciado dos veces y en aquellos momentos estaba viviendo con otro hombre.

      Con esos pasados, las tres primas, a la edad de dieciséis años y por miedo a haber heredado un gen de sus madres, hicieron la promesa de no ser como ellas. No querían saber nada de las explosivas relaciones de sus progenitoras, que tan solo les habían traído disgustos.

      Habían transcurrido seis años desde entonces y no habían tenido el menor problema. Ninguna de ellas tenía prejuicios contra los hombres. No obstante, no quedaban casi nunca con nadie que no conociesen bien. Y cuando lo hacían, siempre iban acompañadas de un familiar.

      A la mañana siguiente, Yancie se fue a trabajar en el Mercedes. Pensó en que tenía que llamar por teléfono a su padrastro. Ya había contratado a una criada. A ella no le apetecía compartir techo con Estalle. Le gustaba más vivir con sus primas. Fennia, a pesar de que había estudiado empresariales, le encantaba el trabajo que había encontrado cuidando niños. Y Astra, la más estudiosa de las tres trabajaba de asesora financiera.

      Yancie metió el coche en el garaje de Addison Kirk y se puso una bata para lavar el coche. Sus compañeros de trabajo ya casi se habían acostumbrado a su presencia. Sin embargo, de vez en cuando hacían algún que otro comentario sobre su físico.

      –Estás guapísima con esa bata –comentó uno de ellos.

      –¿De verdad? –le respondió.

      –Aunque tú siempre lo estás, pongas lo que te pongas –la estaba mirando tan serio que ella se echó a reír. Y él aprovechó la ocasión para invitarla a salir un día.

      –Yo nunca mezclo el negocio con el placer –le respondió. Se dio la vuelta y agarró la manguera.

      Estaba lavando el coche cuando Wilf Fisher, uno de los mecánicos se acercó a agradecerle el que hubiera tenido la amabilidad de pasarse por casa de su madre para entregarle la cafetera que él le había dado.

      –De nada –le respondió ella, a pesar de que había tenido que conducir cincuenta kilómetros después de dejar al señor Clements.

      –Si no la hubieras llevado tú, no la habría recibido hasta dentro de una semana –le explicó–. Mi mujer se queja de que mi madre acapara mucho mi atención.

      –No te preocupes. Para eso estamos los compañeros, para hacernos favores.

      De todas maneras, de no haber tenido que hacer aquel encargo, no habría tenido aquel incidente con el Aston Martin.

      A pesar de haberle contado el suceso a Fennie y a Astra, Yancie no había podido pegar ojo aquella noche pensando en ello. Había estado a punto de tener un accidente y lo único que se le había ocurrido había sido echarle la culpa al otro coche del error que ella había cometido. E incluso tuvo la osadía de encararse con el otro conductor.

      No sabía por qué le preocupaba tanto aquello, porque era un hombre al que no iba a ver más. Era imposible que se tomara la molestia de averiguar a quién pertenecía el coche, cuando ni siquiera se habían rozado.

      Yancie normalmente tenía bastante trabajo los viernes. Pero hasta ese momento nadie le había encargado nada.

      Se entretuvo lavando los coches, yendo a por sándwiches y haciendo recados. A eso de las tres le avisaron de que quería verla el jefe.

      Nunca antes había llevado a ningún sitio a Thomson Wakefield. Ni siquiera lo conocía. Llevaba tres semanas trabajando allí y estaba empezando a pensar que al señor Wakefield, a pesar de su política de igualdad de derechos con las mujeres, no le gustaba que su coche lo condujera una mujer.

      No sabía por qué, pero se imaginaba que Thomson Wakefield era un hombre ya mayor. Seguramente era porque al puesto que ostentaba en la empresa no accedía un hombre joven.

      ¿Pero por qué se preocupaba tanto? Él había sido el que había solicitado sus servicios. Le hubiera gustado darse una ducha antes de subir a ver a su jefe.

      Tampoco importaba mucho. Tenía una camisa limpia en el ropero. Con un poco de desodorante y un poco de maquillaje conseguiría estar presentable.

      Lo extraño fue que cuando le preguntó a Kevin que en qué coche tenía que ir, le dijera que no le habían dicho nada al respecto. Lo único que le habían indicado era que fuera a ver al jefe a las cuatro.

      –Elegiré yo entonces el coche cuando vuelva –decidió. Si la dejaban a ella decidir, elegiría el Jaguar. Aunque el señor Wakefield seguro que tendría sus preferencias.

      Yancie subió a la planta donde estaban los directores de la empresa mientras pensaba dónde tendría que llevar a su jefe. A ella no le importaba hacer horas extra. Si le decía que tenía que llevarlo a Escocia, por ella no había el menor problema. Aunque tendría que decírselo a Astra y a Fennia para que no la esperaran.

      Cuando llegó al despacho del jefe llamó a la puerta.

      –¿Es usted Yancie Dawkins? –le preguntó la secretaria de Thomson Wakefield.

      –Sí –respondió Yancie–. El señor Wakefield me ha llamado.

      –Siéntese por favor –replicó Veronica Taylor.

      Yancie se sentó y esperó. Y esperó. Dieron las cuatro y cuarto y seguía esperando.

      –¿Sabe el señor Wakefield que estoy aquí? –le preguntó a la secretaria.

      –Sí, claro –le respondió ella en tono agradable.

      Dieron las cuatro y media y seguía esperando. Ojalá hubiera llevado algo para leer. A lo mejor su jefe estaba hablando por teléfono y no podía salir.

      Transcurrieron otros diez minutos. Yancie empezó a sentirse cada vez más incómoda. Por muy ocupado que estuviera, bien podría haberle dicho algo. Sería mejor tranquilizarse, porque poniéndose nerviosa no iba a conseguir nada.

      Al cabo de otros diez minutos, pensó en decirle a la secretaria que ella se iba al garaje y que la llamara cuando el jefe terminara. Pero justo en ese momento escuchó sonidos al otro lado de la puerta. Parecía que el jefe ya había terminado de hacer lo que estuviera haciendo.

      La puerta