para no desmayarse, pero no se pudo mover.
La niña la miró con el rostro sucio por las lágrimas y unos enormes ojos violetas.
Caro se puso a temblar y tragó saliva una y otra vez.
Había deseado mucho aquel momento, pero nada la había preparado para enfrentarse a aquellos ojos, a aquel pelo.
Sintió que volvía de golpe a su propia niñez. A la única persona en el mundo que la había querido de verdad. A sus benévolas manos, a sus tiernas palabras y a una espesa mata de rizos de aquel mismo color.
–¿Dónde está tío Jake?
Las palabras de la niña trajeron a Caro de vuelta a la realidad. Sus rodillas cedieron y se sentó en el banco que había delante de la ventana.
–Volverá en un momento –le dijo con un hilo de voz, embargada por la emoción.
–¡Hablas como yo! –respondió la niña sorprendida.
Y Caro se dio cuenta de que había hablado en ancillano.
Entonces, la niña a la que había ido a conocer cruzó la habitación para llegar hasta donde estaba ella.
Caro sintió calor y frío, alivio, incredulidad y asombro. Sintió ganas de sonreír y de llorar.
O de abrazar a Ariane y no dejarla marchar.
Capítulo 2
AJENA a su angustia, Ariane se detuvo delante de ella y le tendió un oso de peluche bastante raído.
–Se le ha caído el brazo a Maxim –le dijo la niña con labios temblorosos–. ¿Me lo puedes arreglar?
Caro tardó un momento en procesar sus palabras. Estaba demasiado ocupada estudiando su rostro en forma de corazón, sus grandes ojos y las pecas que salpicaban su pequeña nariz.
A pesar de todos los indicios, había cabido la posibilidad de que hubiese habido un error.
Pero al ver a Ariane en persona no le cupo la menor duda.
Caro tomó aire y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas por primera vez en años.
La niña retrocedió.
Y ella esbozó una sonrisa.
–Lo siento, no pretendía asustarte –le dijo, limpiándose las lágrimas–. Creo que se me ha metido algo en el ojo. Ahora, háblame de tu osito. ¿Se llama Maxim?
Ariane asintió, pero guardó las distancias.
–¿Sabes que hubo un rey llamado Maxim? Era muy valiente. Luchó contra los piratas que intentaron invadir St. Ancilla.
Ariane dio un paso hacia ella.
–De allí vengo yo –le dijo–. ¿Tú también?
–Sí –respondió Caro, sonriendo más.
Jamás se había imaginado que mantendría aquella conversación.
Fue un momento agridulce. Dulce porque, después de tanto dolor, Caro había encontrado a la niña. Y amargo porque había perdido muchos años.
Pero aquel no era el momento de pensar en el pasado.
–¿Qué le ha pasado a Maxim? ¿También ha luchado contra los piratas?
Ariane sonrió y Caro sintió que un rayo de sol le traspasaba el corazón.
–No, tonta. Los piratas no existen.
–¿No? –le preguntó ella, sintiendo que se derretía por dentro.
–El tío Jake dice que no.
–Ah.
–Así, aunque sueñe con ellos, no tengo miedo. No son de verdad.
–Es bueno saberlo. Gracias.
Caro se preguntó si eso significaba que Ariane tenía pesadillas. Volvió a contener las ganas de abrazarla.
La niña la miró con curiosidad.
–¿Quién eres? Te pareces…
Frunció el ceño y la estudió con la mirada.
–A alguien que conozco.
–¿De verdad? –le preguntó ella con el corazón acelerado–. ¿A quién?
–No lo sé.
Caro tomó aire y se recordó que Ariane era una niña pequeña, que debía de resultarle familiar porque procedían del mismo lugar y hablaban el mismo idioma. Nada más.
–¿Y qué le ha pasado a Maxim?
Ariane hizo un puchero.
–No lo sé. Me he despertado y estaba así.
–Bueno, es fácil de arreglar –le aseguró Caro.
–¿De verdad?
–Por supuesto. Solo necesitamos aguja e hilo para volver a coserlo.
Ariane se acercó más y le tendió el oso y el brazo que se le había caído.
–¿Puedes arreglarlo ahora, por favor?
–Aquí no tengo una aguja, pero podemos hacer un arreglo provisional.
–¿Sí?
–Sí. Trae mi bolso, que está junto a la mesa, y veré lo que puedo hacer.
Vio cómo la niña atravesaba la habitación. Era evidente que quería mucho a Maxim. ¿Quién se lo habría regalado? ¿Sus padres? ¿Tío Jake?
Caro pensó en el hombre reservado que la había interrogado e intentó imaginárselo con aquella preciosa niña. No lo logró, pero lo había visto protector con ella.
–Toma –le dijo Ariana, llevándole el bolso.
–Gracias. Me llamo Caro. A ver si sabes decirlo.
–Caro. Es muy fácil.
–¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
–Ariane.
–Qué nombre tan bonito.
–Mi papá me dijo que mamá lo había elegido porque era muy bonito.
Los ojos de Ariane se llenaron de lágrimas y le tembló la barbilla.
A Caro se le hizo un nudo en el corazón. Ariane había perdido a sus padres.
–Sí. En St. Ancilla hay otras niñas que también se llaman así. Es el nombre de una señora muy famosa y muy bella, pero, sobre todo, muy buena y valiente también.
–¿Sí? –preguntó Ariane con curiosidad.
–Sí. Vivió hace mucho tiempo, antes de que hubiese buenos hospitales y medicinas. Cuando todo el mundo enfermó, los demás señores se encerraron en sus castillos, pero ella salió a ayudar a los pobres. Se aseguró de que tenían comida y agua limpia y los ayudó a ponerse bien.
–Yo quiero ser como ella. Quiero ayudar.
–Bien –le dijo Caro, sacando un pañuelo de su bolso–. Puedes practicar ayudando a Maxim. Toma. ¿Puedes sujetar su brazo así?
Ariane asintió y se concentró en sujetar al peluche. Caro sintió su mano en la rodilla y notó un escalofrío que le encogió el corazón. Tomó aire y continuó arreglando el osito.
Ya tendría tiempo para emocionarse, cuando estuviese sola. Aquel no era el momento.
Pero mientras arreglaba el muñeco prestó más atención a la niña que a él. Ariane necesitaba estabilidad, benevolencia y, sobre todo, amor. Y, costase lo que costase, ella se lo daría.
Jake se quedó en la puerta, observándolas, inclinadas sobre el oso de peluche.
No