Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 2


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contar. Alguien a quien le importara. Alguien a quien pudiera llamar si…

      –Necesito más.

      Su tío quedó en silencio. Entonces, asintió. Parecía haber leído entre líneas, haber comprendido por fin lo que su sobrino ansiaba aunque se mostrara reacio a aceptarlo.

      –Significa que tendrás que dejar de maldecir con tanta frecuencia –bromeó Pretorius–. Aunque tengo que reconocer que sería un cambio agradable.

      Justice sonrió.

      –Lo intentaré.

      –También significará que se va a comer mejor en esta casa –dijo Pretorius algo más contento–. Y que la casa estaría limpia.

      –No creo que la mujer con la que yo me case se pusiera muy contenta si supiera que la he elegido porque necesitaba un ama de llaves con derecho a roce –dijo Justice. Se inclinó por encima del hombro de su tío y apretó un botón. La impresora se puso a trabajar y empezó a escupir una hoja tras otra de material–. Esto me lleva de nuevo a mi preocupación principal. Si me caso, tú también tendrás que soportarla. Has leído la información sobre esas mujeres. ¿Podrías tolerar que una de ellas viviera aquí permanentemente?

      Pretorius frunció el ceño.

      –¿Es esa la razón de que no te hayas casado antes? ¿Te preocupaba mi reacción ante el hecho de que nuestra casa se viera invadida por otra persona?

      Invadida. Justice contuvo un suspiro.

      –No. No me he casado porque no he encontrado a una mujer a la que pudiera tolerar durante más de una semana.

      –Y ahí es donde entra mi programa de ordenador, ¿no? He hecho todo lo que he podido para transformar el Pretorius en una aplicación más personal y menos empresarial. Los parámetros son similares. Encontrar la esposa perfecta no es muy diferente a encontrar el empleado perfecto.

      –Exactamente. Solo hay que introducir datos diferentes –dijo Justice. Empezó a enumerar sus requerimientos–. Ingeniera, por lo tanto una persona racional que controla sus sentimientos. Brillante, por supuesto. No soporto a las mujeres tontas. Si fuera físicamente atractiva sería mucho mejor, pero debe de ser lógica, amable y capaz de soportar el aislamiento.

      –Pensaba que hablábamos de una mujer.

      –Si es ingeniera, lo más probable es que ya posea alguna de esas cualidades y, más importante aún, que encaje aquí.

      –Está bien. De acuerdo –dijo Pretorius–. Si estás decidido a seguir con esto, te confirmo que esa media docena de mujeres va a asistir al simposio.

      –Con un poco de ayuda por tu parte.

      –Eso ha sido lo más fácil.

      Pretorius tomó los papeles de la impresora y los examinó. Justice vio gráficos, fotos, currículos y lo que parecían ser informes de un detective privado. Jamás se podría decir que su tío no había sido concienzudo.

      –¿Y lo más difícil?

      –Las mujeres son unas criaturas muy extrañas, Justice. Tienden a tener reacciones negativas cuando un hombre las invita a tomar una taza de café y, a renglón seguido, les dice que está buscando esposa.

      –Vaya… –susurró Justice. No se le había ocurrido pensar en eso.

      –Por supuesto, te podrías inventar una excusa para necesitar una esposa con tanta celeridad. Estoy seguro de que se lo creerían. Después de todo, tú eres el gran Justice St. John o, al menos, eso es lo que afirman todas las publicaciones científicas.

      –Por el amor de…

      –O también podrías escuchar al no tan gran Pretorius St. John, que ha considerado ese pequeño detalle.

      –¿Y?

      –No asistes al simposio para encontrar esposa, sino para encontrar una ayudante.

      –Pero si no necesito una ayudante.

      –Claro que la necesitas. Al menos, eso es lo que les vas a decir a esas mujeres. Es la única manera de que accedan a que las conozcas. Cuando te decidas por alguna que creas que puedes soportar durante más de un mes, haz que se mude aquí. Trabaja con ella durante un tiempo. Consigue que se enamore de ti y luego cásate con ella. De ese modo, esa mujer no pensara que eres un tío raro. O, con un poco de suerte, cuando se dé cuenta de quién eres, será demasiado tarde. Se habrá casado contigo e incluso podría haber un Justice St. John Junior de camino. Tal vez incluso sepa cocinar y limpiar –añadió Pretorius mientras le colocaba el montón de papeles en las manos–. Mientras tanto, estúdiate esto. El simposio dura tres días, lo que supone que deberás conocer a dos candidatas al día. Tienes ese tiempo para regresar con una ayudante/esposa con la que los dos podamos vivir.

      –¿Y si no sale bien?

      Pretorius se cruzó de brazos.

      –Lo he estado pensando. Y aunque no quiero a una mujer desconocida andando por aquí y metiendo la nariz en donde no la llaman, me he dado cuenta de una cosa.

      –¿De qué?

      –Estás desperdiciando muchos conocimientos y muchas habilidades, sobrino. Tienes la obligación de compartirlos con otros. Aunque esa mujer no valga como esposa, habrás invertido en el futuro dando inspiración a otra persona o, si tienes suerte, transmitiendo tu código genético a otra generación.

      –Menuda manera de exponerlo.

      –No te olvides de que esto ha sido idea tuya, muchacho. Tanto si lo sabes como si no, esa etiqueta de genio que llevas por el mundo tiene un precio. Tienes una deuda con el universo.

      –¿Acaso ha enviado la factura el universo? –preguntó Justice secamente.

      –Deuda que no has pagado. Por eso estás bloqueado. Has guardado celosamente tu conocimiento en vez de extenderlo por el mundo. Si este asunto de la esposa no funciona, al menos habrás transmitido tus conocimientos a una sucesora de mérito. Y eso sí que podría soportarlo yo, dado que sería temporal.

      –¿Y si ella se enamora y la cosa deja de ser temporal?

      Pretorius entornó la mirada.

      –¿Acaso crees que ella es la única que podría enamorarse? ¿Por qué no lo dos?

      Justice sabía muy bien que no podría esperar algo así. Dudaba que fuera capaz de volver a amar.

      –Solo ella –afirmó.

      –En ese caso, recuerda que me gusta cenar a las seis.

      «Justice St. John».

      Daisy Marcellus se detuvo en seco en el momento en el que vio el nombre en el centro del tablón de anuncios del Coronation Hotel. La suave luz del atardecer iluminaba la bella foto en blanco y negro, que amenazaba con ponerla de rodillas. La llamativa bolsa fucsia que llevaba se le cayó al suelo, dejando que pinturas, pegatinas y juguetes varios para niños pequeños se desparramaran por el suelo.

      Era él.

      Ciertamente, era un hombre muy diferente del que ella había conocido diez años antes. Aquel hombre parecía más duro, más fiero que el que ella había conocido. Sus ojos eran los mismos y revelaban la cautela que ella recordaba tan claramente, como si fuera un animal constantemente en estado de alerta. De hecho, aquella cautela parecía más intensa e iba acompañada por una expresión de cinismo.

      Estudió cada rasgo de la fotografía y trató de encontrar más cambios. No tardó en hacerlo. El tiempo había grabado ciertas líneas de expresión en los fuertes rasgos masculinos. Las más profundas enmarcaban una boca demasiado dura. A lo largo de los años, parecía haber adquirido una frialdad que ella esperaba que fuera solo un requerimiento del fotógrafo más que un reflejo verdadero de la personalidad del hombre.

      A pesar de aquellos cambios tan preocupantes, el deseo y la alegría se apoderaron de ella. Extendió la