cincuenta o cien millones. De aquí el interés de la Sociedad, la necesidad de valorizarlo, de hacerlo popular: conquistar la opinión pública para que esto pese luego en el fuero interno del señor Ferrari.
Podría haber quizá una finalidad de mayor importancia, pero yo aquí preferiría ser prudente. Piénsalo tú, investiga. El Presidente de la Sociedad es uno de los mayores empresarios industriales del Norte, por ejemplo. Y en su fábrica —decenas de miles de obreros y, por tanto, de tifosi— van a celebrar elecciones (pequeños flashes sobre: Comisiones internas salientes, células del PCI, secciones de la DC, sede de la CGIL, de la UIL27, etc., agitación en la fábrica, mítines, etc.). Mecanismos de propaganda electoral en marcha; en el dulce, blando, reconfortante y santo lavado de cerebros, el «equipo del alma» no puede no estar en los primeros puestos, empezando naturalmente por las primeras páginas de las revistas. Y ahí aparecen las fotografías de la amistad entre el joven hijo del patrón y el idolatrado hijo de la plebe.
Siempre hay, en los jóvenes, un fondo de inocencia, como es comprensible. Y estos siguen con fe el juego de los padres, raza atroz.
Ten en cuenta que, en cualquier caso, el hijo del millonario Presidente vive como algunos locos que se pasan toda la vida en un ligero estado de desdoblamiento, como diciéndose: «Me está pasando algo que es la vida». El hijo ha recibido el poder de príncipe heredero y no sabe dónde meterlo: pero no es necesario, porque el poder es como la vida —está donde está—. En él hay una desproporción contraria a la del Dios portero. Y está como embelesado por ello. Pero, como Juanito, él también lo arregla todo con la ilusión que ofrece lo práctico. Lo que poco a poco sucederá en su vida —la desesperación, la disociación, la cocaína— no le concernirá: permanecerá oculto tanto en él como para la sociedad. El shock que sufrió en la cabeza al nacer lo trastornará para toda la vida. Será siempre tal y como aparece en la fotografía de la revista, con una tirada de un millón de ejemplares, que inmortaliza su amistad con el glorioso proletario de San Pablo, portero de la selección italiana, después de una victoria contra Bulgaria o Checoslovaquia, un domingo de invierno. En ambos muchachos, los ojos parecerán incrustados en sus ojeras, con su sonrisa, con el recuerdo de su verdadera personalidad, abandonada nadie sabe dónde: con la luz de su inocencia velada por la voracidad en el caso del proletario moreno, y por la indiferencia en el potente y débil muchacho millonario de ojos azul celeste.
Yo lo dejaría aquí. No jugaría con la caducidad de la gloria, dejaría a Juanito en la cumbre: el amor de la Diosa, la amistad del hijo del Presidente. En la ilusión de que todo esto le corresponde realmente, de que será duradero. A pleno sol de la felicidad deportiva, después de una victoria de su equipo conseguida gracias a él: con toda la Italia tifosa, neocapitalista y erótica a sus pies, un domingo cualquiera de invierno.
Il Giorno, 14 de julio de 1963
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