Maureen Child

La seducción del jefe - Casada por dinero - La cautiva del millonario


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le sonrió, Caitlyn sintió que se le debilitaban las rodillas.

      Mientras caminaba, las sandalias resonaban contra las losetas del patio. Cuando la brisa nocturna le acarició los hombros, que el vestido verde oscuro dejaba al descubierto, se echó a temblar. Los pendientes que Jefferson le había comprado le rozaban el cuello a cada paso.

      Le había comprado joyas, al igual que había hecho con el resto de las mujeres que habían pasado por su vida. Las que había intentado seducir y de las que se había intentado librar. Ella había visto de primera mano cómo Jefferson utilizaba su encanto y los regalos para convencer a las mujeres, por lo que estaba decidida a mantenerse al margen de los montones de mujeres que caían a sus pies.

      Con ese pensamiento en mente, se detuvo al lado de Jefferson y aceptó la copa de vino blanco que él le ofreció.

      –Todo esto es muy hermoso.

      –Sí. Igual que tú –añadió, mirándola de arriba abajo.

      Caitlyn sintió una corriente eléctrica que tuvo que reprimir con fuerza para recordar por qué no iba a permitir que un hombre como Jefferson la sedujera.

      –No te va a servir de nada, ¿sabes?

      –¿El qué?

      –Lo de seducirme.

      –¿Acaso crees que es eso lo que estoy haciendo?

      –Bueno, es lo que haces siempre –respondió, tras dar un sorbo de vino–. Eres un hombre muy generoso, Jefferson, pero sólo compras joyas por dos razones.

      –¿De verdad?

      –Sí. O estás tratando de seducirme o de librarte de mí y, dado que los dos sabemos que no es lo segundo… Sólo nos queda una opción.

      –Me conoces demasiado bien, Caitlyn.

      –Más de lo que te imaginas.

      Jefferson extendió una mano y le apartó un mechón de cabello de la cara. Al hacerlo, le rozó suavemente el rostro con las yemas de los dedos, lo que hizo que ella se echara a temblar.

      –En ese caso, si estoy tratando de seducirte… ¿cómo lo estoy haciendo?

      –No está mal –admitió ella, a su pesar.

      –Veamos de todos modos si puedo mejorarlo…

      Le quitó la copa de entre los dedos y la colocó encima de la mesa. Entonces la tomó entre sus brazos y la miró durante el que a Caitlyn le pareció el instante más largo de toda su vida. A continuación, fue bajando la cabeza poco a poco…

      Caitlyn sabía que debía detenerlo. Sabía que debería dar un paso atrás y salir huyendo. Besar a Jefferson sólo haría que la situación fuera mucho más difícil. Sin embargo, sabía que no iba a ir a ninguna parte.

      La boca de Jefferson tocó la suya. Una. Dos veces. Besos suaves y rápidos que le sobresaltaron el corazón y le llenaron de anticipación. De repente, lo deseó como jamás había deseado nada en toda su vida. Sintió un profundo deseo de experimentar su sabor.

      Justo cuando esperaba que él la besara más profundamente, Jefferson apartó la cabeza. Caitlyn abrió los ojos y vio que él tenía el ceño fruncido y que su rostro expresaba una emoción que no sabía interpretar.

      –Dulce… tan suave y dulce –susurró, acariciándole delicadamente los brazos.

      –Jefferson…

      –Otra vez. Tengo que besarte otra vez…

      La pasión se desató entre ambos y, aquella vez, cuando Jefferson inclinó la cabeza para besarla, fue mucho más que un ligero contacto. Aquella vez la besó con fuerza, con ferocidad, con un frenesí que Caitlyn sintió que se hacía eco en ella. Entonces sintió que un húmedo calor la invadía.

      Las piernas le temblaban. En su interior experimentó un dolor que sabía que sólo él sería capaz de acallar. Las fuertes manos de él le acariciaban constantemente la espalda, pero, de repente, se deslizaron hacia el trasero y la apretaron con fuerza contra la fuerte y rígida columna de su masculinidad.

      Caitlyn se perdió en la magia del momento. Se olvidó de su determinación de evitar a toda costa los poderes de seducción de Jefferson. Decidió olvidarse de que él estaba jugando deliberadamente con ella. No le importó que aquel maravilloso beso no significara para él más de los besos que había compartido con el resto de las mujeres que había habido en su vida. Por el momento, aquello le bastaba.

      Jefferson sabía que en el arte de la seducción resultaba fundamental actuar a tiempo. Tras notar que ella se había entregado a sus caricias, decidió que debía ir más despacio. La seducción debía ser algo lenta y deliberada. Una cuidadosa coreografía de la que él sabía todos los pasos.

      Sin embargo, no quería dejar de besarla. Caitlyn se moldeaba contra su cuerpo, haciendo que éste se tensara de deseo y que se pusiera más firme de lo que habría creído posible. Cada centímetro de su cuerpo la deseaba, pero nada de lo que hacía le bastaba.

      Los suspiros de Caitlyn inflamaban su deseo. El aroma de su piel lo inundaba por completo y le daba sabor a un beso hasta tal punto que Jefferson estuvo seguro de que jamás podría volver a respirar sin saborearla.

      Aquel pensamiento fue suficiente para hacerle recuperar el sentido común. De mala gana, apartó la boca de la de ella y la soltó. Aunque no hubiera otra razón, tenía que hacerlo para demostrarse a sí mismo que podía apartarse de ella. Sin embargo, cuando ella lo miró con sus profundos ojos oscuros, Jefferson supo que el vínculo seguía existiendo tanto si había contacto físico como si no.

      Dio un paso atrás para darse un poco más de tiempo y tomó las copas de vino. Le entregó una a Caitlyn y luego dio un largo sorbo a la otra para permitir que el vino refrescara el fuego que ardía en su interior.

      –No ha estado nada mal…

      –Sí –respondió Jefferson, tras tomarle una mano para conducirla a su silla–, no lo ha estado.

      Genial. La seducción estaba funcionando tal y como había planeado, pero, si no tenía cuidado, podría terminar atrapado en su propia tela de araña.

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