Miranda Lee

El otro


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Maureen Mary Lee And Anthony Ernest Lee

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      El otro, n.º 1083 - agosto 2020

      Título original: The Virgin Bride

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-688-8

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Capítulo 13

       Capítulo 14

       Capítulo 15

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      UN DÍA maravilloso», pensó Jason cuando salió a la calle. La primavera había llegado por fin. Y con ella el sol. Hacía una temperatura ideal. La ciudad nunca había tenido mejor aspecto, una ciudad situada a las faldas de las que, en aquella estación, eran unas colinas llenas de vegetación. El cielo estaba despejado. Los pájaros cantaban en uno de los árboles cercanos.

      Era imposible sentirse desdichado en un día así, decidió Jason mientras caminaba por la acera.

      Sin embargo…

      –«No se puede tener todo en la vida, hijo» –le decía su madre.

      Qué razón tenía.

      El corazón le dio un vuelco al acordarse de ella y de la vida tan desgraciada que había tenido. Se había casado a los dieciocho años con un hombre que era un borracho y jugador. Cuando cumplió los treinta, ya tenía siete hijos. A los treinta y uno, la había abandonado. A los cincuenta estaba agotada y canosa y hacía cinco años había muerto de un infarto de miocardio.

      Tenía sólo cincuenta y cinco años.

      Jason era el hijo menor, un chico inteligente y cariñoso que se había convertido en un adolescente descontento y ambicioso, decidido a hacerse rico cuando fuera mayor. Se matriculó en medicina no porque le gustara, sino porque pensaba que era una profesión en la que se ganaba mucho dinero. Su madre había puesto objeciones, argumentando que uno no se podía hacer médico por dinero.

      Cómo le habría gustado decirle que al final se había convertido en un buen médico y que era muy feliz, a pesar de no ser rico.

      Claro, que uno nunca era completamente feliz. Eso era algo muy difícil.

      –Buenos días, doctor Steel. Un día precioso, ¿verdad?

      –Sí, Florrie –Florrie era una de sus pacientes. Rondaba los setenta años y casi todas las semanas iba a la consulta para quejarse de alguno de sus muchos achaques.

      –Parece que Muriel tiene bastante trabajo hoy –dijo Florrie, señalando la panadería que había al otro lado de la calle. Del autobús que había aparcado frente al establecimiento, entraba y salía gente para comprar empanadas.

      La panadería de Tindley era famosa en kilómetros a la redonda. Algunos años antes, había conseguido hacer famosa aquella localidad al ganar el premio a la mejor empanada de carne de Australia. Los viajeros y los turistas que iban de Sydney a Canberra se desviaban de la autopista sólo para comprar una empanada en Tindley.

      En respuesta a tan repentina afluencia de visitantes, las tiendas que había a cada lado de la carretera, que antes estaban casi vacías, habían abierto de nuevo sus puertas para vender toda clase de artículos de artesanía local.

      A los alrededores de Tindley habían acudido artistas de todo tipo, por el paisaje y la tranquilidad que se respiraba. Pero antes de aquel florecimiento del mercado, habían tenido que vender sus productos a las tiendas situadas en sitios más turísticos, sobre todo en la costa.

      En un momento determinado, ya no fueron las empanadas las que atrajeron a los turistas, sino los artículos de piel y barro, madera y otros productos hechos a mano.

      En respuesta a tanta popularidad, habían abierto más negocios, donde se ofrecían té de Devonshire y comida para llevar. También habían abierto un par de buenos restaurantes y una