Plato

Obras Completas de Platón


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—Sí.

      SÓCRATES. —¿El arte del rapsodista es distinto que el del cochero?

      ION. —Sí.

      SÓCRATES. —Puesto que es distinto, tiene que ser la ciencia de otros objetos.

      ION. —Sí.

      SÓCRATES. —Pero qué, cuando Homero dice, que Hecamede, concubina de Néstor, dio a Macaón, que estaba herido, un brebaje y se expresa así:[9] «lo echó en vino pramnio,[10] sobre el que raspó queso de cabra con un cuchillo de metal, y mezcló con ello cebolla para excitar la sed», ¿pertenece al médico o al rapsodista juzgar si Homero habló bien o mal?

      ION. —Y la medicina.

      SÓCRATES. —¿Y cuando Homero dice:[11] «Ella se lanzó en el abismo, como el plomo que, atado al asta de un buey salvaje, se precipita en el fondo de las aguas, llevando la muerte a los peces voraces», diremos que corresponde al pescador, más bien que al rapsodista, el calificar estos versos, y si lo que expresan está bien o mal hecho?

      ION. —Es evidente, Sócrates, que esto corresponde al arte del pescador.

      SÓCRATES. —Mira ahora si tú me presentarías la cuestión siguiente: —Sócrates, puesto que encuentras en Homero los objetos, cuyo juicio pertenece a cada uno de estos diferentes artes, busca en igual forma en este poeta los objetos que pertenecen a los adivinos y al arte adivinatorio, y dime si Homero se ha expresado bien o mal en sus poesías en este punto. Ve ahora con qué facilidad y con qué verdad yo te respondería. Homero habla de estos objetos en muchos pasajes de su Odisea, por ejemplo, en aquel en que el divino Teoclímeno, nacido de la raza de Melampo, dirige estas palabras a los amantes de Penélope:[12] «¡Desgraciados, cuán horrible suerte os espera! Vuestras cabezas, vuestras fisonomías, vuestros miembros, se verán rodeados de tinieblas. Oigo vuestros gemidos incesantes, y veo vuestras mejillas anegadas en lágrimas. El vestíbulo y atrio del palacio están llenos de fantasmas que se precipitan al Erebo en medio de las sombras. El sol ha desaparecido del firmamento, y una fatídica nube cubre el universo». Homero en muchos pasajes habla de esta manera, como cuando describe el ataque del campamento de los griegos, donde se leen estos versos:[13] «En el momento de ir a salvar el foso, un ave apareció a la izquierda del ejército; era un águila de remontado vuelo, que llevaba en sus garras una enorme serpiente ensangrentada, aún viva y palpitante, que hacía esfuerzos para defenderse. Habiéndose inclinado hacia atrás, hirió cerca del cuello el pecho del águila, obligando a esta a soltarla a causa de la violencia del dolor, y dejándola caer en medio de los soldados, voló por el espacio, a placer de los vientos, dando terribles quejidos». Éstos, te diría, y otros semejantes, son los pasajes cuyo examen y juicio pertenecen al adivino.

      ION. —En eso no dirías más que la verdad.

      SÓCRATES. —Tu respuesta no es menos verdadera, Ion. Lo mismo que te he señalado en la Odisea y en la Ilíada pasajes que pertenecen, unos al adivino, otros al médico, otros al pescador, desígname tú ahora, Ion, tú que conoces mejor que yo a Homero, los pasajes que son del resorte de la rapsodia, y que te corresponde examinar y juzgar con preferencia a los demás hombres.

      ION. —Te respondo, Sócrates, que todos son de la competencia del rapsodista.

      SÓCRATES. —Pero eso no lo decías hace poco. ¿Cómo tienes tan mala memoria? No es propio de un rapsodista ser tan olvidadizo.

      ION. —¿Pues qué es lo que yo he olvidado?

      SÓCRATES. —¿No te acuerdas haber dicho que el arte del rapsodista es distinto que el del cochero?

      ION. —Sí, me acuerdo.

      SÓCRATES. —¿No has confesado que, siendo distinto, tiene que conocer de otros objetos?

      ION. —Sí.

      SÓCRATES. —El arte del rapsodista, según lo que tú dices, no conocerá todas las cosas, como no las conocerá el rapsodista.

      ION. —Quizá es preciso exceptuar esta clase de objetos, Sócrates.

      SÓCRATES. —Pero tú entiendes por esta clase de objetos todo lo que pertenece a las otras artes. Por consiguiente, ¿qué objetos habrás de conocer tú como rapsodista, puesto que no puedes conocerlos todos?

      ION. —Conoceré, creo yo, los discursos que se ponen en boca del hombre y de la mujer, de los esclavos y de las personas libres, de los que obedecen y de los que mandan.

      SÓCRATES. —¿Quieres decir que el rapsodista sabrá mejor que el piloto de qué manera debe hablar el que manda una nave batida por la tempestad?

      ION. —No; para esto será mejor el piloto.

      SÓCRATES. —¿El rapsodista sabrá mejor que el médico los discursos de los que habrán de valerse los que dirigen a enfermos?

      ION. —No, lo confieso.

      SÓCRATES. —¿Quieres hablar de los discursos que convienen a un esclavo?

      ION. —Sí.

      SÓCRATES. —Por ejemplo, ¿pretendes que el rapsodista, y no el vaquero, sabrá lo que es preciso decir para amansar las bestias cuando están irritadas?

      ION. —No.

      SÓCRATES. —¿Y sabrá mejor que un trabajador en lana lo tocante a su trabajo?

      ION. —No.

      SÓCRATES. —¿Sabrá mejor los discursos de que un general debe valerse para inspirar ánimo a sus soldados?

      ION. —Sí, he aquí lo que el rapsodista debe conocer.

      SÓCRATES. —Pero qué, ¿el arte del rapsodista es el mismo que el arte de la guerra?

      ION. —Por lo menos yo sé muy bien cómo debe hablar un general de ejército.

      SÓCRATES. —Quizá, Ion, estás versado en el arte de mandar a la tropa. En efecto, si fueses a la vez buen picador y buen tocador de laúd, distinguirías los caballos que tienen buena o mala marcha. Pero si yo te preguntase mediante qué arte conoces los caballos que marchan bien, si por tu cualidad de picador o por la de tocador de laúd, ¿qué me responderías?

      ION. —Te respondería que como picador.

      SÓCRATES. —En igual forma, si conocieses los que tocan bien el laúd, ¿no confesarías que este discernimiento lo hacías como tocador de laúd y no como picador?

      ION. —Sí.

      SÓCRATES. —Pues bien, puesto que entiendes el arte militar, ¿tienes este conocimiento como hombre de guerra o como buen rapsodista?

      ION. —Importa poco, a mi parecer, en qué concepto.

      SÓCRATES. —¿Cómo dices que importa poco? ¿El arte del rapsodista es el mismo, a juicio tuyo, que el arte de la guerra, o son dos artes diferentes?

      ION. —Yo creo que es el mismo arte.

      SÓCRATES. —De manera, que el que es buen rapsodista ¿es también buen general de ejército?

      ION. —Sí, Sócrates.

      SÓCRATES. —Por esta razón, ¿el que es buen general de ejército es igualmente buen rapsodista?

      ION. —Por la misma razón no lo creo.

      SÓCRATES. —Por lo menos crees que un excelente rapsodista es igualmente un excelente capitán.

      ION. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —¿Y no eres tú el mejor rapsodista de toda la Grecia?

      ION. —Sin comparación, Sócrates.

      SÓCRATES. —Por consiguiente, tú, Ion, ¿eres el capitán más grande de toda la Grecia?

      ION. —Yo te lo garantizo, Sócrates; he aprendido el oficio en Homero.

      SÓCRATES. —En nombre de los dioses, Ion, ¿cómo, siendo tú