Victoria Dahl

Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten


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      –¡Hola! –respondió Olivia con voz débil.

      Una rápida mirada al local le aseguró que Jamie no estaba acechando en una de las esquinas del bar. Olivia miró las puertas abatibles por las que se accedía a la parte de atrás, pero, al igual que podía estar detrás de aquellas puertas, podía estar también a cientos de kilómetros de distancia. Aquella era la señal de que no debería estar allí. Acababa de ser salvada de la miseria y la vergüenza.

      Olivia retrocedió y comenzó a volverse.

      –¿Puedo ayudarte en algo?

      Era de nuevo la mujer, en aquella ocasión con la bandeja debajo del brazo. Le dirigió una abierta sonrisa y Olivia se sobresaltó al reconocer el parecido. Definitivamente, aquella chica tenía algún parentesco con Jamie.

      –¿Quieres una cerveza?

      –¡No, no! Estaba buscando a alguien, lo siento. Yo solo…

      –¿A Jamie? Hoy no está en el bar.

      Olivia parpadeó. ¿Es que las mujeres se pasaban por allí cada dos por tres buscando a Jamie? Sí, por supuesto que sí.

      Horrorizada, deslizó el pie izquierdo hacia el derecho.

      –De acuerdo, gracias.

      –¡Deberías seguir nuestra cuenta de Twitter! Siempre avisa cuando va a estar en el bar.

      –Eh, claro, gracias. Lo haré –tosió y repitió–. Gracias.

      Pero justo cuando estaba llegando a la puerta, las puertas abatibles se abrieron y salió Jamie.

      ¡Ay, Dios!

      La sonrisa se le heló en los labios y abrió los ojos sorprendido al verla.

      –Señorita Ol… –deslizó la mirada hacia la camarera y volvió a mirar a Olivia–. Olivia. Hola, ¿qué estás haciendo aquí?

      La mujer le guiñó el ojo a Olivia y dijo:

      –Parece que estaba escondido en la parte de atrás –se retiró entonces hacia la barra–. ¡Eh, Jamie! –le saludó con entusiasmo al pasar por delante de él

      Jamie la ignoró y avanzó hacia Olivia. El corazón de esta se aceleró hasta alcanzar un ritmo preocupante. No podía marcharse en aquel momento. Porque, ¿qué otra razón podría tener para estar allí? Ni siquiera se le había ocurrido llevar algún material de clase o algún libro con el que justificar su presencia. Aquel era el tipo de desastre al que una se rebajaba cuando no hacía listas antes de tomar una decisión.

      –Hola –graznó.

      –Hola –Jamie hundió las manos en los bolsillos y esperó con la boca curvada en una sonrisa de perplejidad.

      –¿Estás trabajando? –le preguntó Olivia.

      –La verdad es que no. Hoy es mi día libre.

      –¡Ah!

      Olivia asintió, y continuó asintiendo mientras Jamie inclinaba la cabeza.

      –¿Se me ha olvidado algo en clase o…?

      Olivia tomó aire.

      –¿Esta noche tienes algo que hacer?

      Jamie se quedó boquiabierto al oírla.

      –¿Qué?

      –Me pediste que saliéramos y te dije que no, pero tengo que ir a una fiesta esta noche. Un profesor se jubila y…

      La enorme sonrisa que asomó al rostro de Jamie la distrajo.

      –¿Qué pasa? –le espetó, irritada por la velocidad a la que le latía el pulso.

      –Solo estoy… sorprendido.

      Olivia temió entonces que hubiera estado bromeando. Que su flirteo hubiera sido solo una broma. Era imposible que ella fuera su tipo.

      –Si no quieres…

      –Claro que quiero. ¿A qué hora paso a buscarte?

      –Podemos quedar aquí. No hace falta que…

      –Sí, vale. ¿A qué hora paso a buscarte?

      Por primera vez, Olivia vislumbró la firmeza que se escondía tras aquel aterciopelado exterior.

      Y a su pulso pareció gustarle mucho.

      –¿A las siete y media?

      –Genial. A las siete y media. Allí estaré. ¿Quieres una cerveza, un vaso de agua o…?

      –No, gracias. Será mejor que…

      Con el sentimiento de culpa revolviéndole el estómago, le dio su dirección y su número de teléfono y farfulló un adiós mientras él le dirigía una sonrisa.

      –Te veré esta noche –dijo Jamie, haciéndolo sonar como una promesa.

      Olivia caminó a trompicones hacia la puerta. La pesada puerta de madera estuvo a punto de pillarle la pierna, pero Jamie la agarró justo a tiempo. Olivia corrió hasta su coche y se desplomó en el asiento.

      ¿Qué demonios acababa de hacer? ¿Por qué iba a salir con un hombre acostumbrado a que las mujeres fueran al bar a preguntar por él? Aquello era una locura. Debía de parecer estúpida.

      –Pero no he hecho esto por él –susurró para sí–. Lo estoy haciendo por mí.

      Y era cierto. Pero no podía fingir que el encanto de Jamie Donovan no era parte de lo que quería. Aquel encanto era como un polvo mágico y dorado que alguien estuviera esparciendo sobre su piel y quería que todo el mundo viera aquel resplandor. Su marido incluido.

      Después se sacudiría la magia y todo volvería a la normalidad.

      Pero todavía tenía el corazón acelerado cuando llegó a su casa y aquella sensación no tenía nada que ver con los nervios.

      4

      Aquel no era el tipo de mujer con el que solía salir Jamie. Tessa lo había señalado en cuanto Olivia se había ido, pero Jamie la había ignorado. Después de haber pasado un año sin salir con nadie, ya no sabía cuál era su tipo. Y acababa de pulsar el botón de reiniciar.

      Le dirigió a Olivia una mirada furtiva. Ella fijaba la mirada en el parabrisas como si estuviera conduciendo. Estaba distinta aquella noche, pero no menos tensa. Había vuelto a quitarse las gafas y le brillaban los labios. En vez de un vestido discreto, se había puesto un vestido negro. No demasiado corto, ni con mucho escote, como a él le habría gustado, pero el vestido se pegaba a su cuerpo como unas manos acariciantes.

      Y olía bien. Aquel olor evocaba el frescor de una noche de verano. El de las flores refrescándose en la oscuridad.

      Era agradable.

      Jamie se había propuesto mantenerse alejado de las mujeres durante una temporada, pero había hecho una excepción con Olivia. Era distinta. Tranquila, madura. Responsable e inteligente. A lo mejor era buena para él. Un paso positivo en el camino que estaba emprendiendo. Desde luego, a Tessa la había sorprendido.

      Todavía no se podía creer que Olivia hubiera ido a la cervecería. ¡Había sido ella la que le había pedido salir! Su rechazo inicial había sido firme. A Jamie no le había dolido. Al fin y al cabo, le había pedido una cita sabiendo que las posibilidades de que aceptara eran remotas. Pero debía haberle causado un gran impacto. Sonrió al pensar que había conseguido hacerla pensar en él.

      –Tuerce a la derecha –le indicó Olivia, señalando una casa enorme situada entre los acantilados y los pinos.

      La ciudad de Boulder se veía a unos ciento cincuenta metros bajo sus pies.

      –Tienes amigos en las altas esferas.

      –Esta no es una fiesta de amigos. Son solo colegas