de punta, Grace se dio la vuelta y miró a los ojos de Constantine.
—¿A qué estás jugando ahora, Constantine? ¿Qué has venido a hacer aquí?
—No estoy jugando a nada, te lo prometo. A lo mejor un compromiso…
—¡Compromiso! —se burló Grace—. Pensaba que esa palabra no existía en tu vocabulario. Tú no reconocerías lo que es un compromiso aunque lo tuvieras delante de tus narices.
—Estoy intentando razonar contigo —le respondió Constantine, en un tono en el que se notaba que estaba reprimiendo su ira—. No me siento cómodo en una fiesta en la que la mujer que es la mejor amiga del anfitrión está todo el tiempo escondiéndose en la cocina, en especial cuando sospecho que…
—¿Qué sospechas? —le interrumpió Grace—. ¿Que me estoy escondiendo de ti? Veo que sigues considerándote el centro del universo, pero…
—Grace, se supone que en esta fiesta tenemos que vestirnos y comportarnos como hace diez años. ¿No podríamos hacer un esfuerzo y llevarnos bien?
—¿Y hasta qué momento en el tiempo se supone que tenemos que volver?
Le asustó pensar que precisamente era eso lo que ella deseaba. Incluso su corazón se aceleraba al imaginárselo.
Ojalá pudieran. Ojalá pudieran volver otra vez al momento en el que él había sido la cosa más importante en su vida y ella la de él. El momento en el tiempo en el que parecía que los dos eran solo una persona. El momento en el tiempo antes de que las mentiras que había contado Paula y sus propios miedos los habían separado, abriéndose un abismo entre sus vidas que difícilmente podrían cerrar.
—La intención de esta fiesta era que todo el mundo viniera como era hace diez años. Y la verdad es que no te imagino con catorce años.
La sombra de la sonrisa que Constantine esbozó en sus labios fue devastadora, llegándole a Grace hasta su ya vulnerable corazón y clavándose en él como una flecha dorada. Muy a su pesar, no pudo reprimir un suspiro, arrepintiéndose en el mismo instante que vio su mirada.
—¿Qué te parece entonces si nos comportamos como hace cinco años? Hace cinco años ni siquiera nos conocíamos —dijo él.
La llama de la esperanza que se encendió en el corazón de Grace se extinguió a los pocos segundos. Estaba claro que sus pensamientos iban por caminos diferentes. Ella había querido retroceder en el tiempo y detenerse en el momento en que iniciaron su relación, en el momento en que se enamoraron. Pero para Constantine, al parecer, tenían que retroceder hasta el momento en que todavía no se conocían.
—Está bien —logró decir intentando tragarse la desilusión que recorrió su garganta como si de ácido se tratara—. Por mí no hay el menor problema.
Con gesto grave y serio, ella le tendió la mano, asegurándose antes de que no le temblara.
—Me llamo Grace Vernon. Encantada de conocerte.
—Constantine Kiriazis —le respondió él, inclinándose un poco al saludarla—. ¿Quieres que te traiga algo de beber?
—Un vino blanco, por favor.
Aunque lo que menos le apetecía era beber algo de alcohol. Sus emociones eran demasiado intensas como para incrementarlas con otro estimulante.
Lo que más necesitaba en aquellos momentos era un respiro. Unos segundos para respirar y tratar de calmar su enloquecido corazón. Constantine solo tenía que tocarla para que ella sintiera aquel contacto como si de un cable eléctrico se tratara. De forma instintiva, se puso la mano que había estrechado la de él en su pecho, como si se la hubiera quemado de verdad.
¿Qué pretendería aquel hombre de ella? Porque seguro que tramaba algo. Una hora antes había declarado su intención de olvidarse de ella y ahora buscaba su compañía.
—Un vino blanco…
Mucho más rápido de lo que ella había pensado, y sin darle tiempo siquiera a prepararse mentalmente, Constantine volvió con dos vasos en la mano.
—Blanco seco, por supuesto —añadió esbozando una sonrisa en sus labios—. Aunque la verdad no tendría que haberlo sabido y te lo tendría que haber preguntado. Esto no va a ser tan sencillo como yo pensaba.
—No si tenemos que cumplir de forma estricta las reglas.
¿Reglas? ¿Qué reglas? ¿Qué normas podrían regular una situación de ese tipo?
—Creo que nos podremos permitir ciertas licencias —estaba diciéndole Constantine mientras ella pensaba en otra cosa—. De todas maneras ya te he preguntado a qué te dedicas, así que podemos omitir esa parte. Lo qué sí quisiera saber es…
—¿Qué quieres saber? —le preguntó Grace mientras daba un trago de su vaso. Sintió el efecto del alcohol en su cuerpo.
Debía estar mucho más nerviosa de lo que ella se imaginaba. O a lo mejor su cuerpo respondió a la sonrisa de Constantine y no al vino. En tal caso, tendría que tener mucho más cuidado. Porque lo que menos le apetecía era terminar ebria y perdiendo el control de la situación.
Tendría que tratar de tener la cabeza fría si quería mantener ciertas distancias con Constantine.
—¿Te vestías de verdad así cuando tenías catorce años? Casi no me puedo creer que la elegante Grace Vernon pudiera aparecer en público con…
—¿Este aspecto? —terminó Grace la frase por él—. Creo que esa era la idea. En aquel tiempo yo era una chica muy rebelde. Hacía todo lo contrario de lo que decía mi madre. Quería que yo me vistiera igual que ella. No le gustaba que me pusiera pantalones. Y yo me los ponía todo el tiempo.
—¿Estaba tu madre todavía con tu padre hace diez años?
—Sí, pero estaban a punto de separarse. Ella había tenido ya más de una aventura y mi padre ya estaba saliendo con Diana.
—Y tú te fuiste a vivir con tu padre. ¿No es más normal que los niños se queden con su madre?
—Yo ya no era una niña, Constantine.
Era curioso, pero nunca habían hablado de aquello cuando se conocían. Si lo hubieran hecho, a lo mejor las cosas habrían sido distintas. Quizá así él habría entendido lo de Paula. Pero era mejor no pensar en eso, porque le producía demasiado dolor.
—Yo ya era mayor como para opinar. Y elegí irme a vivir con mi padre. No creo que a mi madre le importara demasiado. Ella quería vivir en América, sin una adolescente que le impidiera hacer lo que quería. Yo iba al colegio aquí en Londres y no quería apartarme de mis amigos.
—¿A pesar de que se casara con Diana?
—A pesar de que se casara con Diana.
Grace avanzó unos pasos y dejó el vaso en la mesa de la cocina. Estaban recorriendo un terreno peligroso. Hablar de Diana le recordaba de inmediato a Paula, la hija de su madrastra.
—Yo me alegré de que se casara otra vez. Pensaba que…
No pudo terminar la frase, porque en esos momentos entró en la cocina un grupo de invitados riéndose y contando chistes.
—¡Vamos, no estéis ahí tan serios! ¡No podéis quedaros ahí toda la fiesta! Ivan va a cortar la tarta y dice que en vez de que él tenga que pedir el deseo, lo mejor es que cada uno pidamos uno.
Grace acompañó a Constantine hasta el salón, con la mirada clavada en él. Solo tenía ojos para él. Podía oír lo que los demás decían y notar su presencia, pero se sentía como si no existieran.
Un deseo. Si un hada madrina se lo hubiera propuesto tan solo dos horas antes, le habría dicho que lo que más deseaba era hacer las paces con Constantine. Llegar a un acuerdo con él era lo que más le apetecía. Solo con eso se conformaba.
—Feliz cumpleaños, querido Ivan…
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