R. C. Sproul

La obra de Cristo


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canciones dadas bajo la inspiración del Espíritu Santo. Creo que estas canciones son muy significativas en relación con la obra de Cristo, pero a menudo se pasan por alto. En el Antiguo Testamento, cuando Dios realizaba obras particularmente importantes de liberación o redención, Su pueblo a menudo celebraba cantando. Encontramos el Canto de Moisés (Éxodo 15:1–18), el Canto de María (v. 21) y el Canto de Débora (Jueces 5:1–31). En el Nuevo Testamento, en el libro de Apocalipsis, el apóstol Juan compartió su visión del pueblo de Dios cantando “un nuevo cántico” (5:9–10).

      En Lucas, encontramos tres canciones que fueron compuestas espontáneamente para celebrar la encarnación. Cada una de estas canciones es conocida por las primeras palabras del canto en latín. Son el Canto de María (el Magnificat), el Canto de Zacarías (el Benedictus) y el Canto de Simeón (el Nunc Dimittis). En este capítulo, quiero observar brevemente estos himnos porque su contenido revela dimensiones importantes de la obra de Jesús.

      EL CANTO DE MARÍA

      El Canto de María, el Magnificat, es quizás el más famoso de los tres. María, al enterarse por medio del Ángel Gabriel de su embarazo, y del embarazo de su pariente Elizabeth con Juan el Bautista, fue a visitarla. Cuando María llegó y saludó a Elizabeth, Juan, que aún no había nacido, saltó de alegría dentro del vientre de Elizabeth y ella le dio la bienvenida a María como “la madre de mi Señor”. María entonces cantó:

      Engrandece mi alma al Señor;

      Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.

      Porque ha mirado la bajeza de su sierva;

      Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.

      Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso;

      Santo es su nombre,

      Y su misericordia es de generación en generación

      A los que le temen.

      Hizo proezas con su brazo;

      Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.

      Quitó de los tronos a los poderosos,

      Y exaltó a los humildes.

      A los hambrientos colmó de bienes,

      Y a los ricos envió vacíos.

      Socorrió a Israel su siervo,

      Acordándose de la misericordia

      De la cual habló a nuestros padres,

      Para con Abraham y su descendencia para siempre.

       (Lucas 1:46b-55)

      María comenzó por “engrandecer” a Dios. ¿Por qué hizo esto? Primero, lo hizo porque “ha mirado la bajeza de su sierva” (v. 48a). María se sintió abrumada por el hecho de que, de todas las mujeres en la historia del mundo, ella, una simple campesina, había sido seleccionada por Dios para ser la madre del Mesías. Es como si ella estuviera diciendo: “No puedo superar esto. Él me ha notado. Me ha considerado aún en mi bajeza”. Esta es la historia original de Cenicienta, aquel cuento de una criada que capturó el corazón del príncipe.

      María continuó: “Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación” (v. 48b-50). Ella sabía que era “el Santo” quien la había notado y le había dado un privilegio tan indescriptible. Cuando el ángel le dijo que iba a concebir a este bebé, ella quedó perpleja y le preguntó: “¿Cómo será esto? pues no conozco varón”. El ángel respondió: “porque nada hay imposible para Dios” (1:34, 37). Aquel que creó el universo y la vida de la nada, es capaz de crear vida en un útero. Por eso María celebró el impresionante poder de Dios y Su misericordia.

      “Hizo proezas con su brazo”, cantó María. “Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos” (Lucas 1:51-53). María entendió que, si todas las armas del mundo se pusieran contra Dios, Él podría eliminarlas con un simple gesto de Su poderoso brazo. Él puede dispersar a los poderosos. Él puede derribar a los orgullosos de sus posiciones de poder, despojarlos de su fuerza y exaltar a los humildes. Él ha alimentado a los hambrientos y dejó a los ricos sin recursos.

      María dijo: “Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre” (v. 54-55). Aquí, al final de su canción, María relacionó lo que había oído del ángel y de Elizabeth con la nación de Israel. Ella comprendió que el bebé que había sido concebido en su vientre no tenía un propósito aislado en la historia, sino que era el cumplimiento de todo el Antiguo Testamento, todo lo que la nación de Israel esperaba.

      El Nuevo Testamento habla del nacimiento de Jesús en “el cumplimiento del tiempo” (Gálatas 4:4; Efesios 1:10). Esto significa que la encarnación de Cristo no fue una idea de último momento ni un impulso de Dios. Al contrario, era parte del plan de Dios porque Él había prometido a Su pueblo una redención vinculada al pacto que había hecho con el patriarca Abraham. Ese plan fue cuidadosamente trazado, de modo que se fijó un tiempo preciso para que Jesús naciera.

      Cuando una mujer queda embarazada, su médico generalmente establece una “fecha prevista”. La madre luego cuenta los meses, semanas y días hasta que llegue el momento de que nazca el bebé. Por supuesto, no todos los bebés cumplen con sus fechas previstas para el parto. Nuestra primera hija nos hizo esperar diez días más, y pensé que me volvería loco porque ansiaba que terminara el tiempo para poder verla. Pero Jesús vino exactamente en la fecha prevista, fijada en la eternidad pasada por el Padre.

      Así como yo estaba ansioso por el nacimiento de mi hija, en cierto sentido toda la historia de la humanidad estaba esperando y gimiendo por el nacimiento de Jesús, pero Él no podía venir sino hasta que el tiempo se hubiera cumplido. La traducción de Gálatas 4:4 en La Biblia de las Américas habla de “la plenitud del tiempo”; me gusta pensar en esta idea como un vaso lleno con agua hasta el borde. Por lo general, cuando llenamos un vaso con agua, no lo llenamos hasta el tope; dejamos un poco de espacio para poder moverlo sin derramar el agua. Pero “la plenitud del tiempo” es como un vaso lleno hasta el borde, tan lleno que no puede recibir una gota más de agua sin desbordarse. De la misma manera, Dios decretó y preparó el mundo de tal modo que Jesús llegó en el momento preciso de Su agrado, ni un segundo antes ni un segundo después.

      EL CANTO DE ZACARÍAS

      Encontramos temas similares en el Benedictus, la canción de Zacarías, que fue el padre de Juan el Bautista. Zacarías no creyó al ángel cuando le anunció que tendría un hijo que sería el precursor del Mesías, por lo cual perdió el habla (Lucas 1:19–20). Su mutismo duró hasta el día en que Juan fue circuncidado, cuando se soltó la lengua de Zacarías y cantó:

      Bendito el Señor Dios de Israel,

      Que ha visitado y redimido a su pueblo,

      Y nos levantó un poderoso Salvador

      En la casa de David su siervo,

      Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio;

      Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron;

      Para hacer misericordia con nuestros padres,

      Y acordarse de su santo pacto;

      Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre,

      Que nos había de conceder

      Que, librados de nuestros enemigos,

      Sin temor le serviríamos

      En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días.

      Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado;

      Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos;

      Para dar conocimiento de salvación a su pueblo,

      Para