De todos modos, el jurar contra Grey Calderwood solo demostraría lo que él decía: que ella no era la persona apropiada para estar con una mujer como su madre.
Lucía se tragó su resentimiento y dijo:
–Estoy muy agradecida a su madre por echarme una mano. No defraudaré su confianza.
–Cuídese de no hacerlo.
Cuando Lucía bajó, Grey y Rosemary estaban conversando en el salón como si no hubiera pasado nada.
Ella se había puesto una blusa blanca y un par de pantalones marrones.
En el momento en que entró, Grey se levantó. Era un reflejo automático aprendido desde pequeño, ella lo sabía. No tenía nada que ver con el momento presente. Él no sentía ningún caballeroso respeto por ella.
–¿Qué quiere beber, Lucía? –preguntó la señora Calderwood–. Grey está bebiendo un gin tonic, y yo siempre bebo un Campari con soda, excepto si estoy sola. No bebo nunca sola.
–¿Podría tomar una bebida sin alcohol? –después de años de abstinencia, Lucía no quería arriesgarse a que al primer trago de alcohol se le fuera a la cabeza.
–Por supuesto. ¿Quiere zumo de naranja o de melocotón?
–Zumo de naranja, por favor.
Grey se movió hacia un mueble antiguo que contenía vasos y botellas en el estante de arriba, y debajo albergaba un pequeño frigorífico. Le llevó un vaso con cubitos y zumo de frutas. No se lo dio, sino que lo dejó en una mesa, que su madre había dicho que compartiría con ella.
–Gracias –dijo Lucía.
Y se preguntó si él pensaría que el más mínimo contacto con ella lo contaminaría.
–¿Cómo eran las comidas en la cárcel? –preguntó Rosemary Calderwood–. Como la comida del internado, supongo, muchos guisos y verduras pasadas de cocción.
Lucía asintió.
–Patatas fritas con todo, y pocas ensaladas. Pero ya se sabe que la cárcel no es como hacer un crucero.
–No, pero deberían alimentar adecuadamente a la gente. Tiene aspecto de pesar algunos kilos menos de su peso habitual. Arreglaremos eso pronto. Tanto Braddy como yo somos excelentes cocineras, y tenemos una pequeña huerta así que nuestras verduras no crecen bajo plástico ni se pasan días siendo transportadas a los mercados. Yo soy una fanática de lo sano. Mis hijos me toman el pelo por ello, pero yo soy de la idea de que somos lo que comemos.
Notando el antagonismo entre su hijo y su protegida, Rosemary mantuvo una conversación fluida con la habilidad de una excelente anfitriona. Cada poco tiempo forzaba a su hijo a participar de la conversación con alguna pregunta o algún comentario. Lucía se alegró de contestar a lo que le preguntaba. De no haber sido por la presencia de Grey, se habría sentido en el paraíso.
La elegante habitación, con sus cuadros, sus antigüedades, sus alfombras orientales y jarrones con flores frescas del jardín era un bálsamo para sus sentidos.
Fueron al comedor, donde habían puesto una larga mesa de madera lustrosa para tres personas.
Grey le ofreció una silla a su madre. Lucía se sentó también. Enseguida la señora Bradley entró con el primer plato, que consistía en berenjenas con una salsa de hierbas y queso.
–¿Quiere tomar un poco de vino? –preguntó Grey, después de servir un líquido dorado en el vaso de su madre.
Lucía decidió que beber un vaso estaría bien.
–Sí, por favor.
Grey rodeó la mesa y se quedó de pie, cerca de su silla, haciéndola sentir extrañamente consciente de su cercanía, de su masculinidad. ¿Sería solo porque ella estaba acostumbrada exclusivamente a un ambiente de mujeres? El médico de la cárcel y el capellán habían sido los únicos hombres que había visto durante su tiempo de reclusión.
Las berenjenas estaban deliciosas comparadas con la comida de la cárcel. Luego llegaron las chuletas, que estaban exquisitas.
Mientras comían, Grey le preguntó de pronto:
–¿Lleva DIP?
Antes de que Lucía pudiera contestar, su madre preguntó:
–¿Qué es eso?
–La señorita Graham te lo explicará –dijo Grey con desprecio.
–Son las iniciales de Dispositivo de Identificación Personal –contestó Lucía–. Es del tamaño de un reloj de pulsera, pero puede ajustarse al tobillo o a la muñeca. Envía una señal a un receptor de radio llamado Unidad de Monitorización de Hogar. Si el monitor no puede detectar la señal, envía un mensaje al Centro de Monitorización donde se guardan los antecedentes de un delincuente y sus órdenes de toque de queda. Es un modo de controlar a la gente que han soltado antes de tiempo.
Lucía se había dirigido a la señora Calderwood, pero ahora se dirigió a su hijo:
–Pero yo no lo llevo, señor Calderwood. Deben de haber pensado que no era necesario. No me han dado ninguna instrucción que tenga que seguir.
–Posiblemente, no. Pero creo que descubrirá que no se encuentra totalmente en libertad –dijo él–. Las condiciones de su puesta en libertad probablemente no le permitan salir del país. Si no puede viajar, a mi madre le será de poca ayuda.
Aquel era un aspecto de la situación que Lucía no había tenido en cuenta. Y tuvo la angustiosa sensación de que él debía de estar en lo cierto.
–Ese tema lo he tratado con la señorita Harris cuando hablamos sobre Lucía –dijo la señora Calderwood–. Afortunadamente, tengo una amiga en los tribunales, o mejor dicho en el Ministerio del Interior, quien me ha echado una mano. Puesto que he sido miembro de un jurado popular durante veinte años, se decidió que era la persona apropiada para supervisar la vida de Lucía hasta que tenga la libertad de ir adonde le plazca. Mientras esté conmigo, no tiene restricciones de movimiento.
Aquel anuncio puso más furioso a Grey.
Lucía se preguntó si él también tendría amigos en altos cargos que tuvieran influencias. Le daba la impresión de que era un hombre que, una vez que hubiera puesto su mira en algo, no se daría por vencido fácilmente.
La comida terminó con una compota con crema.
–Recordaré este almuerzo toda mi vida –dijo Lucía, olvidándose del hombre al otro lado de la mesa–. Ha sido una comida estupenda en cualquier caso, pero para mí… –hizo un gesto expresivo.
–Bien, me alegro de que la haya disfrutado. Como es un día bastante cálido, tomaremos el café en la terraza, ¿le parece? Luego la llevaré a dar un paseo por el jardín. Como los niños se han marchado de casa, mi principal ocupación ha sido el jardín –le dijo Rosemary–. Pero ahora empiezo a darme cuenta de que no me puedo arrodillar y agacharme como antes, así que me estoy dedicando cada vez más a pintar.
–Después del café, debo marcharme. No tendría que haber hecho el gandul –dijo Grey.
Aquella expresión a Lucía le sonó rara en él.
Grey la miró. Seguramente estaría pensando que se alegraba de haberlo hecho, puesto que de otro modo no habría sabido nada acerca de los planes de su madre.
–Trabajas demasiado –dijo su madre–. No te vuelvas como tu padre… Que era adicto al trabajo. Hay más cosas en la vida que hacer negocios…
Lucía no sabía en qué se ganaba la vida Grey Calderwood, pero debía de ser algo muy rentable para que pudiera permitirse pagar tanto dinero en cuadros. En el momento del juicio, la prensa lo había descrito como «un empresario de alto vuelo, muy entendido en arte». Y siempre decían su edad, treinta y seis años, después de su nombre.
Como casi toda la gente millonaria de su edad