Francisco Sierra Caballero

Marxismo y comunicación


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buenas intenciones de hacer la revolución concluirán inevitablemente en una farsa». Ya que se cierra el advenimiento posible de nuevos modos de acción y pensamiento. Un cierre al amparo del cual el determinismo económico le ha preparado el camino al dogma.

      Para salir de la sumaria antinomia, tanto los cultural studies como la economía política de la comunicación han intentado buscar nuevas herramientas teóricas para pensar la comunicación y la cultura a partir de sus condiciones materiales. Es así como detrás de la idea de «materialismo cultural», propuesta por Raymond Williams, subyace una concepción de la cultura definida como un universo de sentido, pero a la vez como una realidad sometida a procesos de producción y circulación, capaz de producir efectos en las correlaciones de fuerzas sociales. La realidad académica, sin embargo, es que esta figura relevante de los cultural studies fue uno de los únicos en intentar –de forma consecuente– la integración de la dimensión económica de la cultura y de los medios. Un cierto tipo de pensamiento marxista que, confesaba en Marxism and Literature [Marxismo y literatura] (1977), «en lugar de producir una historia cultural material, produjo una historia cultural dependiente, secundaria, “superestructural”». El escaso interés manifestado por parte de los estudios culturales acerca de las aportaciones de la economía, más orientados hacia el tropismo textual y más inspirados por el Marx historiador-sociólogo que por el Marx economista, no pudo sino hipotecar el proyecto del materialismo cultural. El descuido económico será objeto, esporádicamente, de una confrontación intelectual entre los cultural studies y una economía política de la comunicación y de la cultura para que un enfoque interdisciplinar de la cultura no pueda pasar por encima de esta. Como subrayó Nicholas Garnham a finales de la década de los setenta –es decir, muy temprano en la propia evolución de ambas corrientes–, el legítimo rechazo del «reduccionismo económico» no puede justificar el defecto inverso. La «autonomización idealista del nivel ideológico» lleva a considerar a los bienes culturales como simples portadores de mensajes y a descuidar la existencia y el funcionamiento de las industrias culturales, del mundo social organizado de sus productores. Las tensiones no impidieron a ambas disciplinas luchar en contra de las derivas y los efectos propios de su institucionalización y explorar las posibilidades de otras articulaciones entre visiones divergentes, de manera que se preservara un proyecto crítico atento a los desafíos sociales y políticos de lo cultural.

      De la comunicación, las teorías y los análisis, muchas veces no han retenido sino su dimensión retórica y discursiva. Y de los modos de comunicación, su dimensión simbólica y no su vertiente física. Lo que se ha llamado recientemente el infrastructural turn o materialist turn en los media, communication and cultural studies parece querer cambiar ese panorama. Y varias investigaciones interdisciplinares ya atestiguan este giro. La idea es redefinir la comunicación y restituirle su dimensión material, extendiendo el concepto mismo, es decir, incluyendo las formas materiales de las comunicaciones que caracterizan al siglo XXI (el transporte, las nuevas movilidades, por ejemplo). De manera que emerja una representación del modo de comunicación y de circulación de las personas, de la información, de las mercancías y del capital que rompa con el mediacentrismo, el tropismo occidental y el presentismo cultural. Todos sesgos que, según David Morley –figura mayor de los cultural studies– no han parado de gravar la investigación crítica sobre los medios y la comunicación.

      Si del presente libro emana tal fuerza epistemológica es porque el profesor Francisco Sierra ha sabido, en su lucidez, evitar estos sesgos.

      REFERENCIAS

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      I. INTRODUCCIÓN

      Cumplido el bicentenario de Marx y tras las conmemoraciones del 150 aniversario de la publicación del primer libro de El capital, es hora de reconocer que todo aporte significativo al campo del conocimiento que nos ocupa es un escrito y registro sobre las ausencias. Si pensamos en términos de historia de las ideas, más allá de las referencias al agujero negro del marxismo (Smythe dixit), la de la comunicología ha sido una génesis de ciencia aplicada según la racionalidad instrumental contra toda voluntad distintiva de la comunicación como arte y ciencia de lo común. Por ello, es constatable la carencia en la academia de estudios de teoría crítica, en tanto que negación de todo materialismo cultural, en el abordaje de los objetos de conocimiento sobre la mediación social. «De este modo –en palabras de Mattelart–, se excluyen de toda consideración en los estudios de comunicación todas las formas de expresión desarrolladas a través de las luchas que amenazan el equilibrio social; se ignoran completamente, por ejemplo, las redes de comunicación clandestina que están siendo creadas y usadas por numerosos pueblos que resisten la opresión, que ya constituyen, con implicancias profundas, un modo de comunicación completamente nuevo» (Mattelart, 2010, p. 92). Del mismo modo, han sido relegadas cuestiones sustantivas de orden epistemológico, por no mencionar la renuncia a toda voluntad teórica de generalización. Existen, no obstante, ensayos preliminares para una concepción otra de la comunicología que nos permiten vislumbrar y, sobre todo, definir con mayor consistencia el espesor cultural de los procesos de información y mediación social desde una lectura más amplia e integradora de la reproducción cultural.

      En la historia de las teorías de la comunicación se pueden distinguir dos grandes tradiciones científicas: por una parte, aquella que se centra en la preponderancia