Bram Stoker

Drácula


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      Drácula

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      Drácula (1897)

      Bram Stoker

      Editorial Cõ

      Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

      [email protected]

      Edición: Abril 2020

      Imagen de portada: Designed by Freepik

      Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

      Capítulo 1

      Diario de Jonathan Harker

      3 de mayo. Bistrita.

      Salí el primero de mayo de Múnich a las 8:35 P.M., y llegué a Viena temprano al día siguiente; debería haber llegado a las 6:46, pero el tren se retrasó una hora. A juzgar por lo poco que pude ver desde el tren y la pequeña caminata que di por sus calles, Budapest parece ser un lugar maravilloso. No quise alejarme mucho de la estación, ya que habíamos llegado tarde y el tren partiría lo más cercano posible a la hora establecida.

      Me dio la impresión de que estábamos abandonando Occidente para adentrarnos en Oriente. A través del puente más occidental y espléndido sobre el Danubio, que en esta zona adquiere gran anchura y profundidad, recorrimos las zonas en las que siguen perdurando las tradiciones de la época de la dominación turca.

      Salimos de Budapest a muy buena hora, y llegamos ya entrada la noche a Klausenburg, donde pernocté en el Hotel Royale. Para comer, o más bien para cenar, disfruté un pollo preparado con pimiento rojo, el cual estaba muy sabroso, pero me dio mucha sed. (Nota. Pedir la receta para Mina). Le pregunté al mesero, y me dijo que se llamaba “paprika hendl”, y que, como era un platillo nacional, podría encontrarlo en cualquier lugar de los Cárpatos.

      Descubrí que mis escasos conocimientos de alemán me fueron de mucha ayuda en este lugar; de hecho, no sé cómo me las habría arreglado sin estos.

      Aprovechando un poco de tiempo libre durante mi estancia en Londres, visité el Museo Británico, y eché una ojeada a los libros y mapas sobre Transilvania que había en la biblioteca. Pensé que el hecho de saber un poco acerca del país podía serme útil en mis tratos con un noble originario de este lugar.

      Descubrí que la localidad de la que me había hablado se encontraba en el extremo Este del país, justo en la frontera de tres estados: Transilvania, Moldavia y Bucovina, en medio de los Montes Cárpatos; una de las zonas más salvajes y menos conocidas de Europa.

      No encontré ningún mapa o libro que indicara la ubicación exacta del Castillo de Drácula, pues no hay mapas de este país que se puedan comparar con aquellos realizados por la Ordnance Survey Maps; pero pude ver que Bistrita, la ciudad mencionada por el Conde Drácula, era un lugar bastante conocido. Incluiré aquí algunas de mis notas, pues, más adelante, cuando le platique a Mina sobre mis viajes, podrían ayudarme a refrescar la memoria.

      Entre la población de Transilvania hay cuatro nacionalidades distintas: sajones en el sur y, mezclados con ellos, los valacos, que descienden de los dacios; magiares en el oeste, y sículos en el este y norte. Yo me relacionaré con estos últimos, que afirman ser descendientes de Atila y los hunos. Es probable que sea cierto, porque cuando los magiares conquistaron el país, en el siglo XI, se encontraron con los hunos, que ya se habían establecido allí.

      He leído que todas las supersticiones conocidas en el mundo se encuentran reunidas en la herradura de los Cárpatos, como si se tratara del centro de alguna especie de remolino imaginario; de ser así, mi estancia podría ser muy interesante. (Nota: preguntar al Conde sobre estas supersticiones).

      No pude dormir bien, a pesar de que mi cama era bastante cómoda, pues tuve toda clase de sueños extraños. Tal vez haya sido porque un perro se la pasó aullando bajo mi ventana toda la noche, o tal vez fue la paprika, pues tuve que beber toda el agua de mi garrafa, y aun así seguía sintiéndome sediento. Me quedé dormido casi al amanecer, pero me despertó el sonido constante de alguien llamando a mi puerta, por lo que supongo que estaba durmiendo profundamente.

      Para el desayuno comí más paprika, y una especie de puré hecho de harina de maíz que me dijeron se llamaba “mamaliga”, y berenjena rellena con carne molida, un platillo delicioso al que llaman “impletata”. (Nota: pedir también la receta de este platillo).

      Desayuné rápidamente porque el tren partiría un poco antes de las ocho, o al menos ese era el plan, puesto que después de correr a la estación para llegar a las 7:30, tuve que esperar sentado en el vagón durante más de una hora antes de que nos pusiéramos en movimiento.

      Me parece que mientras más nos adentramos en el Este, menos puntuales son los trenes. ¿Cómo serán en China?

      Tuve la sensación de que pasamos todo el día recorriendo un territorio lleno de hermosos paisajes. De vez en cuando veíamos pequeños pueblos o castillos en la cima de empinadas colinas, como los que vemos en los antiguos misales; también atravesamos ríos y arroyos que parecían estar expuestos a grandes crecidas por el amplio y pedregoso margen que había a cada uno de sus lados. Se necesita una gran cantidad de agua, y una corriente muy potente, para sobrepasar el límite del borde exterior de un río.

      En todas las estaciones había grupos de personas, a veces incluso multitudes, ataviadas con todo tipo de atuendos. Algunas de ellas eran exactamente iguales a los campesinos de mi país, o a los que había visto en mi paso por Francia y Alemania, con chaquetas cortas, sombreros redondos y pantalones confeccionados por ellos mismos; pero otras tenían una apariencia muy pintoresca.

      Las mujeres parecían bonitas, excepto cuando te acercabas a ellas, pues tenían cinturas muy gruesas. Todas iban vestidas con largas mangas blancas de distintos tipos, y la mayoría llevaban cinturones muy grandes con un montón de flecos hechos de algún material que revoloteaba, similar a los vestidos que se usan en el ballet, aunque, desde luego, llevaban enaguas debajo.

      Los personajes más extraños que vimos fueron los eslovacos, que eran más salvajes que el resto, con sus grandes sombreros de vaquero, sus enormes pantalones holgados y sucios, sus camisas blancas de lino y sus pesados cinturones de cuero, que medían casi 30 centímetros de ancho, completamente decorados con clavos de latón. Llevaban botas altas, con los pantalones metidos dentro de ellas, tenían largas melenas negras y unos bigotes tupidos y oscuros. Son muy pintorescos, pero no parecen demasiado simpáticos. En cualquier otro lugar se les tomaría inmediatamente por miembros de alguna vieja pandilla oriental de bandoleros. Sin embargo, me han dicho que son prácticamente inofensivos y más bien tímidos.

      Ya había caído la noche cuando llegamos a Bistrita, que es una zona antigua y muy interesante. Como está prácticamente en la frontera, pues el Desfiladero de Borgo conduce desde ahí a Bucovina, Bistrita ha tenido una existencia muy tempestuosa, que definitivamente ha dejado sus huellas. Hace cincuenta años tuvo lugar una serie de grandes incendios, que ocasionaron un caos terrible en cinco ocasiones diferentes. A comienzos del siglo XVII, la ciudad sufrió un asedio de tres semanas, que cobró la vida de trece mil personas, y a las muertes provocadas por la guerra se sumaron las víctimas del hambre y las enfermedades.

      El Conde Drácula me dio indicaciones para dirigirme al Hotel Golden Krone, el cual, para mi mayor placer, era bastante antiguo, pues, desde luego, yo quería tener todo el contacto posible con las costumbres del país.

      Claramente ya me esperaban en el hotel, pues, cuando me acerqué a la puerta, me encontré con una mujer de rostro alegre, ya entrada en años, que portaba la vestimenta usual de los campesinos: enaguas blancas con un largo delantal doble, por delante y por detrás, de tela colorida, y tan ajustado que apenas podía considerarse modesto. Cuando me acerqué, la mujer se inclinó y dijo:

      —¿Es usted el Herr inglés?

      —Sí —le respondí—. Soy Jonathan Harker.

      La mujer sonrió, y le dijo algo a un hombre anciano que llevaba arremangadas