Lewis Carroll

Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas


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equivoco, ibas ya por la quinta vuelta.

      —¡Nada de eso! —chilló el Ratón—. ¿De qué vueltas hablas? ¡Te estás burlando de mí y sólo dices tonterías!

      Y el Ratón se levantó y se fue muy enfadado.

      —¡Ha sido sin querer! exclamó la pobre Alicia—.¡Pero tú te enfadas con tanta facilidad!

      El Ratón sólo respondió con un gruñido, mientras seguía alejándose.

      —¡Vuelve, por favor, y termina tu historia! —gritó Alicia tras él. Y los otros animales se unieron a ella y gritaron a coro:

      —¡Sí, vuelve, por favor!

      Pero el Ratón movió impaciente la cabeza y apresuró el paso.

      —¡Qué lástima que no se haya querido quedar! —suspiró el Loro, cuando el Ratón se hubo perdido de vista.

      Y una vieja Cangreja aprovechó la ocasión para decirle a su hija:

      —¡Ah, cariño! ¡Que te sirva de lección para no dejarte arrastrar nunca por tu mal genio!

      —¡Calla esa boca, mamá! —protestó con aspereza la Cangrejita—. ¡Eres capaz de acabar con la paciencia de una ostra!

      —¡Ojalá estuviera aquí Dina con nosotros! —dijo Alicia en voz alta, pero sin dirigirse a nadie en particular—. ¡Ella sí que nos traería al Ratón en un santiamén!

      —¿Y quién es Dina? si se me permite la pregunta —quiso saber el Loro.

      Alicia contestó con entusiasmo, porque siempre estaba dispuesta a hablar de su amiga favorita:

      —Dina es nuestra gata. ¡Y no podéis imaginar lo lista que es para cazar ratones! ¡Una maravilla! ¡Y me gustaría que la vieran correr tras los pájaros! ¡Se zampa un pajarito en un abrir y cerrar de ojos!

      Estas palabras causaron una impresión terrible entre los animales que la rodeaban. Algunos pájaros se apresuraron a levantar el vuelo. Una vieja urraca se acurrucó bien entre sus plumas, mientras murmuraba: «No tengo más remedio que irme a casa; el frío de la noche no le sienta bien a mi garganta». Y un canario reunió a todos sus pequeños, mientras les decía con una vocecilla temblorosa: «¡Vamos, queridos! ¡Es hora de que estén todos en la cama!» Y así, con distintos pretextos, todos se fueron de allí, y en unos segundos Alicia se encontró completamente sola.

      —¡Ojalá no hubiera hablado de Dina! —se dijo en tono melancólico—. ¡Aquí abajo, mi gata no parece gustarle a nadie, y sin embargo estoy bien segura de que es la mejor gata del mundo! ¡Ay, mi Dina, mi querida Dina! ¡Me pregunto si volveré a verte alguna vez!

      Y la pobre Alicia se echó a llorar de nuevo, porque se sentía muy sola y muy deprimida. Al poco rato, sin embargo, volvió a oír un ruidito de pisadas a lo lejos y levantó la vista esperanzada, pensando que a lo mejor el Ratón había cambiado de idea y volvía atrás para terminar su historia.

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