la megania, portadora de enfermedades...
Medicina espiritual y brujería
La creencia en espíritus de todo tipo anima a los etíopes a utilizar amuletos para protegerse de las fuerzas del mal y de lo desconocido. Desde que nacen, los niños reciben un talismán que los protege de enfermedades y de la mala suerte. En su bautizo, un cristiano recibe el mateb, un triple cordón de seda del que se colgará una cruz de la que nunca debe separarse. Por lo tanto, puede que se tatúen el símbolo cristiano en la frente para evitar posibles olvidos y lleguen incluso a escarificarlo. A lo largo de la vida del creyente, el agua bendita se consume en abundancia por sus propiedades curativas y el emnet, un polvo de carbón e incienso, se aplica en la cara para repeler a los demonios. En cuanto a los musulmanes, llevan pequeñas cajas que contienen versos del Corán alrededor del cuello.
Sociedad y costumbres
Entre los ortodoxos, lo normal es la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio religioso. Por eso, muchos etíopes se casan fuera de la Iglesia, bajo varios contratos, y los casos de divorcio y segundos matrimonios son frecuentes. Los sacerdotes, por su parte, pueden casarse, pero solo una vez. La poligamia es muy común en Etiopía, ya que la practican los musulmanes y las tribus animistas. Para estas últimas, la virginidad no tiene ningún valor y la sexualidad es libre desde la adolescencia, ya que el matrimonio solo conlleva obligaciones de fidelidad (sobre todo para las mujeres). En varios grupos étnicos, el derecho al matrimonio se concede después de ciertos rituales. Así, el ukuli de los hamer o el sagine de los surma son un paso obligatorio hacia la edad adulta sin el cual no se acepta un matrimonio. Entre los oromo, borana y guji, el derecho a la procreación está condicionado por el acceso a un grupo de edad determinado en el sistema gada, mientras que, en otras tribus, el consejo de ancianos regula los nacimientos en función de los recursos necesarios para la supervivencia del grupo. La importancia del ganado en las uniones es común entre los pueblos nómadas o seminómadas. Solo un hombre que ha formado un rebaño considerable puede aspirar al matrimonio y la riqueza de su ganado le permitirá tomar varias esposas.
Se casan demasiado jóvenes. Aunque existe una edad legal para contraer matrimonio, casi nunca se respeta, ya que las uniones precoces siguen siendo un gran problema en la sociedad etíope. Con frecuencia, se casa a las niñas a partir de los doce años y muchas jóvenes sufren complicaciones durante el embarazo. Estas complicaciones pueden llevar al rechazo de sus maridos e incluso su entorno, lo que crea situaciones de gran angustia. Según un informe de IRIN de 2015, el 50 % de las niñas de la región de Amhara se casa antes de cumplir los quince años. A nivel nacional, más de la mitad contrae matrimonio antes de los dieciocho. La Fistula Clinic en Adís Abeba se dedica al tratamiento de mujeres con fístula obstétrica, una dolencia directamente relacionada con la maternidad temprana.
La violación como ceremonia prenupcial. Afecta a unas 1200 niñas cada año, pero esta es una pequeña proporción de las niñas que necesitan ayuda. Además, en algunas zonas, aún es frecuente secuestrar a la novia, aunque esté castigado por la ley. Zeresenay Mehari llevó esta antigua tradición a la gran pantalla en la película Difret, estrenada en 2015. En un estudio entre 227 esposas etíopes, también realizado por IRIN, el 60 % informó haber sido víctima de secuestro antes de cumplir los quince años y el 93 % antes de cumplir los veinte.
Algunas tribus animistas en el valle del Omo practican la ablación parcial o total, lo que provoca complicaciones de salud bastante graves (sobre todo infecciones). Los musulmanes del este de Etiopía también practican la ablación a la gran mayoría de las niñas, así como en la vecina Somalia.
Religión
En Etiopía la religión es omnipresente y tiene un profundo impacto en todas las etapas de la vida. La influencia de la Iglesia ortodoxa en las esferas política, social y cultural nunca se ha negado a lo largo de los siglos, a pesar de la creciente competencia de otras religiones.Hoy en día, la religión ortodoxa sigue siendo mayoritaria en las tierras altas, vecina de un islam que ha seguido extendiéndose en las regiones periféricas y de las creencias animistas de las zonas más remotas.
Ortodoxos. El origen del cristianismo en Etiopía se remonta a principios del siglo IV con la conversión del rey Ezana bajo la influencia de su tutor sirio Frumentius, que se convirtió en el primer patriarca de la Iglesia etíope. Sin embargo, es cierto que el cristianismo se había introducido en la región hacía mucho por medio de los comerciantes cristianos romanos, muy presentes en el mar Rojo. Una vez que el cristianismo se convirtió en religión de Estado, su difusión estuvo vinculada a las conquistas territoriales del reino y, sobre todo, a la llegada de misioneros de Oriente Medio, incluidos los « nueve santos sirios » tan queridos por la tradición etíope (Za-Miguel, Pantaleón, Isaac, Afse, Guba, Alef, Mata, Liqanos y Sehma). Durate siglos, el monacato fue la piedra angular del asentamiento de la fe ortodoxa en el seno de la sociedad. Repartidos en pequeñas comunidades en las fronteras del territorio, bajo la autoridad de grandes centros religiosos (Lago Tana, Debre Damo, Debre Libanos, Estifanos), los monjes tradujeron los textos sagrados al ge’ez y garantizaron la educación de la población. Bajo la autoridad del patriarcado de Alejandría, desde sus inicios, la Iglesia etíope se convirtió en autocéfala en 1959, antes de perder su estatus de religión oficial cuando cayó el emperador. La doctrina de la Iglesia unitaria ortodoxa etíope es el monofisismo, que llevó a la división de las iglesias coptas egipcias, armenias, sirias y etíopes en el Consejo de Calcedonia en el año 451 por su adhesión a la naturaleza única de Cristo frente a los defensores de dos naturalezas distintas (humana y divina). Teológicamente basada en la Biblia y en textos apócrifos, la ortodoxia etíope ha preservado muchas prácticas veterotestamentarias como la circuncisión, el respeto al sabbat, los sacrificios de animales e incluso la arquitectura de las iglesias.
Protestantes y católicos. A pesar de la presencia de los portugueses en el siglo XVI y los misioneros que los siguieron, y pese a las relaciones de Menelik con Italia, y aún después de que los mussolinistas ocuparan el país, el catolicismo nunca logró penetrar en Etiopía y sigue siendo una religión minoritaria. Solo los reyes Za Dengal y Susenyos se atrevieron, a principios del siglo XVII y bajo influencia jesuita, a declarar su conversión al cristianismo. El primero fue asesinado, mientras que el segundo abdicó tras graves disturbios sociales y la fuerte oposición del clero ortodoxo. Fue algo pasajero y provocó una gran desconfianza de las autoridades hacia los extranjeros y, en particular, hacia los misioneros. Cuando fueron aceptados de nuevo estos últimos, se les impuso la estricta condición de restringir su evangelización a las poblaciones no ortodoxas. Sin embargo, el protestantismo siguió creciendo. En esta carrera por las conversiones, los misioneros, algunos procedentes del vecino Sudán, lograron establecerse entre los pueblos del sur y disfrutaron de un verdadero éxito. Entre las muchas iglesias presentes, la de Mekane Yesus era la más poderosa y mejor equipada para la pesca de almas. Esta expansión creó fuertes tensiones con la Iglesia ortodoxa.
Musulmanes. La llegada de los musulmanes a Etiopía se remonta al nacimiento del islam, cuando los primeros seguidores de Mahoma, perseguidos en la península arábiga, encontraron asilo en Axum. Durante los siglos VIII y IX, la nueva religión se extendió rápidamente a Oriente Medio. Las incursiones árabes en las costas occidentales del mar Rojo y los mercaderes del interior debilitaron gravemente a los reinos cristianos, que estaban aislados de las rutas comerciales marítimas. Las relaciones entre el poder central y los emiratos musulmanes etíopes de Ifat y Adal se deterioraron rápidamente, lo que condujo a Mahfuz a declarar la yihad (guerra santa) en 1490. En 1527, el infame Gragn la retomó y dirigió una sangrienta guerra de dieciséis años, cuyo recuerdo persiste aún en la memoria colectiva etíope.