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Índice de contenido
Atardecer sobre Sussex: reflexiones en un automóvil
Merodeo callejero: una aventura londinense
Dos anticuarios: Walpole y Cole
Reflexiones en Sheffield Place
Pensamientos de paz durante un ataque aéreo
NOTA DEL EDITOR
HAN PASADO DIEZ AÑOS desde que Virginia Woolf publicó el último volumen de su colección de ensayos, El lector común. En el momento de su muerte, ya estaba comprometida con la tarea de reunir ensayos para un volumen adicional, que se proponía publicar en el otoño de 1941 o en la primavera de 1942. Además, tenía intenciones de publicar un nuevo libro de cuentos en el que se incluyera total o parcialmente Lunes o martes, que hace tiempo está agotado.
Virginia Woolf dejó un considerable número de ensayos, borradores y cuentos, algunos sin publicar y otros publicados con anterioridad en periódicos; hay suficientes para llenar tres o cuatro volúmenes. Para este libro, hice una selección. Algunos se publican por primera vez; otros han aparecido en The Times Literary Supplement, New Statesman and Nation, Yale Review, The New York Herald Tribune, The Atlantic Monthly, The Listener, The New Republic y Lysistrata.
De haber vivido, no caben dudas de que ella hubiera hecho grandes modificaciones y revisiones en casi todos los ensayos antes de permitir que aparecieran en formato de libro. A sabiendas, uno vacila en el momento de publicarlos como quedaron. Yo decidí hacerlo, primero, porque me parecen dignos de ser publicados otra vez y, segundo, porque, de todas maneras, los que ya han aparecido en otras publicaciones habían sido escritos y revisados con inmenso cuidado. No creo que Virginia Woolf haya aportado a algún periódico o revista un artículo que no hubiera escrito y reescrito varias veces. La siguiente anécdota probará, tal vez, con qué seriedad se tomaba el arte de escribir, incluso para un periódico. Poco antes de su muerte, escribió un artículo en el que hacía la crítica de un libro. El autor del libro escribió al editor y le dijo que el artículo era tan bueno que le gustaría tener la copia mecanografiada, si era posible que el editor se la diera. El editor me envió la carta a mí. Me dijo que él no tenía la copia mecanografiada y me sugirió que, si podía encontrarla, tal vez quisiera enviársela al autor. Entre los papeles de mi esposa, encontré el borrador original del artículo escrito de puño y letra y no menos de ocho o nueve revisiones completas, que ella misma había mecanografiado.
Casi todos los ensayos críticos más extensos incluidos en este volumen han sido sometidos a este mismo tipo de revisión antes de ser publicados originalmente. Sin embargo, no es así en el caso de los otros, en especial de los primeros cuatro ensayos. Fueron escritos a mano por ella, como de costumbre, y luego pasados a máquina sin mucho cuidado. Los he impreso como estaban, con la salvedad de que coloqué los signos de puntuación y corregí los errores verbales evidentes. No dudé en hacerlo, dado que siempre revisé los manuscritos de sus libros y artículos de esta manera antes de que fueran publicados.
LEONARD WOOLF
LA MUERTE DE LA POLILLA
NO ES APROPIADO LLAMAR POLILLAS a las polillas que vuelan de día; no suscitan esa placentera sensación de noches oscuras de otoño y brotes de hiedra que la más común Noctua Pronuba dormida en la penumbra de la cortina siempre despierta en nosotros. Son criaturas híbridas, ni alegres como las mariposas ni sombrías como su propia especie. No obstante, el espécimen al que aludo, con sus alas angostas color heno, ornadas con una borla del mismo color, parecía estar contento con la vida. Era una mañana agradable de mediados de septiembre, templada, benigna