para él. Diego, no lo quería escuchar e invitó al periodista a que se retire de su casa. Se puso de pie y sin mirar al periodista miró por la ventana que daba al jardín, encendió un cigarrillo y abrió uno de sus vidrios como si estuviese mirando un paisaje, pero en realidad su mirada solo podía ver lo que él mismo estaba sufriendo por ese amor no correspondido, aunque en su interior sabía que ella un día lo volvería a llamar, que se volverían a ver, que todo ese sufrimiento era solo una pesadilla a punto de terminar.
Capítulo 5
Cuando Roberto se paró para irse lo mira fijamente a Diego y le dijo: ¿Sabés por qué es importante? Es muy simple, en estos tiempos donde la violencia, el libertinaje, el odio y la envidia están a la orden del día, hallar a una persona de casi 50 años totalmente enamorado no es normal. Imaginate que encontrarse con una persona que piensa en enamorarse vale la pena. Diego lo miró serio. Le pidió disculpas por su reacción y lo invitó nuevamente a que tome asiento.
Capítulo 6
¿Sabes por qué me pongo mal?. Le responde Diego a su entrevistador. Es muy simple. Para relatarte esta historia de amor tengo que contarte gran parte de mi vida y no quiero aburrirte con una historia demasiado larga donde en algunos momentos roza la tristeza. Roberto lo mira frunciendo el ceño y le responde: tiempo tengo de sobra. Si me das permiso me puedo quedar hasta que termines tu historia o si me lo permitís iría haciéndote preguntas como si fuese un reportaje cuando lo vea oportuno. ¿Qué opinás? ¿Te parece apropiada la idea? Aparte sería de gran ayuda para otras personas que hayan pasado por la misma situación que puedan ver en vos quizás un ejemplo de superación. ¿Aceptás? Le dice Roberto estirando su mano para estrechársela. Diego lo mira y le da una pitada a su cigarrillo antes de tirarlo. Con casi una sonrisa burlona le estrecha la suya y le dice acepto.
Capítulo 7
Diego cambia la yerba del mate que para esa altura del día ya estaba lavado. Se sienta, lo mira serio a Roberto y entre dientes dice: 1981. Roberto agarra su grabadora rápido, la enciende con gran oficio de periodista y le dice ¿Perdón? ¡No te entiendo! Diego lo vuelve a mirar con la vista detenida. En tiempo pasado le repite 1981, esta vez mucho claro y continúa. 11 de marzo de 1981 ¿Qué pasó ese día? le preguntó Roberto. En esta misma casa ese día a las 17 horas aproximadamente había un chico que en ese momento tenía 12 años discutiendo con su padre. El chico quería ir a andar en bicicleta y el padre le dijo que no. Quedate que no me siento bien. El chico le pidió a su padre acompañarlo al médico y éste se negó. Cada vez que el chico le pedía permiso para salir, el padre le repetía lo mismo. Después de la cuarta vez de insistirle de ir al médico y éste negárselo el chico le dijo: ¡si no querés ir al médico es por qué no te sentís tan mal y simplemente no me querés dejar ir a andar en bicicleta!. El padre acepta el pedido de su hijo, pero cuando el niño sale con su bicicleta el padre se dirige hacia la vereda a sentarse en un porche que tiene la casa en la entrada. El chico da una vuelta a la manzana con sus amigos con la felicidad que le generaba andar en bici pero cuando está llegando a la esquina escucha los gritos de los vecinos y transeúntes. Al no saber que pasaba se acercó con sus amigos y vió a su padre tirado en la puerta de su casa. Había muerto de un paro cardíaco delante de su cara. Pero, ¿Vos que hiciste? preguntaba Roberto. Por favor no me interrumpas le pidió Diego. Yo que podía hacer con 12 años. Estaba solo. Mi madre no se encontraba y mi hermano tampoco, solo estaban los vecinos que llamaron a una ambulancia, la cual tardó una eternidad en llegar y yo con 12 años que solo podía observar la situación como si fuese una película de terror o una pesadilla. Ese fue el primer gran cachetazo que me dió la vida.
Capítulo 8
A los pocos días de la muerte de mi padre se realizaría mi Bar Mitzvá que es como la comunión de los católicos pero en la religión judía se festeja a los 13 años. Mi cumple es el 12 de abril, 1 mes después de esa gran tragedia. Desde ya que se tuvo que suspender todo el festejo un mes más ya que en la religión judía el duelo dura un mes. A los pocos días comenzaba la escuela secundaria. Tenía que empezar por qué la vida continuaba. Y como me decía mi abuela el mundo sigue girando igual. Allí estaba yo con mi saco Spencer azul y camisa celeste, corbata azul y pantalón gris casi en shock por lo sucedido días atrás. Todo el mundo se me acercaba y yo la verdad no tenía muchas ganas de hablar con nadie. Todavía tenía muy fresco ese mal recuerdo, la muerte de mi padre, el velatorio, el entierro, yo jamás anteriormente había ido a un cementerio imagínate esa situación tan traumática para mí y encima en el velatorio de mi padre estaban mis abuelos culpándome por la muerte de mi padre (su hijo).
Capítulo 9
Al mes de haber empezado las clases y yo tratando de metabolizar lo sucedido comencé a trabajar en el negocio de mi tío. Él tenía 2 zapaterías en Morón y como teníamos que “llenar la olla” como decía mi otra abuela, a la mañana iba a la escuela y a la tarde a trabajar, al principio fueron los 3 días de la semana de más ventas, jueves, viernes y sábado, mientras que los días restantes me cuidaba una tía que para ser honestos no me quería mucho. Eso me dio mucha fuerza para seguir adelante. Empecé a conocer a mis compañeros de aula. Me sentaba al lado de un chico que se llamaba Marcelo y le decían pipo. Durante los 5 años nos sentamos juntos. El era muy estudioso yo un desastre jajajajaja dice Roberto con sonrisa burlona ¿Y qué más? me pregunta Y allí la vi por primera vez a ella. En ese momento no tomé dimensión de lo que años después sucedería.
Capítulo 10
Era una chica peticita con unos ojos color cielo. Siempre seria, a veces se enojaba o casi siempre lo hacía. Usaba un rodete en el pelo como una bailarina clásica y caminaba con el cuello muy erguido. Como explicarte ¿Viste las bailarinas de las cajitas de música? Era algo parecida pero cabrona. Roberto me preguntó si era muy cabrona como toda petiza. Un día no recuerdo que le dije y me mostró los dientes. Más gracia le generaba eso a Roberto. Yo era todo lo contrario a ella, medio hipón. Era el final del gobierno militar y ya se podía empezar a usar el pelo más largo. Éramos el día y la noche, ella era calladita, parecía un cisne y yo hablaba con todo el mundo ya que tenía el Hándicup que me daba el hecho de trabajar en un comercio. Algo importante que no te dije. ¿Qué es? me preguntó Roberto. Se llamaba Silvina.
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