sentado en primera fila.7 Mi relación con Jimmy Dunn —a veces tormentosa, a veces desconcertante, ahora feliz (me sorprendió y honró al dedicarme su reciente y gran libro The New Perspective on Paul [2008]; mi ofrenda de gratitud es mi reconocimiento a una larga y prolongada amistad, tan profesional como enredada)— debe contarles a los espectadores lo más importante sobre la nueva perspectiva; es decir, que no hay tal cosa como La nueva perspectiva (¡a pesar del título de su libro!). Solo hay una familia dispar de perspectivas, con más o menos rasgos familiares y, en su interior, con disputas y rivalidades feroces entre hermanos. No hay un frente unido (como la famosa “Cofradía de David contra los filisteos” de Schumann, que luchaba contra Rossini, por un lado, y Wagner, por el otro) haciendo retroceder con los cuernos de toro de la erudición bíblica liberal a las hordas recalcitrantes de la Confesión de Westminster. No es así como funciona este asunto.
De hecho, cualquiera que preste mucha atención al trabajo de Ed Sanders, Jimmy Dunn y al mío (por alguna razón, a menudo se nos menciona como los culpables principales.8 ¿Por qué no Richard Hays? ¿Por qué no Douglas Campbell, o Terry Donaldson, o Bruce Longenecker?)9 verá que tenemos al menos tanto desacuerdo entre nosotros como los que tenemos con los que están fuera de ese círculo (muy pequeño y para nada encantador).
Jimmy Dunn y yo hemos estado en desacuerdo durante los últimos treinta años en la Cristología de Pablo, en el significado de Romanos 7; más recientemente en torno a pistis Christou y, quizás lo más importante, en la cuestión del exilio continuo de Israel. Ed Sanders no ha tenido ninguna razón particular para estar en desacuerdo conmigo; no soy consciente de que él se haya interesado demasiado en todo lo que he escrito, pero mi gratitud por el estímulo de su trabajo ha sido alegremente igualado por mis desacuerdos principales con él en cada punto, no solo de detalle, sino también de método, estructura y significado. Recuerdo bien un semestre académico en Oxford, cuando yo daba mis clases sobre Romanos a las 11 a. m. los lunes, miércoles y viernes, y las clases de Ed Sanders sobre la Teología de Pablo eran a las 10 a. m. Los estudiantes pasaban directamente de su aula a la mía y, en más de una ocasión, dije algo que provocó una oleada de risas: había contradicho, exacta pero involuntariamente, lo que Sanders acababa de decir la hora anterior.
Todo eso es anecdótico, pero quizás significativo. Los críticos de la “nueva perspectiva” —que comenzaron temiéndole a Sanders— no deberían asumir que Dunn y yo estamos bajo la misma bandera. De hecho, tal como dice otro viejo amigo, Francis Watson, es hora de ir más allá de la “nueva perspectiva”, para desarrollar diversas formas de leer a Pablo que le hagan más justicia histórica, exegética, teológica y (se espera) pastoral y evangelística.10 Esto puede implicar que debamos recuperar algunos elementos de la llamada “antigua perspectiva”; igualmente, Piper y otros como él no deberían brindar tan pronto. Las ovejas perdidas no están regresando al redil de la Reforma, excepto en el sentido de que, al menos para mí, ellas siguen absolutamente comprometidas con el método de los Reformadores consistente en cuestionar todas las tradiciones a la luz de las escrituras. Es hora de seguir adelante. En realidad, creí haberlo indicado en el título de mi último libro sobre Pablo, aunque el editor estadounidense, en cierto sentido, lo silenció (el título en la edición británica es Pablo: nuevas perspectivas, y se convirtió en Pablo en nueva perspectiva en la edición estadounidense). De todos modos, lo que sigue no es una defensa de algo monolítico llamado “la nueva perspectiva”, no se trata de rescatar algunas de las cosas extrañas que dijo Ed Sanders, sino que es un intento por arrojar una vez más a Pablo, sus cartas y teología a un debate implícito y a veces explícito con, al menos, algunos de los que alzaron su voz de alarma cuando intenté hacerlo antes.
Bueno, al menos algunos. Ahora hay mucha gente escribiendo sobre todos estos asuntos. El reciente y provechoso libro de Michael Bird tiene una bibliografía de dieciocho páginas, principalmente de obras inglesas y estadounidenses (hay mucho más: los alemanes, para no ir muy lejos, no están inactivos), y el sitio de Internet Paul Page actualiza constantemente esta bibliografía.11 Incluso, si yo pudiera dedicar todo mi tiempo al diluvio cada vez mayor de literatura, por no mencionar los estudios cada vez más amplios sobre el judaísmo, el paganismo y el cristianismo del siglo I, que lo pondrían todo en su contexto apropiado, y a los nuevos comentarios sobre libros particulares, sería difícil seguirles el ritmo. Tengo, como decimos, un “empleo” que es bastante exigente, y que incluye, pero va mucho más allá, mis responsabilidades de exponer y defender la enseñanza de la Biblia (el hecho de que esté terminando este libro durante las Conferencia Lambeth 2008 habla por sí mismo). Claramente, me es imposible involucrarme explícitamente, de la manera que a uno le gustaría, con más de una porción de las investigaciones recientes más relevantes. Sin embargo, creo que podemos hacer una virtud de esta necesidad. Muchos de los libros y artículos en cuestión han dado en el blanco en su interacción con la literatura secundaria, al punto de que la letra pequeña de las notas al pie ocupa hasta la mitad de cada página. Yo mismo tuve mi tiempo en el que escribí un buen número de notas al pie. Ellas tienen su potencial para la elegancia e, incluso, el humor (cuando mis padres revisaron mi tesis doctoral, la apodaron “El Libro Oxford de notas al pie”; cuando hicieron lo mismo con mi hermano Stephen, algunos años después, se llamó “El Libro Durham de notas al pie”). Pero, para la mayoría de los lectores, incluso para la mayoría de los lectores académicos, tal forma de escribir puede volverse turbia y escolástica, con el texto y las preguntas principales sepultadas bajo un montón de escombros polvorientos. Recuerdo al tan extrañado Ben Meyer cuando hablaba de aquellos que piden el pan de la inteligibilidad y, en su lugar, se les da la piedra de la investigación. Podríamos extenderlo: por ejemplo, en lugar del pez del evangelio, uno se encuentra con el escorpión de las luchas académicas internas. Al tratar de evitar este peligro, soy muy consciente de que puede darse lo contrario: los puntos clave del debate pueden quedar sin respuesta. Es inevitable. En el texto principal, trataré de abordar los que considero que son los problemas centrales y los detalles curiosos.
Para usar una metáfora peligrosa: hay dos formas de ganar una batalla. Puedes hacer tu mejor esfuerzo para matar tantos enemigos como puedas hasta que te queden pocos o puedes flanquearlos para que se den cuenta de que su posición es insostenible. Buena parte de la literatura reciente ha estado probando con el primer método. Este libro le apunta al segundo. Sé que habrá muchos soldados de infantería que seguirán escondiéndose en la jungla, creyendo que van ganando; pero espero que la próxima generación, ya sin el peso de reputaciones preexistentes a perder ni posiciones a defender, capten el mensaje.
II
Otra imagen viene a mi mente. A veces, frente a un rompecabezas, uno se siente tentado a armar lo que aparenta ser más fácil e ignorar la mitad de las piezas. ¡Ponlas de nuevo en la caja! ¡No puedo con todo! El resultado es, por supuesto, que el rompecabezas se torna más difícil. Sin embargo, uno puede imaginar que alguien, tras esa decisión inicial tan desastrosa, trata de remediar la situación con fuerza bruta, uniendo piezas que de todos modos no encajan en el afán de crear algún tipo de imagen. (Me recuerda el viejo chiste de los exoficiales de la Stasi, la policía secreta de Alemania del Este. Para saber qué trabajos podrían ser adecuados para ellos en la nueva Alemania, se les exigió tomar una prueba de inteligencia. Les dieron un marco de madera con varios huecos de diferentes formas y un conjunto de bloques de madera que encajarían en ellos. Cuando se completó la prueba, todos los bloques habían sido puestos en los marcos; pero resultó que, si bien algunos de los exoficiales eran bastante inteligentes, la mayoría eran simplemente muy, muy fuertes).
La aplicación de esta imagen del rompecabezas debería ser obvia. Al prepararme para escribir este libro, leí rápidamente no solo los textos clave que quería tratar, sino también artículos sobre justificación en los diccionarios teológicos y bíblicos que estaban a mi alcance. Una y otra vez, incluso allí donde los autores parecían prestar mucha atención a los textos bíblicos, varios de los elementos clave en la doctrina de Pablo simplemente no estaban: Abraham y las promesas que Dios le hizo, la incorporación a Cristo, la resurrección y la nueva creación, la comunión entre judíos y gentiles, la escatología en el sentido de un plan orientado por Dios a un propósito a través de la historia y, no menos importante, el Espíritu Santo y la formación del carácter cristiano. ¿Dónde estaban? La lectura de textos como Romanos y Gálatas