mirado, pero el miedo no se metió en mi cuerpo. No quedaba espacio para que entrara. La soledad espesa lo ocupaba todo. Itzayana se llevó mi lengua y mi sonrisa, con ella se fueron mi alegría y mis días apenas luminosos. En ese momento sólo podía ser una sombra, una oscuridad dolida que se acurruca en los rincones para que su nombre no se pronuncie.
*
Itzayana no fue la única que caminó hacia el otro mundo. Allá, lejos, otro hombre moría y las hierbas seguían trenzándose para que nuestras vidas se unieran. Los rumores de sus males y los hechizos que le arrebataron la vida nunca llegaron a Putunchán, desde hacía varios años los dioses marcaban el camino que todos debíamos andar… El Tlatoani de Tenochtitlan ya no estaba en este mundo y otro hombre se había sentado en el trono. Montezuma era el nuevo amo.
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