Vicente Monroy

Contra la cinefilia


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      Contra la cinefilia

      Vicente Monroy

      Contra la cinefilia

      Historia de un romance exagerado

      Índice de contenido

       Portadilla

       Legales

       1. Ciudadano Kane no es cine

       2. Enfermar de cine

       3. Cine es el nombre del mundo

       4. La trampa de Parrasio

       5. El programa emancipatorio de la cinefilia

       6. El final del amor

       7. Salir del cine

       Agradecimientos

Monroy, VicenteContra la cinefilia: historia de un romance exagerado / Vicente Monroy - 1a ed. - Clave Intelectual, 2020.Libro digital, EPUBArchivo Digital: descargaISBN 978-84-122252-0-4

      Ilustración de cubierta: Julio César Pérez

      © Vicente Monroy, 2020

      © Clave Intelectual, S.L., 2020

      Paseo de la Castellana 13, 5º D – 28046 Madrid

      Tel (34) 917814799

      [email protected]

      www.claveintelectual.com

      Edición y coordinación: Santiago Gerchunoff

      Diseño: Hernández & Bravo

      Corrección: Lola Delgado Müller

      Diseño de colección: Eugenia Lardiés

      Primera edición en formato digital: julio de 2020

      Digitalización: Proyecto451

      Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

      ISBN edición digital (ePub): 978-84-122252-0-4

      Le olía mal el aliento, como a todos los cinéfilos.

      Elizabeth Moreau en Les sièges de l’Alcazar (Luc Moullet, 1989)

      Recuerdo una emoción parecida a la salida de un pase de El río de Jean Renoir en mi primer año como estudiante en Madrid, en el otoño de 2007. Es posible que algunos de los elementos del recuerdo los haya añadido más tarde, o incluso que formen parte de la película de Renoir y no de la realidad (con el tiempo he llegado a mezclar frecuentemente mis recuerdos con escenas de películas). Mientras iba andando hacia la calle Atocha me daba cuenta de lo extraño que me parecía que la gente siguiera a lo suyo después del milagro al que acababa de asistir. Un extrañamiento de tipo existencialista. ¿Cómo era posible que la realidad no se sometiera a aquel mundo mejorado y estético de la película? También recuerdo la anulación paulatina de este efecto, cómo me esforzaba por repetirlo una y otra vez a la salida de otras sesiones, cada vez con menos éxito, hasta convertirlo en una especie de simulación. Un distanciamiento que percibía como una desconexión entre los asuntos del cine y los asuntos del presente, la rotura del hilo sentimental que los unía.

      En los diez años que siguieron a aquella proyección de El río fui lo que se conoce como un cinéfilo empedernido, una rata de filmoteca (aunque esto es un decir, porque veía la mayor parte de las películas en la pantalla de quince pulgadas de mi MacBook, que me permitía una variedad mucho mayor que la programación de las salas madrileñas). Era común que viera dos o tres películas los días de diario, y hasta el doble en los largos maratones de los fines de semana, lo que compaginaba como podía con mis estudios y mis primeros trabajos como escritor. Lo mismo me daba, no podía evitarlo: quería verlo todo, de todas las épocas y de todos los países.

      Parece evidente que la idea de la cinefilia como simple amor al cine resulta insuficiente, y puede dar lugar a equívocos. Aunque se tiende a resaltar el amor como