Vicente Monroy

Contra la cinefilia


Скачать книгу

entusiasmo, dolor o tristeza. En muchas ocasiones, el odio a una determinada forma de cine, a una película o a un director se manifiesta con igual o más intensidad que el amor. El cinéfilo es un animal social impulsivo.

      Si recuerdo mi propia experiencia de juventud, me doy cuenta de la complejidad emocional que acarreaba la cinefilia, lejos de mostrarse como una forma de amor puro e incondicional. Ser cinéfilo significaba muchas cosas. Significaba por ejemplo que si estaba en una fiesta y los demás empezaban a hablar de cine, yo me recostaba en el sofá y me quedaba en silencio, sonriendo con condescendencia ante los comentarios que hacían sobre las películas de moda, las actrices más afectadas de Hollywood o los últimos premios de Cannes. Pero también significaba que era mejor no hacerme hablar, porque entonces me lanzaba a una diatriba imparable y agresiva sobre la mediocridad de semejantes referencias. Puedo escucharme diciendo frases del tipo «eso no es cine», a propósito de una película que me molestaba especialmente y que alguien estaba elogiando, un poco encendido por los efectos del alcohol y de algo que había fumado. Me debatía entre un silencio avinagrado (muy distinto del silencio emocionado de Bazin a la salida de Paisà) y una cháchara fanfarrona de la que luego me avergonzaba. Era incapaz de alcanzar el punto medio que requiere cualquier intercambio razonable de ideas. Es del carácter adolescente de este desbordamiento emocional de lo que hablo cuando digo que, a medida que pasaban los años, me resultaba cada vez más difícil recuperar la emoción de aquella sesión de El río de Renoir.